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Rosa y la mafia: análisis de La Chica que Limpia desde una perspectiva de género

La chica que limpia (Cine.Ar Play, 2017) es una miniserie argentina creada y dirigida por Lucas Combina, con guión de este último, Irene Gissara y Greta Molas. Rodada en la provincia de Córdoba, y protagonizada por actores y actrices locales, esta serie obtuvo en 2014 el premio mayor en el Concurso de Series de Ficción para Productoras con Antecedentes para Televisión Digital del INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) y a partir de entonces recibió cada vez mayor atención. En el año 2017 se estrenó en la plataforma de video a demanda del INCAA y ARSAT, CINE.AR Play, logrando mayor visibilidad hasta transformarse en una de las ficciones más vistas por el público de la plataforma. Luego llegó a la televisión de aire por la TV Pública y el Canal 10 de Córdoba y en 2018 obtuvo el máximo premio en los Martín Fierro Federal, premiación que organiza la Asociación de Periodistas de la Radiofonía y Televisión Argentina (APTRA). Tal fue su alcance y relevancia que llegó a ser adquirida para su reversión en México, titulada La muchacha que limpia (HBO, 2021) y en Estados Unidos, The Cleaning Lady (FOX, 2022), entre otros países. En este artículo vamos a centrar el análisis en la primera de las versiones.

El argumento de la ficción (que las tres series comparten) gira alrededor de la historia de una joven madre que brinda servicio de limpieza y que, por un poco de mala suerte y por su gran habilidad con la limpieza, termina por convertirse en la chica de limpieza para la mafia. Así, la protagonista de esta ficción se mueve constantemente al filo de un límite muy delicado entre la supervivencia y la complicidad. Se destaca su rol materno como motor fundante de sus acciones, tema que hemos analizado ya en otras ficciones y que volveremos a retomar en este artículo.

Comencemos por dar un poco de contexto a esta producción. A partir de 2015 en Argentina surge el movimiento #niunamenos que reúne en una masiva marcha históricas consignas feministas en torno al pedido de justicia por las mujeres y travestis asesinadas por causas de violencia de género y la insistencia en la búsqueda de otras desaparecidas. Desde este hito en adelante, se puso en agenda las palabras femicidio y travesticidio, los conceptos de crímenes de odio por razones de orientación sexual y discusiones en torno a la idea de patriarcado, entre otras. Este momento de efervescencia de los feminismos y de sus consignas se venía propagando por toda latinoamérica y estalló con las históricas y multitudinarias movilizaciones NUM. Si bien La chica que limpia se rodó un año antes de este evento histórico para Argentina, el clima de época ya marcaba una tendencia hacia la crítica a la violencia de género que en la serie se evidencia con mucha claridad.

Así entonces, nuestra serie acompaña al personaje de Rosa (Antonella Costa) a través de 13 episodios de 25 minutos en donde la vemos convertirse en la encargada de limpiar las escenas de crímenes de una red criminal que, entre otras cosas, se dedica a la trata de personas y el narcotráfico en la ciudad de Córdoba, Argentina. Al nivel del personaje, hay algunos elementos que se destacan porque confluyen en la representación de un personaje arquetipo que los feminismos vienen discutiendo en torno a la figura de la mujer cis heterosexual, de clase media/baja, “buena madre” y “buena víctima”. Estos elementos son el nombre (Rosa) que además se escenifica en su vestimenta de color rosado y que es fácilmente asociado a lo femenino y a su rol como servicio de limpieza.

