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“Sarajevo, mon amour”: lo inconfesable del horror sostiene la mentira

Spoilers

Su título original es Grbavica (en algunos países, también llamada El secreto de Esma o La revelación de Sara). Grbavica es un barrio de la ciudad de Sarajevo, capital de Bosnia-Herzogovina, uno de los barrios más castigados dentro de una de las ciudades más castigadas durante la guerra de los Balcanes o guerras yugoslavas -esas que abarcaron la última década del siglo pasado-, en este caso a manos de fuerzas serbias.

Dentro de ese complejo conflicto étnico-político-religioso, que abarcó a las seis repúblicas que constituían la federación yugoslava (Croacia, Serbia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Bosnia-Herzegovina) y que devino en su partición definitiva, el sitio de Sarajevo es considerado uno de los asedios más prolongados a una ciudad que conocen los anales de la guerra de la era moderna, abarcando prácticamente cuatro años (1992 – 1996).


Para calibrar mínimamente el tenor de las atrocidades cometidas durante estas guerras balcánicas, recordemos que el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, creado en 1993 y en funciones hasta 2017, dictó sentencias por crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio, los crímenes más graves del derecho internacional, todos de carácter imprescriptible.


El nombre de Sarajevo, mon amour, con el que también se conoce al filme, es sin dudas un índice de lectura para el espectador, una alusión simbólica, además de un homenaje a Hiroshima, mon amour, la enorme creación de Alain Resnais. No hace más que hablar, justamente, de la afectación que aquel asedio provocó en la vida de sus ciudadanos, radical y traumáticamente modificada a partir de esos acontecimientos y esos días. Al igual que en aquel filme de 1959, en el que sus dos personajes centrales toman los nombres de sus dos ciudades de origen -Hiroshima, Nevers- debido a la significación que los sucesos experimentados en ellas tuvieron en sus vidas, marcándolas traumáticamente para siempre, aquí también el nombre de la ciudad arrastra la identidad de sus personajes, ciudad que los hace de algún modo ser lo que son, sujetos de una historia que a su vez los sujeta.


Asimismo, el nombre hace referencia a la canción “Sarajevo, mon amour” (Sarajevo, ljubavi moja), creada en los años 70, un himno popular en Bosnia-Herzegovina que manifiesta el amor por la ciudad y habla de su eterno renacer, como la primavera que sucede al invierno o los jóvenes que suceden a los adultos, reemprendiendo la vida constantemente (en determinado momento del filme, alguien la cantará). Sarajevo renueva los sueños como se renueva el amor por la ciudad. Amor que también reafirma Žbanić a través de su obra, aun desde las heridas abiertas de un pasado doloroso, aun desde el señalamiento de lo que no la complace en el presente.


Los horrores vividos en Sarajevo son una referencia ineludible y constante en el filme de Žbanić; sin embargo, elige no mostrarlos, no explicitarlos, no aparecen en extensos relatos detallados, menos en imágenes. Aquí no hay recuerdos vívidos, regresiones de tono psicoanalítico, menos aún flashbacks al momento de los hechos. Lo que hay es el estricto presente de las consecuencias de todo aquello, su gestión y su resultancia, su estricta afectación en el hoy de esos individuos y su sociedad.


En Sarajevo, mon amor, esos individuos son particularmente las mujeres.

Las violaciones masivas han sido un arma recurrente de las guerras; lo sabemos. Acontecen. Acontecen triste y casi como fatalmente. No por ello dejan de doler. La esperanza habla de futuro; lamentablemente, el futuro no parece hablar de esperanza. No a corto plazo, al menos. Sabemos que seguirán aconteciendo. Aquí no ha habido -ni habrá, me temo- bando de “los buenos”; tampoco ha habido dios -póngale usted el nombre que más le plazca- que haya podido detenerlas. El cuerpo femenino es un botín físico, psicológico y simbólico. La humillación, la degradación, la deshumanización de ese otro derrotado, que es ella pero que también es el grupo, parece hacer más ancha y festiva la victoria. Para agravar la situación, muchas veces esto provoca que la propia comunidad a la que la mujer pertenece la rechace, victimizándola nuevamente desde un nuevo lugar. ¿Dónde queda “su” lugar? Los padecimientos toman al individuo y lo atraviesan desde diversas artistas, por distintas vías. Así, ¿cómo es posible elaborar lo atroz?


