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Federer: Twelve Final Days: el último baile (Prime Video)

El formato cuadrado y el pixelado de los primeros fragmentos de partidos de tenis que se ven durante los créditos de apertura son el síntoma inocultable de que datan de mucho antes de la irrupción de la tecnología HD en las transmisiones deportivas. A medida que avanzan las imágenes, su calidad mejora, hasta llegar a las que pertenecen a un pasado que está a la vuelta de la esquina.

Hay más de veinte años de distancia entre unas y otras, pero una cosa no cambia: con pelo largo o corto, con la explosividad de la juventud o el aplomo de la adultez, con calor o frío, en polvo de ladrillo, césped o cemento, Roger Federer domina la raqueta como si fuera una extensión de su brazo y coloca la pelotita verde exactamente donde quiere, ni un centímetro más atrás o a cualquiera de los lados. Verlo jugar en cámara lenta es una muestra cabal de que el deporte de alto rendimiento ejecutado lo más cercano a la perfección que se haya visto puede ser un arte.

Los datos del suizo son apabullantes: más de veinte años y 1.500 partidos como profesional, 103 torneos ATP ganados (20 Grand Slams), el jugador con más títulos y victorias en cemento y césped, el segundo con más coronas en polvo de ladrillo. Una era que coincide con el inicio del siglo XXI y que concluyó oficialmente el 23 de septiembre de 2022; cuando, a los 41 años, puso el broche de oro a su carrera jugando en dobles con el español Rafael Nadal el campeonato Laver Cup de Londres, tal como había anunciado a través de sus redes sociales un par de semanas antes. Fue uno de esos hechos que no por previsibles –hacía tiempo que se hablaba de su retiro a raíz de una seguidilla de lesiones– dejan de resultar dolorosos.

Saber decir adiós

Y es justamente a punto de grabar el mensaje con el anuncio cuando lo encuentra la cámara de Joe Sabia en Federer: Los últimos doce días (Federer: Twelve Final Days), el documental de Prime Video que, de allí en adelante, mostrará cómo son sus últimas semanas como profesional. A través de un voluminoso corpus de entrevistas que incluyen, además del propio Federer, a su esposa, periodistas y colegas de talla de Nadal, Andy Murray y Novak Djokovic, la película delinea los múltiples flancos que se le abren al futuro retirado.

El documental muestra la intimidad de Federer

Están las cuestiones deportivas, como el entrenamiento para llegar a punto a su despedida incluso cuando se cuerpo se empecine en lo contrario, pero sobre todo las dudas personales de cara ante un porvenir que deberá empezar a construir dentro de muy poco tiempo. No por nada Federer se quiebra en la entrevista cuando recuerda que, al término de su último partido, pensó qué sería de él. Más allá de apelar a algunas formas de la publicidad y de los docu-reality, lo que hay en Twelve Final Days, su núcleo más jugoso, es el tembladeral interno de un hombre que pronto dejará de ser aquello que lo definió.

Retomemos la idea de “publicidad” que mencionamos arriba. Si por momentos parece un institucional, es porque Twelve Final Days no fue pensada para exhibirse en público, sino como un registro familiar reservado para la privacidad del tenista. Apenas avisó a su equipo que llegaba la hora final y que lo anunciaría a través de un mensaje de audio publicado en sus redes sociales, desde su equipo de colaboradores contactaron a Sabia, quien tenía buena relación con Federer desde que, en 2019, le hizo una larga entrevista para la revista Vogue. Allí le preguntaron si convenía filmar el momento de la grabación. “Sería una lástima no hacerlo”, respondió.

Apalabraron un rodaje con dos cámaras para el armado de un cortometraje de entre 8 y 12 minutos que nadie sabía si Federer alguna vez que querría ver. Sabia invirtió quince mil dólares en equipamiento y voló a Suiza. Lo que imaginaba como un viaje de un par de días terminó siendo el primer par de brazadas para sumergirse en su intimidad durante las casi dos semanas que pasaron entre la grabación y el final de su participación en la Laver Cup.

