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Vivir rodando (1995), una comedia independiente cargada de metacine

Solo cuatro años después de la que fue su ópera prima, el director estadounidense Tom DiCillo obtuvo el Premio al mejor nuevo director en el Festival de Valladolid 1995 por la película que hoy reseñamos aquí, Vivir rodando (1995) —Living in Oblivion en su versión original—, una comedia independiente que a través del metacine trata de sacar a la luz lo que se esconde detrás de un rodaje.

Supongo que hay algo mágico de habitar en una casa en la que la filmoteca decora los pasillos de la sala de estar. Estantes llenos de DVDs de todos los tipos, carátulas originales y ediciones especiales del cine más diverso se ponen en mi mirada cuando alzo los ojos nada más despertar. Más allá de la calidad de la imagen y del sonido, el verdadero regalo es poder encontrar ese pequeño adjunto lleno de recopilaciones, entrevistas personales al equipo, making offs y hasta coloquios de todo tipo que los actores y la dirección han realizado tras su visionado.

Nada más terminar de ver la película, y tras lo que era mi primer visionado, el coloquio de Steve Buscemi, el actor protagonista que da vida al director Nick, junto a su director, Tom DiCillo, apareció inundando desde la primera hasta la última pulgada de la pantalla. Varias fueron las preguntas a través de las cuales articularon el discurso. Algunas hacían referencia directa al proceso de rodaje de la propia película, de la real. Otras reflexionaban en torno al rodaje falso de dentro de la obra. Y la gran mayoría se centraban en el periodo real de producción, la labor de sacar adelante una película independiente como esta y sus complicaciones.

Argumento

Vivir rodando (1995) es, como su propio nombre indica, una película sobre el rodaje de otra película. Una especie de juego de matrioskas en el que la película real captura otra falsa que lleva por nombre el mismo que el de la propia película; un auténtico trabalenguas. Aunque esto sucede solo en su versión original, ya que en español fue titulada como Vivir rodando y no como Living in Oblivion (Viviendo en el olvido). La “simpleza” del título en su traducción nos habla del contenido del relato, ni más ni menos. Al escucharlo, podemos imaginar que la historia trata de un rodaje, o de la forma de vida de la industria, por ejemplo. Sin embargo, el doble juego de realidad y ficción, un juego de espejos en el que nada es lo que parece, se da en el momento en el que el espectador comprende el verdadero significado de su versión en inglés. Viviendo en el olvido hace referencia a todo lo que en la película parece que sucede, pero en realidad no lo hace. Un sueño, dentro de lo que quizás es otro sueño, y una realidad en la que se representa un sueño. ¿Parece una locura, verdad?

Antes de profundizar en la estructura del filme, vamos a analizar lo que nos cuenta el relato. Nick, un director obsesionado por que su obra salga adelante, trabaja en lo que casi parece un rodaje amateur, por el pequeño equipo que la compone, la forma de trabajar y los constantes equívocos y problemas que van surgiendo. Lo que está claro es que se trata, como la propia película real —la de DiCillo— de una producción de cine independiente de bajo presupuesto.

El argumento de “Living in Oblivion”, la película interna que ruedan Nick y su equipo, tal y como se marca en la claqueta, no resulta demasiado complicado —aunque cabe decir que tampoco queda muy claro—.

A grandes rasgos podría definirse como un drama alrededor de una hija maltratada, un padre que abandona el hogar, una ruptura sentimental no demasiado profunda, una confesión materno-filial y algo parecido a un sueño más propio del estilo de Tim Burton que del cine quinqui. Son únicamente tres escenas las que nos dan la información de lo que sucede. Una película no demasiado seria. A pesar de los arduos intentos de su director por sacar la producción adelante, nada acaba siendo real —o por lo menos no lo parece—. Ya que en cuanto parece que la toma va a acabar siendo la buena, algo interrumpe la acción, hay un giro en los acontecimientos y todo resulta un sueño. Sí, sí, un sueño. Un deux ex machina en toda regla que soluciona lo que parecía no tener salida.

¿Recuerdas Ley de Murphy? Pues este rodaje cumple exactamente sus indicaciones; todo lo que puede salir más, lo hace. O mejor dicho: nada acaba de terminar de salir porque todo es mentira.