En otros artículos hemos definido al género como producto discursivo y social, es decir, como el resultado de la reproducción de discursos institucionales, epistemologías y prácticas cotidianas dentro de una determinada cultura que se adapta a cada sociedad y a cada momento histórico con el objetivo de constituir individuos concretos en esa sociedad. En el tradicional modo de concepción binario de nuestras sociedades los sujetos son constituidos desde su nacimiento como “mujeres” y “hombres” y se les impone modos de ser y habitar los cuerpos en función de lo que la sociedad denomina y reconoce como “lo masculino” y “lo femenino”. La vestimenta, los comportamientos y hasta los colores y los gestos son determinados por el sexo asignado al nacer y determinan las posiciones que los sujetos ocupan en la sociedad. Entre los muchos estereotipos que aún existen sobre la feminidad, las tareas de cuidado y limpieza son dos roles fuertemente arraigados y asociados a las mujeres cisgénero que además, si pensamos en términos interseccionales, se asocia a mujeres de clase media y baja, a las que se les agrega un imaginario de sumisión y obediencia que las convierte en víctimas fáciles para hombres tan malvados como los villanos de esta serie.

Rosa es madre soltera con un hijo enfermo, aparentemente no tiene estudios formales y se dedica a trabajar para una empresa de limpieza y para un club de boxeo hasta que la mafia la obliga a ser su empleada. Hemos hablado ya en otros artículos cómo el rol materno se configura como un eje fundamental que define el comportamiento de los personajes femeninos en la ficción, y Rosa no es la excepción. Ella asume la carga de ser sostén económico de su hijo enfermo y es capaz de hacer cualquier cosa por salvarlo, incluso convertirse en cómplice forzada de la mafia. Sin embargo –y aquí está la ambigüedad moral de esta historia– ella es una “buena víctima” ya que es forzada a ser cómplice y no ingresa al delito por su propia voluntad. No tiene otra opción que aceptar, porque la alternativa es ser asesinada y dejar a su hijo huérfano. Así, Rosa es la buena víctima, a diferencia de Brigitte (Camila Sosa Villada), único personaje travesti y trabajadora sexual de la serie que asume y encarna todos los prejuicios que el imaginario colectivo tiene en torno a su comunidad: personas pobres y solitarias que sólo pueden recurrir a la prostitución para ganarse la vida.

A su vez, tenemos al menos tres niveles de complejidad en los cuales se observa cierto abordaje con perspectiva de género. En primer lugar, una mirada superficial de la serie arroja lo obvio: la ficción aborda la violencia de género a partir de femicidios, secuestros con fines de explotación sexual y narcotráfico (mulas), red de trata, grooming y abuso sexual. Desde un punto de vista un poco más profundo, podemos hacer un análisis interseccional, desde el cual observamos que en la serie confluyen problemáticas de violencia de género y de clase, en tanto que los personajes caracterizados como víctimas pertenecen a clases bajas o populares. Y en este sentido vale agregar que en la serie se destaca esta pertenencia de clase como un factor que expone a la violencia de manera diferencial, ya que la falta de dinero o de acceso a un trabajo bien remunerado, o bien, la falta de acceso a un tratamiento económico para su hijo, obliga a Rosa a aceptar el dinero que ofrece la mafia por su trabajo. En este sentido, en un nivel más profundo de este análisis, podríamos decir que Rosa representa una imagen arquetípica de la víctima de violencia de género. Todo, desde su rol temático, hasta su comportamiento, indica que es una mujer, con trabajo de mujer, rol social de mujer y destino de mujer: víctima.

Desde un punto de vista crítico diríamos que esta construcción arquetípica de la mujer víctima tiende a exagerar ciertos estereotipos. Cabría aquí la posibilidad de preguntarse por el libre albedrío de Rosa y si es posible retratar víctimas más complejas y no tan pasivas cuando planteamos ficciones con perspectiva de género. sin embargo, la potencia de esta ficción en el marco de su contexto de producción deja ver la necesidad de seguir pensando y representando las distintas realidades y escalas de violencia que sufren las mujeres y las personas del colectivo LGBTIQ+ en nuestras sociedades patriarcales. A lo largo de los trece episodios, La chica que limpia nos muestra la complejidad y a la vez la necesidad cada vez mayor de abordar estas problemáticas.

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