Llamando a Kapadia

Sabia supo rápido que sus herramientas y conocimientos no estaban a la altura de la valía del material, por lo que le propuso a Asif Kapadia una codirección. Si había alguien en el mundo capaz de darle una forma interesante, era el responsable de Senna, Amy y Diego Maradona, un nombre clave del documental contemporáneo, especialmente de personajes ultra conocidos. Y qué personajes: quizás el piloto más popular de la historia de la Fórmula 1, una artista cuya obra es la punta del iceberg de una vida cargada de conflictos internos, inseguridades e insatisfacciones y el futbolista cuyos movimientos y dichos fueron virales incluso antes de que se adoptara el término.

Los últimos preparativos de la raqueta

Alejadas de los modos más habituales de las biografías audiovisuales y valiéndose únicamente de imágenes de archivo (muchas de ellas inéditas), las tres películas delineaban las múltiples aristas de sus objetos de estudio ante situaciones cruciales, como fueron los últimos años de carrera de Senna –con sus constantes enfrentamientos contra las cúpulas de la categoría y otros pilotos– y el paso de Maradona por Nápoli, sus años más gloriosos y, también, los más infernales.

Aquí, en cambio, las imágenes de archivo son un aditamento, un factor ilustrativo del pasado evocado a través de las palabras, y por primera vez el corte “oficial” (hay una versión extendida de Senna que difiere en este punto) de una película de Kapadia orbita mayormente alrededor de las entrevistas. Cuando Federer recuerda sus orígenes como alcanzapelotas en Basilea, por ejemplo, aparecen las inevitables fotos de la época, al tiempo que sus primeras victorias legendarias –venció, entre otros, a Pete Sampras y Andre Agassi, reyes del circuito durante la década de 1990– son traídos al presente a través de fragmentos de esos partidos.

Kapadia podrá ser un director interesantísimo, alguien con pleno conocimiento de las herramientas del cine de lo real y de cómo utilizarlas para que el pasado adquiera distintos significados desde el presente, pero no puede hacer magia cuando las condiciones impuestas por los productores implican maniatarlo.

La humanidad del deporte

Lo que no quiere decir que Twelve Final Days no tenga sus puntos de interés. El primero y más obvio es saciar el voyeur que llevamos dentro –qué es mirar películas sino espiar vidas ajenas– conocer las bambalinas del tenista y su intimidad. O, mejor dicho, lo que aquí se construye como intimidad, dado que es muy probable que la presencia del dispositivo que implica un rodaje –cámaras, técnicos, cables, luces y demás– modifique situaciones que, sin él, hubieran sido muy distintas.

La despedida del campeón

De allí, entonces, que el segundo punto de interés aparece cuando la película rompe con su esquema predefinido y de corte “oficial” retratando a un Federer apresado por las dudas y la inevitable tristeza de pronto ya no ser. Allí se despoja del peso del nombre del nombre, de los millones de dólares y las cientos de copas que engalanan su casa, para mostrar una fragilidad imposible de fingir. El hombre invencible, el que se cansó de ganar a todos y en todos lados, llora a moco tendido ante la cámara por el salto al vacío que implica su futura vida lejos de las canchas.

Los testimonios de sus grandes rivales (Rafael Nadal, Andy Murray y Novak Djokovic) conforman el tercer punto. Ocurre especialmente con el español, que enfrentó 40 veces a Federer con un saldo de 24 partidos ganados a su favor. Luego del desenlace de la dupla en la Laver Cup, afirma que enfrentar a Federer le generaba una sensación única, una mezcla de ansiedad, miedo, adrenalina y ganas tremendas de molerlo a puntos que ningún contrincante pudo –ni podrá– generarle. La certeza de que no volverá a sentirla le causa una tristeza tan profunda que no puede evitar llorar cuando lo cuenta. Porque Federer no sólo fue el mejor, sino que hizo mejores a sus rivales. Quizás ese sea su mejor legado.

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