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Todo niño sensible sabrá de qué estamos hablando

“Cine como sueño, cine como música. Ninguna forma de arte va más allá de la consciencia ordinaria como el cine, directo a nuestras emociones, profundo en el cuarto crepuscular del alma”.
Ingmar Bergman

Las etiquetas nos dan tranquilidad. Nos permiten clasificar la multiplicidad de fenómenos de este mundo y así sentirnos con la calma de poder controlar y comprender mejor lo que nos rodea. Cuando hablamos de cine de terror las etiquetas se multiplican: gore, splatter, slasher, exploitation, clase B, horror elevado, terror surrealista, cine de zombies, cine de monstruos, etc. Las etiquetas nos orientan, nos permiten saber de antemano si lo que vamos a ver podría gustarnos o no, por ajustarse a una temática que nos interesa. Sin embargo, el poder de las etiquetas es lo suficientemente grande como para expulsarnos y dejarnos afuera de experiencias que no imaginamos sólo porque no encajan en nuestro molde. El valor de la tranquilidad que nos ofrecen en nuestra comprensión del mundo es proporcional a la pérdida de nuevas vivencias.

Hace algunos meses I Saw the TV Glow (2024) comenzó su recorrida por festivales. Es la tercera película de Jane Schoenbrun, y la que se estrena luego de We´re all going to the world's fair (2021). No solo cuenta con la distribución de A24 sino que también es producida por Fruit Tree, la productora que Emma Stone fundó en 2020.

Cualquier reseña o artículo que circule en internet sobre la película antepondrá a la experiencia espectatorial las etiquetas que la definen. Privilegiar el análisis del film de Schoenbrun desde los conceptos conocidos que despliega anularía la propuesta central del film: dejar que el monstruo de la melancolía abandone lentamente la pantalla para hacerse carne en nosotros. Si hay una película en la que toda definición es limitante, es esta. I Saw the TV Glow propone una emoción que debe ser vivida antes que encasillada o racionalizada.

Lo que viene a continuación servirá para marcar una base desde la cual pensar qué tipo de experiencia espectatorial propone la película. Consideremos el desarrollo argumental como una información necesaria para entender la historia del film. Recorran los siguientes párrafos con la tranquilidad de saber que ningún spoiler se avecina.

Estamos en 1996. En la primera secuencia, la cámara avanza lentamente por la calle de un barrio suburbano. Hay marcas de tiza en el asfalto, señal directa de la presencia de niños que disfrutaron de una tarde de juego al sol. Dentro de una de las casas hay oscuridad, se escuchan conversaciones entrecortadas de una tv que está en pleno ejercicio del zapping. Frente a la pantalla, un chico llamado Owen (Ian Foreman) observa la publicidad de un programa de televisión para adolescentes que se llama The Pink Opaque. La luz rosa de la televisión tiñe su cara fascinada ante lo que vé. Este descubrimiento le permitirá vincularse con Maddy (Brigette Lundy-Paine), una compañera de escuela más grande que él, fanática de la serie. El primer encuentro se dará en una pijamada que significa no solo la primera aventura de Owen por fuera del control de sus padres sino la intensificación del nexo con Maddy, mediado siempre por la influencia que The Pink Opaque tiene en sus vidas. El borramiento de los límites entre realidad y ficción y el descubrimiento por parte del personaje de Owen adolescente (Justice Smith) de un vacío en su interior difícil de colmar serán el tema central de I Saw the TV Glow.

La premisa de la serie que los une remite a varios shows televisivos de los Estados Unidos de los noventa que se convirtieron en el punto de encuentro de toda una generación. Are you afraid of the dark? y Buffy: the vampire Slayer rondan en el imaginario de un espectador que sufrió la adolescencia en la última década del siglo anterior. The Pink Opaque cuenta la historia de dos jóvenes, Isabel (Helena Howard) y Tara (Lindsay Jordan), que se conocen en un campamento de verano y que descubren que están unidas por una potente y atemporal conexión psíquica. Aún viviendo en diferentes estados, esta habilidad les permite encontrarse en un plano psíquico donde descubren que deben luchar contra diferentes monstruos enviados por el villano Sr. Melancolía que intentará atraparlas en el Reino de la Medianoche. Las vidas de Maddy y Owen, sus problemas familiares y los conflictos propios del adolecer se desarrollarán en paralelo a las temporadas de la serie. Separar en I saw the tv glow la realidad de los personajes del aspecto ficcional del show atenta contra la propuesta experiencial de Schoenbrun.

Toda esta información, y nada más, es suficiente. I saw the TV Glow ofrece una experiencia que excede la historia que nos cuenta y el modo, en términos formales, en que lo hace. Denme el permiso de hablar de mi sensación, de la forma en la que la película se propone atravesar el recuerdo y la experiencia de una época perdida.