Esma y Sara viven solas. Esma es estricta con su hija. Se parecen, no solo físicamente: ambas mienten, ambas emplean el golpe para cerrar un diferendo, ambas se sienten solas de alguna manera, ambas buscan abrigo en la otra. Esma es una mujer de mediana edad; es modista, pero no tiene un trabajo estable. Sara es una adolescente rebelde que cursa la escuela secundaria. Se aproxima el campamento de primavera junto a su clase; hay que pagarlo. Esma obtendrá otro trabajo, como camarera, en un club nocturno; mentirá que no tiene familia. Su finalidad es obtener el dinero que le permita costear el viaje de su hija. No asoma sencillo llegar al dinero requerido en pocos días. Sin embargo, Sara presenta una posible solución: en el liceo les han dicho que quienes son hijos e hijas de héroes, aquellos hombres víctimas de la guerra, los mártires de la causa bosnia, están exonerados del pago de la salida. Para ella, de acuerdo a lo que Esma le ha dicho, su padre es un héroe de guerra, por lo que no tendría problemas en viajar; se siente contenta. Lo único que resta es presentar el certificado de “shaheed” (mártir). No parece tratarse solo de dinero, sino también de estatus. Su madre, primero le explica que debe buscarlo, que no hay apuro; luego, ya cuando la fecha se aproxima inminente, le indica que no han hallado el cuerpo de su padre aún, por lo que debería realizar un trámite engorroso para obtener el certificado, que no se preocupe por el tema, que ella lo pagará. Sara comienza a dudar de su palabra. “¿Qué tengo de mi padre?”, pregunta la joven.

Esma y Sara juegan, ruedan en el piso, Sara queda encima de su madre, la toma de las muñecas, la espalda contra el piso; Esma se altera grandemente, ordena parar. Esma viaja en ómnibus, sonríe ante canciones adolescentes y un contrapunto que se genera entre ellas y un hombre que también canta; el transporte se llena y otro hombre queda parado junto a ella, junto a su hombro, sus ojos descubren la camisa abierta, el vello en el pecho, una cadena de oro; Esma se altera nuevamente y baja en forma intempestiva del ómnibus. En el club nocturno, alguien juega con un cigarrillo cerca de los senos de otra de las mozas del lugar; Esma y sus nervios otra vez a flor de piel; necesita una pastilla. Un soldado, un oficial, alguien uniformado baila desenfrenadamente, en otra ocasión, con una de sus compañeras -la ucraniana que le ha dicho que muestre más sus senos si quiere obtener mejores propinas-, la besa, la toca, se le arroja encima; Esma no lo resiste, debe abandonar el lugar; llora.


Con la simpleza de pinceladas como estas, Jasmila Žbanić nos va pintando la historia que pretende contar. Aquí no hay grandes y largos diálogos reveladores ni recursos cinematográficos singulares, hay sí una historia contenida, brillantemente actuada, sencilla, que se va tejiendo -o destejiendo- lentamente, sin prisa pero sin pausa hasta alcanzar el clímax dramático sobre el final, donde lo que tenía que estallar, estalla, y la verdad sale a la luz, conmovedora; aquí hay mucha sensibilidad, mucha integridad, mucha solidaridad femenina; hay mucha ternura hacia sus personajes; hay mucho amor y humanidad.

Afuera es invierno y la nieve sucia tapiza las calles; se escuchan los llamados a la oración desde las mezquitas; la gente fuma mucho, quizá demasiado; hay varones armados intentando hacer negocios non sanctos; los hombres pelean “como animales” -sostiene Esma-; hay quienes frecuentan “Identificaciones” con la esperanza de encontrar a sus familiares entre los cuerpos de la nueva fosa común hallada; las sirenas siguen sonando... Alguien pretende amar, pero no resulta fácil. Aun cuando las cosas parecen recobrar su ritmo habitual anterior a la guerra y cierta idea de “normalidad” pretende instalarse, el miedo y la fragilidad pululan.


Un lugar asoma como refugio, allí se reúnen las mujeres; quienes quieren hablar, hablan; alguien ríe en forma nerviosa; alguien cuenta; alguien canta; otra mujer protesta, necesita dinero; las mujeres reciben una suerte de subsidio que no alcanza para nada; alguien comenta que nadie sana sin hablar. Las mujeres parecen entretejidas, forman un solo cuerpo. Esma logra animarse y dice.


Afuera sigue siendo invierno y la primavera solo parece posible en nuestro interior. Sin embargo, un rayo de luz, un cachito de verde se cuela en el intersticio del dolor y del horror. La vida siempre puede más y el amor sigue siendo la respuesta. El arte también. Quizá nos ayude a ser mejores.


* * * * *


Ficha técnica


Título original: Grbavica

Bosnia-Herzegovina/Croacia/Austria/Alemania, 2006, 90 min.


Dirección: Jasmila Žbanić

Producción: Barbara Albert, Damir Ibrahimovich, Bruno Wagner

Guion: Jasmila Žbanić

Fotografía: Christine A. Maier

Música: Enes Zlatar

Edición: Niki Mossböck


Elenco: Mirjana Karanovic (Esma), Luna Zimic Mijovic (Sara), Leon Lucev (Pelda), Kenan Catic (Samir), Jasna Beri (Sabina)

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