Principios de la década pasada, no recuerdo bien el año. En ese entonces mi yo que se encontraba en sus 20s comenzaba a adentrarse en un cine mucho más introspectivo, no tan comercial. Ese yo se quería escapar de una gran porción de su realidad: trabajaba en una zona de la Capital Federal atestada de gente por doquier, escuchaba los gritos de los llamados “arbolitos” (personas que comercian por lo general con los turistas el dólar para cambiarlo por pesos argentinos, etcétera) que desesperadamente pedían no sólo por querer ganar más comisiones sino también por hacerse un lugar en la cuadra peatonal, se y pasaba por al lado del saxofonista que en la esquina de un reconocido bar tocaba siempre la misma canción a la misma hora.
Ese mismo saxofón hizo eco por aquellos días cuando una película que había comprado recientemente (no existía el streaming y yo no tenía computadora) llamada Taxi Driver comenzaba con ese mismo instrumento en la inigualable banda sonora compuesta por Bernard Herrmann. Una película que marcaba un inquietante paralelismo con la rutina de aquel entonces. Apenas le di play al DVD me pude ver a mi mismo conduciendo ese taxi amarillo, observando como un búho el comportamiento de las personas en la calle y queriendo, de cierta manera, deshacerme de lo que yo consideraba “peste”: aquel título me había tocado la moral como ninguna lo había hecho hasta ese entonces. Luego de finalizada y mirando el techo así como lo hace Travis en su departamento, recuerdo haber mirado para mis adentros y decir:
Estoy frente a una película atemporal. Una película que, por más
que la vuelva a ver este mismo año o la vea dentro de cincuenta,
siempre va a generar lo mismo en mi cabeza.
Recuerdo también haberme preguntado: ¿Como puede ser que sienta este título tan personal, tan universal? Taxi Driver era la primer película que veía del director, pero unos meses después, habiendo visto Los Infiltrados sin saber que estaba dirigida por él, me pasaba algo único también: había reconocido al director de una película sin saber que era de él. Quizás fue en ese entonces donde entendí que estaba ante un autor. Esa manera de entender al séptimo arte fue la que seguí (y actualmente sigo) durante el transcurso del tiempo. Reconocí que las motivaciones, las inquietudes y las aspiraciones de los verdaderos genios de este arte son las que los moldean, pero también las que mantienen ese “toque” y “estilo” a lo largo de los años.
Ahí es cuando mi amor por el cine de Tarantino y Nolan, por decir algunos de los más conocidos, se elevaron. Pero también por el cine de Robert Bresson, de Lynne Ramsay, de Andrei Zvyagintsev y de otros tantos (e injustamente) desconocidos realizadorxs. La autoría se convirtió en la palabra clave para mi. La palabra que moldearía también mi acercamiento a cómo querría abordar el cine no sólo desde el pensamiento, sino también desde la concepción. Demasiado pronto después de ver la película protagonizada por Robert De Niro comencé a escribir lo que pensaba en el viaje de dos horas que tenía todos los días arriba de un colectivo, comencé a sentirme reflejado en Travis Bickle y su indiferencia, su repugnancia hacia los demás. Y mi soledad se hizo cada vez más grande…
Mis sueños de poder realizar siquiera algo parecido a lo que había presenciado con el viaje existencialista de ese conductor de taxis comenzaban a tomar forma, y más después de ver una entrevista al director en donde alienta a jóvenes a que se arriesguen a hacer cine. Había caído en la cuenta que hacer una película no era algo tan costoso o aparatoso: se necesitaba una buena historia y ponerle mucho corazón al proyecto. Entonces con mi celular filmaba lo que creía que era digno de encuadrar. Me filmaba a mi mismo, filmaba a una persona que paseaba al perro o simplemente filmaba a la oscuridad que me acechaba en las calles de los suburbios cuando regresaba a mi hogar todas las noches. ¿Que quería demostrarme? ¿Me había tomado el consejo de Scorsese muy en serio?
La lucha de Travis contra el sistema que lo colapsa lentamente a la insania quizás no la pueda tomar como inspiración para mi propia vida, pero me sirvió como punto de partida de mi viaje cinéfilo. Y quizás el día de mañana, alentado por ese Scorsese que me empujó a querer hacer cine, siga mi propio camino. ¿Quién me lo impide?
POR JERÓNIMO CASCO
2 de JULIO del 2024, 15.38 PM | UTC-GMT -3
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