A nivel estructural, la película se compone a partir de tres escenas, siguiendo un claro juego de mise en abyme. La primera historia —aquella que se corresponde con la primera parte que DiCillo grabó en un inicio para que fuese un cortometraje— es el sueño de Nick, el director, que concluye en el momento del terrible pitido de la anécdota que ya hemos comentado mientras trataban de filmar la escena de la confesión materno-filial. La segunda parte termina siendo el sueño de Nicole (Catherine Keener), la protagonista de la película que están rodando. Y cuando todo parece que la tercera parte está abocada a ser un sueño más, no parece serlo. Eso sí, el rodaje consiste en filmar un sueño que la protagonista parece tener. Toda una locura de tres días de rodaje (o dos, o uno dependiendo de cómo se tengan en cuenta los sueños). El único punto de conexión entre las tres partes son sus personajes, el equipo que trata de grabar la película.

Y cuando todo parece estar a punto de terminar, a pesar de que todo parece tan real como la vida misma, DiCillo nos recuerda que el cine todo lo puede, regalándonos un final feliz tan clásico en las producciones de los Estados Unidos.

A través de toda una concatenación de preguntas que va a realizando el público asistente en el coloquio, la primera de ellas hace referencia precisamente a la propia estructura que sigue la trama. Dividida en estas tres partes independientes —aquellas que acabamos de mencionar—, el director explica que esta forma de organizar el “relato”, si es que puede llamársele así, surgió precisamente a raíz de una pregunta sobre su oficio como modo de vida. Al parecer un joven le preguntó acerca de lo maravillosa que era su vida rodando. Tras darle la enhorabuena por su primera película, Johnny Suede (1991), DiCillo comenzó a explicarle lo que había detrás de un rodaje, todas la complicaciones, la falta de inversión, la locura con los actores, los ruidos ajenos al set, etc. Fue ahí cuando se le ocurrió la idea de grabar una pequeña pieza —la que acaba siendo la primera parte—, sobre el proceso real del rodaje de una película. Una de las curiosidades más interesantes es que, gracias a la gran idea generadora que sin buscarlo le proporcionó este joven, DiCillo decidió ofrecerle un papel dentro del reparto y finalmente interpretó al técnico de la claqueta.

Como muchos podréis saber, una de las grandes complicaciones a la hora de producir y crear una película es la distribución de la misma. A menudo se dice que uno de los caminos más directos, aunque no el más sencillo, es la distribución de los largometrajes y cortometrajes en festivales, quienes proporcionan una visibilidad nacional/mundial y opta a cuantías económicas grandes si la pieza seleccionada va a concurso y finalmente resulta la ganadora.

Fue precisamente esta idea la que tuvo DiCillo para promocionar su pequeño cortometraje pero recordemos que hasta el momento solo tenía la primera parte rodada. Por ello, pronto se da cuenta de que al tratarse de una pieza de no más de 20/30 minutos, tendría problemas para ser admitida como cortometraje, mientras que tampoco llegaría a la duración necesaria para inscribirse como un largo. De ahí surge la idea de grabar dos partes más para completar la historia y poder considerar Vivir rodando (1995) una película en toda regla. De los cinco días que tardaron en rodar esa primera parte, tal y como explica el propio Buscemi en el coloquio, el rodaje tuvo que extenderse durante ocho meses más para completar las otras dos partes.

Metacine

Posiblemente el recurso más interesante de la película sea precisamente su temática: la idea de escoger el cine como centro del drama, nunca mejor dicho. Vivir rodando (1995) entra, ya desde su título, a formar parte de este subgénero cinematográfico sobre el “cine dentro del cine”. Su propio director la describió bien diciendo que la película es «una carta de amor-odio sobre la mecánica del cine». (...) «Me encanta este negocio, pero a veces siento que todo el proceso de hacer una película está diseñado para llevarte a un manicomio. Justo cuando un momento milagroso está cobrando vida frente a ti, la cámara se descompone y ese brillo frágil y fugaz de la belleza desaparece».

Todo en esta producción tiene que ver con la industria, desde la profesión de los personajes, el rodaje como única actividad, las complicaciones del rodaje como conflicto, la presencia de la claqueta con el nombre de la propia película (elemento que hace consciente al espectador del montaje y del artificio).

