undefined_peliplat

Un detective suelto en Hollywood – Axel F: Vuelve el último policía alegre del siglo XX

La saga de Un detective suelto en Hollywood es recta como una flecha y la cuarta parte lo reconfirma desde una secuencia de títulos, hoy de vieja escuela por el simple hecho de aparecer al inicio, como debería volver a ser. A eso le acompaña la inconfundible sonrisa de Eddie Murphy (otra vez en la piel de Axel Foley) mientras maneja por su ciudad natal, Detroit. Todos los conocen y todos lo insultan amigablemente o intercambian bromas a su paso. Ese el hábitat natural de este policía cuyo combustible es meterse en casos donde hay problemas, y siempre él es el que resulta apercibido. Sin embargo, nada impide que a su edad lo encontremos, por ejemplo, tras la pista de unos ladrones que pretenden hacer un robo durante un partido de hockey sobre hielo. Lo que aparente ser una salida con un compañero policía para disfrutar de un evento deportivo rápidamente se transforma en un arresto en desarrollo, su colega admira a Axel y lo demuestra con una serie de confesiones sobre la labor profesional. La conversación gira velozmente hacia una malinterpretación racista, de la cual nuestro protagonista disfruta al presenciar los malabares lingüísticos de su compañero por intentar retractarse. Hace su entrada triunfal uno de los mejores recursos de Eddie Murphy: su imitación de voces de blancos.

A los pocos minutos Axel y su socio ya están en una persecución modo disparate a bordo de una máquina quita nieve tras unos delincuentes por el centro de la ciudad. El debutante Mark Molloy exhibe, en esta secuencia de acción, una muñeca especial para una acción clásica, una estrategia que no cede en ningún momento de la película. Más adelante arma una pequeña y eficaz escena de tiroteo entre unos sicarios y el propio Foley en el medio de una avenida en Beverly Hills. No hay un montaje vertiginoso que impide comprender los espacios ni la ubicación de los personajes, tampoco se perciben trucas visuales para dar un aire de tecnología tilinga, como sí lo demuestra en cada entrega la saga Bad Boys. Así como se señala un rasgo autoral en directores y guionistas, es justo mencionar al enorme Jerry Bruckheimer -para ubicarlo en la misma columna- un productor de largo aliento y recorrido por la industria. Primero junto a su socio Don Simpson y luego en solitario, tras su muerte. A pesar de tener un director distinto en cada parte, la saga Un detective suelto en Hollywood siempre mantuvo una homogeneidad en sus narraciones y, especialmente, en sus construcciones de momentos de acción. El principal distintivo está en ubicar a Axel Foley en una situación extraordinaria, pero a la vez ridícula. En esta oportunidad la gracia está en hacerlo conducir los vehículos menos pertinentes para las persecuciones: un quitanieves, un auto de tres ruedas para policías de tránsito, etc.

Como en las películas anteriores, Foley está obligado a regresar a Beverly Hills para resolver un asunto policial. En esta oportunidad es para ayudar a su hija, Jane (Taylor Paige) una abogada de una gran firma envuelta en problemas por defender a un hombre acusado injustamente de asesinar a un policía antinarcóticos. En el medio Billy Rosewood (Judge Reinhold), ahora en su faceta de investigador privado alejado de la policía, se encuentra desaparecido después de dar con una pista que podría ayudar a Jane. Con una preocupación y un misterio se encuentra nuestro héroe regresado a las calles de Beverly Hills, en un contraste absoluto en comparación a las de Detroit. La saga siempre sirvió, además de las cuotas de entretenimiento, como una puesta en escena de la decadencia de ese recinto de la California más grasienta y bañada en plástico. Desde aquella primera entrega dirigida por Martin Brest hace cuatro décadas, todo representaba un cruce entre dos Estados Unidos separadas por un interior casi inconmensurable de creencias, fe, racismo y estilos de vida varios.

