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Rock Hudson's Home Movies: Los rumores eran ciertos

“Es un mundo muy rico en el que uno se pierde”

Mark Rappaport

Mark Rappaport es un cineasta y crítico que empezó a hacer películas a mediados de los 70s, películas con formas experimentales que cruzaban la narración y el ensayo como Mozart in Love, The Scenic Route, Chain Letters. A principios de los 90s, producto de un período de enfermedad que le impedía encarar rodajes como los habituales, se preguntó qué podía hacer en esas condiciones y echando mano del video empezó a producir una serie de ensayos de montaje concentrados en ciertas leyendas de la historia del cine. Rappaport trabajaba en un género al que denominaba “autobiografías ficcionales” y con el que parecía haberse entusiasmado no sólo por la posibilidad de reapropiarse de ciertos discursos contra la historia oficial del cine, sino también por las posibilidades de invención que este nuevo género así le brindaba: “La autobiografía ficcional, tal como le llamo, es una forma muy útil en la medida en que estructura el material pero también admite la digresión, rutas tangenciales y rulos. Hay muchos puntos de partida y siempre podés volver a la columna vertebral”.

Una de las primeras de estas películas fue Rock Hudson’s Home Movies, en la que Rappaport imagina un Hudson que nos invita a recorrer videos de su filmografía y rastrear las formas a veces más, a veces menos secretas, en que su sexualidad se expresaba en ellas. Para darle vida a esta ficción Rappaport convocó al actor Eric Farr, quien interpreta a un Hudson que nos habla de cara a la pantalla sobre fondos de sus películas en video (“ya en 1966, cuando hice Postcards, estaba la idea de la realidad de la película frente a la realidad del fondo”, cuenta el director en una entrevista) en una de las tantas capas sobre capas con las que juega la película. Este Hudson que nos habla desde la ultratumba es ya un Hudson actualizado a los 90s (acaso esto se note más hoy que en 1992, a cinco años de su muerte, ya que para nosotros la imagen de Hudson está hoy todavía más acotada a su existencia en pantalla de lo que podría haberlo estado entonces), y nos habla siempre desde la ironía y la jactancia por haber siempre logrado filtrar quién era en una industria que no admitía que una estrella asuma públicamente su homosexualidad.

El procedimiento de Rappaport (a través de la voz de Farr haciendo de Hudson) puede resultar violento en lo esquemático e ilustrativo de apropiarse de los fragmentos elegidos sólo para encontrar aquello que quiere ver. Tal vez sea cierto y la película no tiene tibieza alguna en asumir su carácter de apropiación y practicarlo a fondo, pero de cualquier manera esa forma con mucho de didáctico y el método que implica de recorte y montaje de clips permite igualmente aislar una belleza de los gestos constitutiva del cine y que permanece siempre un poco a salvo de sus interpretaciones. Además la película no deja de ser una forma casera, rara, mordaz de comedia, un dispositivo que asume también los juegos y posibilidades de la ficción, capaz de considerar humorísticamente su propia naturaleza por ejemplo cuando en un momento Farr/Hudson comparte uno de sus agudos comentarios mientras se seca el pecho desnudo con una toalla.

Rappaport va así pasando revista a lo que podríamos denominar un catálogo de la homosexualidad expresada indirectamente. Aislados en clips y con el ácido acompañamiento de Farr, esos gestos producen un inevitable gag ya que eliminan cualquier forma de lo indirecto y nos descubrimos observando una serie de deseos que no tienen nada de oculto, capaces de convencernos de que las películas no se trataban de ninguna otra cosa. A través de la variación sobre ciertos patrones de gestos (algo similar al trabajo de Luc Moullet en su libro Política de los actores) vemos a Rock Hudson practicar el arte de la evasiva con las mujeres, el beso interrumpido repentinamente (“besos interruptus”, le llama Farr/Hudson), los intercambios picantes con mentores (Otto Wagner, a su vez una especie de representación vicaria de Douglas Sirk) o “amigos” (por lo general se convierten en escenas de tipos que avanzan sobre él, muy notablemente Vittorio de Sica en Adiós a las armas). Con el paso de los años las indirectas de Hudson se encarnan cada vez más en forma de comedias, entre las que se destaca la trilogía filmada junto a Doris Day, y que llega a una apoteosis en Man’s Favourite Sport de Howard Hawks, toda una comedia de enredos apoyada en un personaje que tiene que fingirse pescador cuando no le gustan ni le interesan lo más mínimo los pescados ni la pesca (“y ya entienden a qué me refiero…”, comenta el Hudson de Eric Farr). Es la historia cinematográfica absurda de alguien que conquista el estatus de galán heterosexual mientras representa todo el tiempo lo contrario (y esto no impide que Hudson se pavonee un poco a lo macho de haber vencido en las peleas del cine a gente como John Wayne y Kirk Douglas).

Como película que tiene como tema al cine, Rock Hudson’s Home Movies no puede evitar ser también una confrontación con el envejecimiento, el paso del tiempo y la muerte. A medida que se encamina al final la película va adquiriendo otra aspereza, que se tiñe de ira cuando Hudson habla de las políticas ante el sida durante el gobierno de su colega Ronald Reagan. El estatus de la estrella y su belleza preservada espléndida contra el tiempo por las imágenes entra en una contradicción irresuelta con la fuerza a través de la cual el ensayo de Rappaport la hace chocar con traer al frente lo reprimido. El momento más lírico y feroz en este sentido es un montaje que representa el paso a la muerte y en él que Rappaport contrasta un discurso en una película que habla en un tono lírico y agradecido de la vida, la memoria y la muerte, que cruza con intervenciones de otra película en la que Hudson es amordazado en una camilla, rodeado de doctores. El choque provoca un efecto de verdad emocionante, capaz de transmitir a la vez una gratitud con “la máquina que captura el alma, así como la juventud” y un dolor contenido y finalmente liberado. Un huracán.

En un último gesto de amor hacia su personaje, el montaje le hace un regalo al niño que se enamoró del cine por el encantamiento que le produjo ver al actor John Hall en la película Hurricane. “Deseaba que el tiempo se detuviese, así podría ser lo suficientemente viejo para poder estar junto a John Hall como lucía en esa época”. El montaje, contra la historia, puede reunir dos películas distintas en una misma escena. John Hall está subido al mástil del banco a punto de realizar el salto que nunca pudo olvidar Rock Hudson. Pero ahora Hudson también está en el barco. Se saludan. Tal vez esta película nunca nos habló de otra cosa: por más esfuerzo que se haga por separarlos, no hay división entre deseos e imágenes.

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