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El olvido y el encuentro en Buenos Aires o Nueva York

La inmensidad de una ciudad puede medirse en la personalidad de su gente. No creo que todo recaiga en metros, parques, ni en la sobrepoblación. Por ejemplo, siempre mis ciudades favoritas son las pequeñas en tamaño, pero enormes en cuanto a personalidad. Manhattan, por ejemplo, es una ciudad pequeña, dividida en los puntos cardinales: vas hacia abajo, arriba, este u oeste. No hay mucha ciencia. Nueva York podría ser un pueblo si quisiera, uno de esos que te hace cruzar a la misma persona dos fines de semana seguidos y donde las calles ya se vuelven propias después de tres pasadas. Entonces, ¿cómo puede ser posible que sea la ciudad en donde más sola se siente su gente?

En Nueva York, una noche puede ser la mejor de tu vida y al día siguiente es como si toda la ciudad se hubiese olvidado de vos y de todo lo sucedido. Podes cruzarte a la misma persona una y otra vez, prometerte amor eterno y no verla nunca más. La maravillosa tragedia de lo pasajero, de saber que estás en una ciudad donde todo el mundo está de paso y la individualidad reina por sobre todo lo demás.

Es por esto que una de las cosas que más me gusta hacer cuando visito Nueva York es sentarme a ver a la gente pasar. Me imagino sus historias, de dónde vienen, hacia dónde van, si están enamorados, si van por la vida con el corazón roto o si simplemente esperan encontrar a alguien con quien compartir un momento en esta ciudad que parece ser solo de los solitarios. Es tan fácil estar solo rodeado de miles de personas, cruzar una calle con extraños y ser incapaz de encontrar a tu persona, es como ver una página de "Buscando a Wally" y pasarse horas deseando que ese hombrecito de camiseta rayada se cruce en tu mirada.

Con esta última frase ya deben haber adivinado una de las películas que inspiró esta nota y si no lo hicieron, entonces déjenme convencerlos de ver Medianeras (2011) de Gustavo Taretto. Película argentina del año 2011 que cuenta la historia de Mariana (Pilar López Ayala) y Martín (Javier Drolas), dos jóvenes de 30 años víctimas de la inmensidad de Buenos Aires. Viviendo tan solo a un edificio de distancia, Martín y Mariana acaban de separarse de sus respectivas parejas y los inunda una desolación y soledad que solo aquel que ha amado y sufrido por ello puede entender.

Aquí tengo que traer otra película a la mesa: Robot Dreams (2023). La animada que estuvo nominada a los Oscars 2024 y fue catalogada como “la 'Past Lives' de dibujos animados” es, probablemente, la mejor película que he visto en el año hasta ahora. Situada en una Nueva York cuya civilización está conformada sólo por animales, nos encontramos con la historia de Dog, un solitario perro que decide pedir un amigo robot por internet. Todo parece ir bien hasta que, después de un día de playa, el destino decide separar a estos dos personajes y es así como comienza el camino del duelo.

Transitar una pérdida mientras te cruzas con cientos de extraños por día y las caras se vuelven cada vez más iguales puede llegar a ser una de las experiencias más trágicas y desoladoras que puede vivir un humano. Cuando se está mal, el recuerdo de un tiempo pasado siempre está fresco en la memoria y, aun así, la ausencia de la calidez de ese amor se vuelve la tortura más humana. ¿Cómo es posible que el recuerdo de algo que nos hacía tan feliz se convierta en ese arma tan letal? El universo creado alrededor de una relación es de los secretos mejor guardados que pueden tener dos personas. Un lenguaje, un par de chistes y miles de canciones que viven en un archivo al cual solo podemos acceder vos y yo, y en realidad ni eso, porque los que fuimos ya no existen y es así como empezamos a convivir con fantasmas que habitan en cada esquina de una ciudad.

Mariana y Martín buscan algo que no tienen idea de cómo se ve ni tampoco cómo suena. Buscan en internet, en una piscina y en un libro, pero la ciudad de Buenos Aires es tan críptica como hermosa: cuando pensas que la entendiste por completo, te obliga a romper una pared más. Y allí, en el momento en que rompemos una pared y dejamos pasar la luz, sin siquiera darnos cuenta, las piezas del rompecabezas empiezan a encajar.

Cuando somos chicos vemos la vida como el LIFE, ese juego en donde cada casillero representa un paso importante del crecer. Ponerse de novio, conseguir un trabajo, casarse, tener un hijo, viajar, jubilarse, lo simple, lo que a todos, en cierto punto, debería llegarnos, ¿no? A los 12 años vi a mi hermana casarse a los 27, entonces decidí dejar por sentado que a esa edad me iba a casar. Nunca había estado en pareja, ni siquiera sabía cómo dar un beso, pero no importaba, porque de alguna manera yo a ese casillero iba a llegar y a los 27, como marcaba el juego de la vida, yo me iba a casar.

Hoy tengo 26 años, me enamoré, me puse en pareja, me separé, conseguí muchos trabajos, renuncié a varios y no estoy ni cerca de casarme. A veces pienso en mi yo de 12 años y me río, otras veces me aflijo; siento que los casilleros no se alinean, entiendo que la vida va para cualquier lado y que la tirada de dados de todos los días tal vez nunca me lleve a la recta final. ¿Qué pasa cuando no paras de dar marcha atrás? Cuando cada vez que tiras perdés un turno, el trabajo se va y retrocedes 5 casilleros cuando estabas a uno del matrimonio. Martín y Mariana lloran y tienen sexo con maniquíes o personas, no hay diferencia entre una y la otra. Son incapaces de salir del pozo que cavaron y la vida pareciese ser siempre un departamento sin luz natural.

Para Dog, es un poco lo mismo. Sin Robot, su departamento se vuelve completamente gris, los días se tornan iguales y el único hilo que lo conecta con la realidad es el recordatorio de una vida pasada, la ilusión de volver los fantasmas reales y de revivir algo que se encuentra enterrado bajo la arena y el invierno. Mariana, Martín, Dog, Robot, todos ellos viven sin luz, acechados por los casilleros que tuvieron que retroceder, abrumados por una ciudad sobrepoblada que los inunda en soledad.

Un día rompen la pared, dejan entrar la luz y, en medio de la ciudad inundada de gente, la respuesta que parecía inexistente se hace notar. Corres hacia ella y dejas el pasado atrás, pero otras veces quizás tengas que dejar un lugar para esa historia que te marcó, archivada dentro de ese universo creado en conjunto, y estar preparado para que cuando suene una canción puedas bailar con los fantasmas y abrazar el presente. Allí quizás entiendas, como Martín, Mariana, Dog y Robot, que la ciudad es tan solo un conjunto de historias que se entrelazan entre sí y que cada una de ellas llevará a la siguiente. Nadie es olvidado cuando se ha amado, ya sea que estés en las calles de Nueva York o en la tan caótica y hermosa Buenos Aires.

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