Entre el Este más gris, sintetizado en la fabril Detroit, y el Oeste bronceado con un dorado zanahoria chorreante se ubica Axel Foley, un personaje que nunca buscó zanjar diferencias ni mostrarse como pintoresco del “interior”, más que nada las características de su aura de gracia y luminosidad siempre fueron las encargadas de resplandecer en el barro de una sociedad despreciable, nutrida de nuevos ricos o de ricos desesperados por esconder su miseria debajo de alfombras. Precisamente en las cuatro películas los villanos son personajes que pretenden subir dentro de una escala social o, al menos, no caer en un abismo de pobreza. Lejos un azar, el guión cruza diferentes líneas sobre la razón de ser policía. Mientras Axel disfruta todavía de la adrenalina, jugar a interpretar personajes y atrapar malos, tenemos a Taggart (John Ashton) el viejo compañero de Billy ahora como jefe de policía y a Jeffrey (un estupendo Paul Reiser, que hace mucho con nada) también en una posición jerárquica, ambos como lideres están agotados. Taggart decidió regresar de la jubilación para evitar a su esposa, aunque el trabajo le trae complicaciones de salud, mientras que Jeffrey todavía gozaba de la labor policial, pero para salvar el pellejo de su viejo amigo Axel decide retirarse de la fuerza. El único que parece seguir los pasos de Axel es Billy, un personaje en las antípodas de ese joven de la primera parte, ahora es un hombre afectado y casi arruinado en la más baja estofa del trabajo detectivesco, casi como si se tratara de un personaje de un film noir. Lo cual tendría total sentido si pensamos que Los Angeles está muy cerca de Beverly Hills. Otro viejo conocido que dice presente es Serge, el magnífico personaje interpretado por Bronson Pinchot, el excéntrico galerista y maestro de acentos inclasificables.

Entre los mayores méritos de Un detective suelto en Hollywood – Axel F. está en presentar a sus personajes como motores de cambio, es decir la narrativa de esta película es la nueva iteración dentro de un mundo ya construido como saga, y no la necesidad de mostrar, por ejemplo, a un Axel deconstruido o manifestando un discurso sobre la cancelación o sobre aquello que no se puede decir más. Ni siquiera los nuevos personajes; su hija y el detective Abbott (Joseph Gordon Levitt) son mensajeros bien pensantes de los tiempos actuales, solo son de otra generación frente a los viejos personajes. Es así que Eddie Murphy no reflexiona sobre ser un dinosaurio en otra era, ni tampoco se describe como un viejo que no puede hacer cosas que antes sí, al mejor estilo Roger Murtaugh en Arma mortal. A Murphy no se le nota el paso del tiempo, se quita de encima la mochila de tener 63 años con una línea de diálogo en la primera persecución, cuando su compañero le dice: “La mayoría de la gente de tu edad toma trabajos de oficina para relajarse”, a lo que su personaje responde: “Yo me relajo así”, mientras unos maleantes les disparan.

Ni siquiera la producción por parte de Netflix contamina a esta cuarta parte que, si no fuera por los celulares y algún que otro elemento tecnológico de este siglo, tiene más espíritu de los 80 y de los 90 que cualquier imitación nostálgica de los últimos años. Las capas temáticas e ideas están muy por debajo de la hibridación de la acción y la comedia, casi como un estandarte de este modelo nacido con 48 horas de Walter Hill, lijado un poco por la nombrada Arma Mortal y llevada a un público más amplio, antes, con Eddie Murphy y su chaqueta universitaria aquí en Un detective suelto en Hollywood. Una película a contracorriente de todo, también de los turbulentos y espesos tiempos de un Hollywood sin rumbo ni norte tras varios fracasos de taquilla y lejos de arribar a una lectura fina sobre las causas para pensar un futuro. La irrupción de un armado de guión clásico y con una figura como Eddie Murphy -una estrella de otro tiempo y con una edad contraindicada por los cerebros del marketing de los estudios- hacen que la miseria de la meca del cine se vea más brillante. La secuencia de un viejo Axel Foley sonriente manejando una destartalada camioneta (fabricada en Detroit) en su regreso a Beverly Hills, con caras que lo miran con desprecio, resulta ser una gran metáfora del estado de las cosas en la mayor industria del cine.

Más recientes
Más populares

No hay comentarios,

¡sé la primera persona en comentar!

3
0
0