No me acuerdo bien en qué curso estaba, pero sé que estaba en el colegio. Ahí desarrollé una teoría (que resultó ser más conocimiento general que un gran descubrimiento) que afirmaba que yo no era una persona de números y que lo mío eran las letras. Por lo tanto debía ser por eso, claro, que me dormía en química (aunque una cosa no tuviese que ver con la otra) y que deseaba que llegara la hora de Literatura o Español. La cosa es que en una de esas clases la profesora nos dejó de tarea ver esta película sobre el amor a la enseñanza ¡Yupi!, llamada La Sociedad de los Poetas Muertos. Sí. Muy adecuado, pero realmente nadie le tenía mucha fe. Marvel estaba en sus buenas y no existía Letterboxd así que nadie tenía la necesidad de ver una película de hace 2 décadas para verse interesante. Como sea, decidí darle un chance aunque pintaba al principio ser extremadamente aburrida. No me acuerdo dónde la vi, si la empecé en la clase y luego la terminé en mi casa, pero sé que la vi para esa tarea, y que desde ese momento, sip, quedé marcada (algún día quisiera decir que literalmente y hacerme un tatuaje o algo, pero Mami no leas esta parte). La manera en no solo como veo el cine sino la vida cambió para mí completamente. Y creo, ahora que lo pienso, que no es que necesariamente la película me haya cambiado como persona, sino que me enseñó un poco más sobre quién era y quien quería ser. Pero antes de ponernos sentimentales, para entender mi reacción totalmente lógica y apropiada a un filme de dos horas sobre los problemas de un grupo de jóvenes en su pubertad, les contaré de qué es que se trata la película.
Toda la trama ocurre dentro de un conservador internado de élite en la década de 1950, donde Mr. Keating, un apasionado y carismático profesor de Inglés interpretado por Robin Williams, empieza a dar clases de una manera poco convencional a un grupo de jóvenes estudiantes. Keating inspira a sus estudiantes a través del filme a rebelarse contra las normas establecidas, no solo de la escuela sino de la sociedad, mientras les recuerda la importancia de aprovechar el potencial de cada día al máximo y apreciar la poesía y el arte como una forma de expresión y libertad. A través de toda la cinta vemos como los estudiantes empiezan a encontrar un refugio en reuniones secretas para leer poesía, que los mueve a cambiar la manera en cómo viven y actúan.
Ahora, sé que a simple vista puede parecer una premisa cursi y melodramática, pero para mí funcionó a la perfección. Hay innumerables escenas que tengo grabadas en mi cerebro y que han influenciado mi vida de alguna manera. El conmovedor Carpe Diem! que me recuerda cada día a vivirlo de manera intencional y con propósito. O como el monólogo donde Keating dice que la medicina, el derecho, los negocios, la ingeniería, estos son esfuerzos nobles y necesarios para sostener la vida. Pero la poesía, la belleza, el romance, el amor, estas son las cosas por las que seguimos vivos, me otorga esperanza al estudiar y querer perseguir una carrera en el cine. Pero sobre todo, la escena que marca un punto fundamental en la trama y la que creo que resume la tesis de la película es esta:
Keating se sube a su escritorio.
John Keating: ¿Por qué me subo aquí? ¿Alguien?
Charlie Dalton: ¡Para sentirse más alto!
John Keating: ¡No! [toca una campana con el pie] Gracias por participar, Sr. Dalton.
Me subo a mi escritorio para recordarme a mí mismo que debemos mirar las cosas de una manera diferente constantemente.
— Dead Poets Society (1989), escrita por Tom Schulman
Nada en la película tendría sentido si el mensaje central, mirar las cosas de una manera diferente constantemente no se hubiese dado. Los personajes no hubiesen tomado las decisiones que llegaron a tomar, y yo, Amalia, tampoco. Si la has visto sabes, que al final después de un trágico suceso, los estudiantes se suben en sus escritorios una última vez diciendo Capitán, Oh mi Capitán. Si no la has visto, que un grupo de estudiantes se suba en sus escritorios puede parecer inconsecuente, pero en ese acto de alguna manera estaban decidiendo ver la vida de una manera distinta. Aún después de seguir en el mismo sitio que al principio, y aún después de su pérdida, sus voces podían ser escuchadas. Mi pregunta es, ¿qué tanto nos subimos en el escritorio? Y me lo pregunto a mí misma, ¿qué tanto me empeño en no repetir mis patrones de pensamiento? ¿Qué tanto considero otras ideas? ¿Qué tan seguido decidimos ver el otro lado de la moneda? Tal vez, aún a pesar del sufrimiento y el dolor, aún a pesar de las cadenas que nos atan, existe libertad fuera de nosotros.
En mi experiencia personal (y esto es lo increíble del cine, que se vuelve tan particular a la vez que puede ser universal), subirme en el escritorio me enseñó a ver hacia arriba, hacia la cruz. Mi vista nunca ha sido igual, y constantemente es retada. Es casi como la frase del poema de Robert Frost que recitan en el filme: "Dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo— tomé el menos transitado, Y eso ha marcado toda la diferencia." Aunque me sigo subiendo en el escritorio, la primera vez que realmente lo hice, elegí el camino menos transitado.
La Sociedad de los Poetas Muertos para mí fue más que una película que marcó mi vida, ha sido una película que susurra en cada uno de mis días. Por eso le debo toda la inspiración que trae el pensamiento certero de que las palabras y las ideas tienen el poder (aunque sea un poco) de cambiar el mundo, por que me han cambiado a mí.
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