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Cuando la maldad acecha en alpargatas y bombacha de campo

“Donde giran en su horror ignorado
Sin orden, sin brillo y sin nombre.”

(H. P. Lovecraft)

De las grandes hazañas alcanzadas por Demián Rugna con su poderosa propuesta en Cuando acecha la maldad, quiero destacar una que, dicho a título personal, es la que transforma a esta película en una obra que deba ser recordada por largo tiempo en un catálogo de fundamentales del género:

Recibirlo a Lovecraft en nuestro campo, hacer que pase la tranquera, invitarlo a que nos aterre con una historia suya a la vera del fogón, y cebarle un mate.

Hacía tiempo que una película de terror –y juro que veo todas las que salen- no me desesperaba así. Sospecho que gran parte de ello se deba, como decía, en apaisanar un caos profundamente lovecraftiano. La historia contiene muchos de los tropos típicos de Lovecraft como lo desconocido e inenarrable, la locura, la superstición y la sabiduría que se esconde en los pueblos, el conocimiento de lo mistérico, las texturas grotescamente repulsivas, lo indefenso del hombre frente a amenazas que no puede siquiera comprender.

La intuición lovecraftiana de quitar de todo el marco teórico al dios de cualquiera de las religiones con el objetivo de conseguir un clima de completo caos y desorden, en donde no haya espacio para la justicia, y las buenas o malas acciones queden sin premios ni castigos, puede contrariarnos a priori con el lore que plantea esta película. Lo mismo que la objeción de que el horror cósmico se vale de entidades completamente foráneas a nuestro planeta que vagan sin rumbo desde hace eones por el espacio.

El gran truco de esta obra, sin embargo, es que jamás terminamos de develar del todo el misterio de la Maldad que nos acecha. Y resulta típicamente de Lovecraft que, si bien estos terribles seres no respondan a ningún tipo de panteón identificable, porque tal orden no exista en el universo, sí hayan sido venerados o temidos por las distintas culturas a lo largo de nuestra historia.

Lo que en ocasión de esta obra nos acecha en la vastedad de nuestro campo, adquiere conceptualmente razón de embichado y encarnado, pero en realidad se trata de una Maldad que nos trasciende completamente, y que corrompe y aniquila todo lo que toca. Una Maldad a la que no podemos llamarla por su Nombre. El caos y el horror sin dios.

Todo se nos presenta tan desordenado que nos invade la más honda pavura. Este mal dista de ser un castigo divino (como la típica novela gótica o la clásica película de casas embrujadas). En este caso, los protagonistas se encuentran librados ante el azar más temible, sin orden, ni justicia, ni nada bueno que esperar. En el absoluto silencio del campo en la noche, y de un dios muerto según nos deja claro el guion.

El ritmo de la película es un grandísimo acierto, y responsable en muy buena medida de lo bien que funciona. A los pocos minutos del inicio irrumpe el conflicto que, una vez presentado, no hace más que escalar hasta el final, sin tomarse el tiempo para ningún tipo de descanso. Muy tempranamente se nos hace saber que estamos en una carrera desesperada, con muy pocas probabilidades de salir ilesos, y que todo lo que viene irá empeorando.

El ritmo in crescendo y el clima de la película nos envuelven en una atmosfera por demás claustrofóbica, todo el tiempo se nos enrostra que no hay escape, y todas las variables que circundan a los protagonistas son siempre las peores, y del peor de los modos posibles. Hasta la vibración de un teléfono, o la repetición hasta el hartazgo del nombre de un demonio logran exasperarnos cuando todo está cuidado y pensado para que enloquezcamos junto con los personajes.

Otro gran motivo por el que la película nos desespera es que apela a todo lo que conocemos. Empatizamos enseguida con una historia que podría transcurrir en cualquier campo y en cualquier pueblo que conozcamos. Todo el tiempo nos arroja un lenguaje familiar tanto a nivel visual como por medio de los diálogos, el acento, y fundamentalmente el mito que acecha en el fondo.

La película cuenta con una narrativa muy sólida, actuaciones completamente a la altura, y una fotografía hermosa. No creo que sea menor destacar el primer plano a la bandera argentina, durante el momento más climático de la película, en el contexto actual donde el cine nacional, y el arte en líneas generales, son cuestionados, y desfinanciados en un ataque explícito.

Desde que empieza la trama somos invitados a presenciar el desarrollo de una tragedia griega de manual cocinada a fuego no tan lento. No hay espacio ni resquicio alguno para la libertad. Incomoda y blasfema a cada rato, sin miedo a lo tabú que quizás resulte contar cuan espeluznantes pueden llegar a ser los niños, o cuántas cosas escabrosas tal vez subyazcan en las familias más normales.


Cuando acecha la maldad capta perfectamente los elementos fundamentales del mito de cualquiera de nuestros pueblos, los deconstruye y tras una elaboración personal nos presenta una desesperante obra de arte que promete angustiarnos lo que dure la película y no defrauda. Tematiza grandes problemas del horror pero logra ofrecernos una interpretación nueva, vital y autóctona.

Poné el agua para los mates Ari Aster, tenés que ver este peliculón.

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