Desde muy joven siempre me fascinaron los universos creados por los japoneses. Aún no teniendo un entendimiento casi completo (creo que es imposible tenerlo) de la cultura de estos seres que comúnmente en Argentina consideramos “elevados”, siempre me pareció sencillamente fascinante cómo dejaban volar la imaginación en sus producciones. Desde las infinitas posibilidades que Akira Toriyama impuso en el mundo mágico de Dragon Ball hasta los impresionantes y brutales animes Death Note o Evangelion, estos artistas nos sumergieron en historias que parecían traídas de otro mundo. Pero específicamente una película, de la cual mucho no se habla, se fijó fuertemente en mi…
Año 2019, Neo-Tokyo. Treinta y un años después de una explosión nuclear que arrasó con todo, dejando cadáveres y sobrevivientes infectados con radiación casi en igual medida, la capital japonesa se encuentra al borde del abismo. La clara referencia a la colorida, lluviosa y fría ciudad de Los Angeles que planteó Ridley Scott en Blade Runner está a la vista. En ‘Akira’, título que hoy cumple 36 años de su estreno, las cosas no están tan alejadas de la realidad: las personas se insultan dentro de sus coches debido al transito, las pandillas callejeras tomaron el control, y la policía reprime. El director Katsuhiro Otomo creó un futuro que en realidad ya había llegado hace rato, tal como lo parafrasea el Indio Solari en uno de sus tantos éxitos.
Religión y ciencia se entremezclan en esta épica, bizarra e imaginativa historia sobre un introvertido miembro de una pandilla de motociclistas llamado Tetsuo que, tras sufrir un accidente y ser secuestrado por las autoridades de un proyecto militar secreto que pretende decodificar el origen de la catástrofe ocurrida en 1988, sufre una transformación en su cuerpo (pero sobre todo en su mente) mediante experimentos que involucran a la biomecánica, el biohacking y la bioingeniería como método de investigación. Se puede decir que la fusión de la carne y lo cibernético (un llamado a la idea de Mary Shelley hace mucho tiempo atrás con su Frankenstein) son el componente fantástico de ‘Akira’, con la aparición de un cyborg de proporciones colosales en el tercer acto.
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A diferencia de muchos títulos cyberpunk, ‘Akira’ se enfoca en la juventud como fuerza motriz y narrativa que desencadena el conflicto central: la historia es un verdadero caos, tanto narrativo como visual. Pasan tantas cosas en las dos horas de metraje que es casi imposible no volver a revisitarla para entender todo lo que se nos quiso decir. ¿Eso es algo bueno o malo? No existe liviandad pero si una salvaje ola que no desacelera en ningún momento al desarrollar los diferentes eventos. Como si se tratase de un fervor adolescente, la película se pone en los hombros de estos muchachos para mostrarnos todo desde su punto de vista.
Así como sucede con algunos de los mejores exponentes de este subgénero como lo son 'The Matrix', la ya mencionada ‘Blade Runner’ o 'Ghost in The Shell' por mencionar algunas, las lecturas que le podemos dar a la película son (casi) infinitas. La protesta y rebeldía adolescente que sirve como símbolo de un futuro ideal al que nunca podemos llegar, como ese ¿que le queremos dejar a los más jóvenes si los adultos no ponen el ejemplo y tampoco le dan valor a sus acciones?, o el costado más científico, que nos habla de la ignorancia y el poco respeto que le tenemos a lo desconocido, queriendo jugar a ser dioses con lo poco que tenemos a nuestra disposición.
Dentro de su imaginería visual, ‘Akira’ resulta ser un deleite para nuestras retinas en cada plano, en cada fotograma. El juego de perspectivas, de tamaños y de ángulos que existen son difíciles de procesar, pero ciertamente existe una noción (a mi entender) de que no hay técnica en animación más exquisita que la artesanal. Puede ser que mi devoción por el stopmotion y los efectos prácticos intervengan en mi pensamiento, pero lo que hicieron aquí parece de otro planeta. Como el director juega con la luz, con sus diferentes calidades y texturas animándola para hacernos creer que existe una suerte de brillo indeleble dentro de la oscuridad propia de la historia.
La atención al detalle, al color y al dinamismo de los personajes en relación a su ambiente le dan una riqueza a la obra que hasta ese momento ningún otro animé había logrado: un verdadero antes y después en el cine. Pero esta distópica visión también tiene ciertas influencias que se encuentran a simple vista. Por ejemplo el cine noir de los años 40s/50s ha sido una enorme fuente de inspiración para Otomo, con sus luces características enfocando a los personajes, creando sospechosos en cada esquina y dándoles cierto aire de enigma y misterio a la atmósfera.
La vida y la muerte hacen eco en una obra que nos habla sobre el destino fatal de una ciudad que parece repetir los mismos errores, girando en círculos sobre si mismo. La historia de una Tokyo acechada por los fantasmas del pasado, así como lo supieron ser Nagasaki e Hiroshima en su momento. ¿Un llamado a la atención de Otomo sobre los miedos inminentes de una posible y futura guerra nuclear? El tiempo dirá…
POR JERÓNIMO CASCO
16 de JULIO del 2024, 23.53 PM | UTC-GMT -3
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