NEVER LOOK AWAY: LA VERDAD DETRÁS DEL ARTE

Que una sala de cine sea el refugio de muchos a la vorágine cotidiana es una muestra sustancial del rol que desempeña el arte en el devenir de la humanidad. Se podría hacer mención a un bagaje inconmensurable de películas que supieron vestirse de pausa al conflicto de varias vidas. Pero con la sensibilidad de quien es consciente de lo esencial del arte, en un presente que se empeña en ponerlo en cuestión, Never Look Away se asoma como una pieza predilecta para el ejemplo.

Requiere más de una, quizás más de dos o incluso más de tres visualizaciones. Para conocerla primero; para encontrar finalmente la verdad de la emancipación en el arte.

Estrenada en 2018 bajo la dirección de Florian Henckel Von Donnersmarck, Never Look Away atraviesa, fragmentada en diversos períodos de tiempo, el antes, el durante y el después del régimen nazi en Alemania; y fija el lente en la historia de amor del protagonista, Kurt Barnert (Tom Schilling) con Ellie Seeband (Paula Beer), hija de un médico ginecólogo que no sólo había trabajado bajo las órdenes de Hitler sino que además fue quien dio la orden de matar a la tía de Kurt en un campo de concentración. La dualidad del personaje del Profesor Seeband (Sebastian Koch), como padre y como nazi, es el núcleo que entreteje la trama: una historia de amor intrincada con una de muerte, misterio y verdad.

Aunque las aristas de análisis de una película con la complejidad de Never Look Away están lejos de ser pocas y exceden los límites del presente escrito, no se puede obviar el rol central del vínculo que construye Kurt con la pintura y como varía a lo largo de toda su vida. Diestro en el arte tradicional, son varias y profundas las incógnitas que lo acometen durante el tiempo de posguerra, cuando ingresa en la Academia de Arte de Düsseldorf y se encuentra rodeado por un mundo vanguardista que le es ajeno. Acostumbrado a pintar dentro de los parámetros clásicos, concretos, con mensajes claros y directos - como el arte socialista revolucionario y su reivindicación de los trabajadores -, el arte moderno le muestra de frente la glorificación de ideas sueltas que él no halla, plasmadas en trabajos que dieron por tierra con el lienzo en pos de la originalidad.

El vaivén desconcertante en el que deja al protagonista la necesidad de modernización encuentra un paralelismo discursivo interesante en el personaje que encarna Brad Pitt en Babylon de Damien Chazelle. Ambientada en Los Ángeles durante la década de 1920, Babylon es una pieza que en su extensión aborda de manera transversal e histórica el mundo y la evolución del cine, centrándose especialmente en el pasaje del cine mudo al sonoro y la movilización Hollywoodense del momento, con un fuerte componente crítico al detrás de escena que implicó la transición en la producción cinematográfica, el impacto de los cambios tecnológicos y el arte de seguir llegando al público.

Pintura, cine, fotografía, teatro, música. Es complejo sino imposible proyectar o siquiera imaginar una vida sin arte. La comparativa con Babylon, pese a sus diferencias de trama, temporal y espacial, no es arbitraria. Al tener que reinventarse como artista, Kurt Barnert ingresa en una incertidumbre similar a la que atraviesa (y de la que no logra salir) Jack Conrad cuando se le dificulta la adaptación a las nuevas herramientas cinematográficas. Preocupación, desentendimiento, falta de inspiración. Golpean la puerta las dudas: ¿Qué somos sin arte? ¿Quiénes somos? ¿De qué manera entender el mundo sin su presencia?

En uno de los capítulos de su libro, Itinerarios de la Modernidad, el profesor, ensayista y novelista Nicolás Casullo plasmó una de las imágenes de la actualidad de la siguiente manera:

“Hoy aparece la duda, cada vez más agudizada, de si todavía existe esa narración subjetiva. Si no somos básicamente, absoluta y definitivamente atravesados por apariencias, señuelos, no-narraciones, virtualidades en las que nosotros apenas somos agujeros huecos, vacíos, que no podemos ya narrar absolutamente nada” (Casullo, 1999; 208).

Von Donnersmarck le responde sin saberlo con Never Look Away: detrás del arte como verdad se esconde esa subjetividad. Se arriesga a más: el sujeto se construye también en el arte. Es quizás ese tratamiento de lo artístico como cajón de verdades lo que más me marcó como espectadora y lo que considero uno de los principales capitales de la obra.

En un mundo catalogado como posmoderno, la pieza pone sobre la mesa estas cuestiones sin correr la vista al devenir de la historia. Presenta el debate, la lucha entre lo nuevo y lo viejo a través del personaje de Kurt - papel de una carga simbólica acentuada en la gran interpretación de Tom Schilling - pero también en la elección de un contexto de ruptura presentado en escenas y montajes que resaltan con una sutileza escalofriante los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Trabaja así los claroscuros del mundo en cada personaje, distinguiendo los buenos de los malos pero superponiéndolos en detalles que hacen pensar en la ambivalencia del todo y constituyen una obra maestra digna de la historia grande del cine.

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