Si miramos el crepitar del fuego en una fogata y dedicamos algunos minutos a la contemplación de la noche, veremos al Sr Melancolía en la luna. Ese personaje, anclado en el universo visual de George Melies en su Viaje a la luna (1902), es la personificación del miedo y de la angustia que nos acompañará a lo largo de toda la película. La melancolía que traspasa la pantalla y nos liquida se desarrolla en diferentes planos. Dentro del plano metaficcional que es The pink opaque, la melancolía es representada por el mayor villano de la serie, aquel que busca hundir en el mundo aterrador de la medianoche a las dos protagonistas del programa. La serie representa para Maddy y Owen una primera instancia de autodescubrimiento y la posibilidad de identificarse con una realidad más bella e interesante que la suya. A veces The pink opaque parece más real que mi vida, dice Maddy a oscuras en el sótano de su casa.

La identificación de Maddy con los personajes de la serie resulta lo suficientemente profunda como para empezar a cuestionar los límites entre el mundo de la ficción y el de la realidad. Y lejos de definir esta cuestión como surrealista, el vínculo que ella establece con los personajes de la ficción no está tan alejado de la forma en que estamos habituados a consumir cotidianamente series televisivas. En Teleshakespeare Jorge Carrión analiza la serie Six Feet Under en un capítulo que se titula A dos metros descansan los personajes que perdimos y que lloramos y que nunca recuperaremos. El fin de la ficción es el inicio del duelo, la despedida de los personajes con los que crecimos y nos identificamos, la desaparición física de alguien que nos acompañó a transitar la realidad de forma más llevadera. Sin darnos cuenta, todos somos Maddy deseando que esos universos inventados que amamos formen parte de nuestra existencia.

En otro plano, la melancolía inunda todo aspecto de la existencia de Owen. Desde el encuentro semanal para ver a escondidas la serie, las charlas con su madre o su trabajo en el cine barrial. El reino de la medianoche es la suma de todas sus pérdidas y el reflejo de una película en la oscuridad de su habitación. La angustia que lo atraviesa es la de haber crecido siendo un cobarde. Es la de una pregunta que lo persigue recurrentemente: ¿Quien pude haber sido si me hubiera animado a tomar otra decisión?.

El último plano de la melancolía es el que golpea de lleno en la cara al espectador. El verdadero horror del film es su capacidad para construir un monstruo lo suficientemente grande como para atravesar la pantalla y anidar en nosotros una sensación de pérdida irrecuperable y una tristeza que parece no tener fin. I saw the TV Glow nos hace extrañar esa época en la que queríamos crecer, en la que nos apuramos por definir en quiénes nos íbamos a convertir. Una época en la que vivíamos sin saber que nuestros recuerdos comenzaban a definirse y a marcar quienes somos hoy. En esa nostalgia surge el horror. ¿Podemos confiar en lo que vivimos? ¿Podemos creer que nuestros recuerdos se ajustan a lo que efectivamente pasó?. ¿Cuánto de nosotros cambiamos, destruimos o embellecemos con la intención de poder sostenernos viviendo en el hoy? El descubrimiento de la precariedad del monstruo del helado por parte de Owen refleja el miedo de ser capaces de percibir realmente la calidad de nuestras experiencias pasadas. Es el cierre en el traje del monstruo, la etiqueta con el precio en un regalo de cumpleaños, el recordar a alguien con amor y que no sepa quiénes somos. Schoenbrun logra que la insatisfacción de los personajes se vuelva nuestra propia insatisfacción. Terminamos extrañando lo que podríamos haber sido.

El borramiento de los límites entre ficción y realidad en la película es equiparable a lo nebulosa que es la memoria humana. No podes elegir qué recuerdos vamos a conservar ni somos conscientes del modo en que las simples decisiones que tomamos en nuestra adolescencia van a determinar profundamente quiénes somos en la adultez. Está bien quedarnos con más preguntas que respuestas.

A esta altura ya no importa si I saw the TV Glow es una película de terror. Si esperamos encontrar el horror en la imagen y nos sentimos frustrados al no hacerlo es porque las etiquetas que obligatoriamente le ponemos a los films para comprenderlos nos terminaron jugando una mala pasada. El horror aparece en forma de melancolía y se despliega en un universo retórico y formal que apela directamente al plano emocional. A veces es necesario, casi obligatorio, vivenciar una película desde la emoción plena, anular todo análisis formal y privilegiar la experiencia espectatorial, esa que nos atraviesa en una sala a oscuras y que hace resplandecer nuestros ojos con el brillo color neón de la pantalla.


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