Otro punto verdaderamente interesante dentro de la charla que ofrecían en el making off fue el momento en el que DiCillo y Buscemi comentan sobre si hubo (o no) libertad para la improvisación a la hora de rodar. El director aclara de forma contundente que el rodaje no fue caótico ni desorganizado como se muestra el propio rodaje de dentro del film. Así, el recurso del metacine le permite jugar a la ambivalencia entre lo que es real y lo que no, como hemos analizado, y en este sentido, aclara que el rodaje fue cuanto menos pautado y siguiendo una estructura de guión clara y escrita de antemano. Sin embargo, confiesa que para una de las secuencias —aquella en la que Nick, el director, comienza a volverse loco tras escuchar un pitido que no cesa, y finalmente acaba despertándole de su propio sueño—, necesitaba la reacción real del resto del equipo ante la desmesura y locura en la que entra el director. Por lo que detrás de cámara, DiCillo le pidió a Steve Buscemi que hiciera exactamente lo que quisiese, dejándole total libertad para exclamar en voz alta lo que pasase por su mente en ese momento. Así, logró captar de forma improvisada al resto del reparto en su estado de asombro real.

Guión

Como se acostumbra en las comedias alocadas, los diálogos de Vivir rodando (1995) están perfectamente organizados para que la velocidad y el ritmo no caiga en ni un solo momento. Y cuando el silencio aparece, un ansiado segundo de silencio en el que poder rodar algo de interés, un sonido tan tonto como el de un pitito de despertador irrumpe la escena para llevarse todo por delante. En este sentido cada personaje cumple una función concreta para generar la comicidad, pudiendo hacer un paralelismo con lo estereotipado de una comedia clásica en el que cada personaje cumple un papel determinado: el absurdo, el clown augusto, el personaje al que todo acaba saliendo erróneo, la que no se entera de nada, un personaje que de por sí ya genera comicidad, etc. A lo largo de las tres partes, los personajes reaparecen en momentos concretos, haciendo que se genere un ritmo muy determinado. La brillantez del guión fue premiada en el Festival de Sundance en su edición de 1995. Y no solo eso, obtuvo también el Premio del público a la Mejor Película en el Festival de Deauville de 1995.

Cine independiente

Tal y como sucedía en el cine de Casavettes, entre otros maestros del cine independiente, producir y crear obras fuera de las grandes casas y del mercado comercial les conducía a colaborar frecuentemente con amigos/as y conocidos/as de la industria. En este sentido, DiCillo llevó a cabo Vivir rodando (1995) gracias a gran parte de su círculo cercano del momento. Amigos/as y allegados/as de estos participaron voluntariamente ocupando papeles decisivos del guión. Y no solo eso, sino que gran parte del reparto colaboró económicamente aportando parte del presupuesto de la producción. El rodaje del falso Living in Oblivion se acaba transmitiendo como si de una gran familia se tratase, tal y como lo era en la realidad.

En el material añadido del coloquio, DiCillo y Buscemi hacen especial hincapié en la decisión de crear por su cuenta, al margen del cine comercial y de los grandes presupuestos, esta pequeña película. Si bien en un inicio fue más algo impuesto que una elección, debido a que no encontraron financiación ni apoyo en las grandes productoras, una vez el cortometraje había sido rodado DiCillo expresa que las cosas cambiaron. Le ofrecieron un contrato de una gran cuantía económica para llevar a cabo las otras dos partes correspondientes y poder terminar la película. Y justo cuando iba a dar el sí para poder hacerlo, un amigo le ofreció su dinero para llevarla a cabo. Por lo que finalmente, la película acabó siendo una pequeña joya del cine fraternal e independiente de mediados de los noventa de los Estados Unidos.

El propio Buscemi confiesa en el coloquio su preferencia de trabajar en pequeñas películas de corte no comercial frente a las grandes producciones. Sin ignorar la diferencia económica que supone estar en unas u en otras, declara que desde siempre sus papeles en estas películas independientes le han parecido más profundos y con un desarrollo más interesante como actor. Tras Vivir rodando (1995), DiCillo volvió a contar con él para trabajar en Una rubia auténtica (1997).

Supongo que DiCillo solo trataba de retratar el cine como la vida misma y la vida misma como el cine. Y así nace esta joya.

Disponible en Prime y Apple TV.

Nahia Sillero.

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