undefined_peliplat

After hours (una ciudad que sólo existe de noche)

AFTER HOURS

No tomar café después de las 19hs. Mantener una dieta balanceada. Procurar dormir al menos 7hs 30’. Leer media hora antes de dormir. Caminar al trabajo para mejorar la circulación. Evitar pasar demasiado tiempo sentado. El hombre promedio esta rodeado de frases y deberes que lo único que hacen es ser una canilla goteando en su espacio de ocio. No sirven para adoptar medidas más sanas sino como un mantra que espera se le vuelva hábito antes que culpa. En algún lugar del cerebro de aquel trabajador que come una hamburguesa sahumada en polución en unos imposibles 5 minutos cuando faltan diez minutos para el mediodía en el centro de Nueva York, completamente atestado de tráfico y griterío hay una voz en el fondo que dice: “Pero mañana solo ensalada y cardio”. La peor instancia de la opresión al individuo es aquella que es ejecutada por el mismo ¿no? Qué agotador.

Por eso esta película comienza como lo hace. Paul Hackett tiene un aburrido trabajo de oficina donde –quizás por enésima vez en el mes- instruye a un joven nuevo empleado los diferentes comandos y protocolos que hay que recordar para realizar correctamente las operaciones en estas primitivas computadoras. Es 1985 y el humano citadino aun no ve la aurora boreal digital que nos sumirá para siempre en la ergonómica experiencia del algoritmo secularizado en la palma de la mano. El trabajador de ese entonces está más cerca del obrero de los 40’ que de aquel joven adulto que será su hijo cuando hayan pasado 15 años

Un monólogo del nuevo empleado quien esgrime que ese trabajo es temporal mientras vemos planos de lo que observa Paul: Dedos veloces y máquinas de escribir, papeles y balances viejos, retratos de hijos, peluches tipo Snoopy adornando escritorios chatos. Todo le resulta silenciosamente asesino. Mira la hora, pide disculpas al nuevo joven y se va. Dos hombres que ofician de porteros en el edificio – se podría presumir que trabajan ahí hace 30 años- están a punto de cerrar la puerta corrediza y le ceden el paso, dando rienda suelta a que llegue la noche y con ella el comienzo de la película. Al llegar a su casa lo vemos hacer zapping trasnochado con un control remoto gigante que parece una videocasetera. Lo último en tecnología...

Mientras lee “El trópico de Cáncer” de Henry Miller en un restorán 24hs, es interrumpido por la primera mujer rubia de su noche. El interés de ella en ese libro (una autobiografía real y ficcional en París con pasajes eróticos bastante explícitos) lo toma desprevenido. Una noche de la que nada esperaba releyendo un libro en un café se torna de pronto en una clara situación de seducción. Nuestro protagonista no es un adonis, pero tiene su encanto. Ella es en apariencia todo lo tierno y sexy que pueda caber en un metro sesenta y cuatro. El queda embelesado por su conocimiento, sus irreverentes arranques, hay algo en ella que lo llama. Ve en ella quizás la rebeldía del hombre que él no se animó a ser. Se despiden para luego reencontrarse algunas veces en esa misma noche, entre medio de corridas y escapadas de otras rubias.

Es una noche atípica para un hombre desacostumbrado a andar sin dinero. No se trata de un hombre de Wall Street, es apenas un empleado. Pero gozando de su departamento, su televisión y sus pequeños gustos, rápidamente se siente perdido cuando su billete de $20 sale volando por la ventana del frenético taxi al que se monta. Se ve obligado a improvisar toda la noche. Hay pocas ciudades más crueles que NYC sin dinero. Algunas desopilantes coincidencias lo van volviendo conspiranoico como si hubiera habido en esa maldita noche toda una confabulación perversa para hacerle perder la cabeza. Algo así, como “The game” (1997) con Michael Douglas.

Es esta una película sobre las soledades. Sobre la complejidad de abrirse paso en una ciudad arrolladora. Sobre el haber hipotecado los sueños por un sueldo fijo, por un beneficio cortoplacista que da techo y trabajo, pero no alimenta el alma. Sólo que, en vez de conocer cada historia desde la mísera intimidad del hogar, en esa soledad colectiva que llamamos edificio, salimos en medias a la calle mojada con el protagonista. Vivimos la crueldad, lo hilarante, lo pusilánime y la búsqueda individual en la selva de cemento que llamamos Nueva York. Las distintas historias nos llevan a ver un pantallazo de todo lo que puede suceder a pocas cuadras de distancia en una ciudad pujante pero todavía tierna. Una ciudad donde conviven artistas, ladrones, oficinistas, punks y dios sabe qué más.

Es una película alocada, sensible y poética pero no nos olvidemos quién la dirige… Scorsese pareciera obsesionado en la idea de querer mostrar el barrio en la metrópolis. Una Nueva York alejada de los rascacielos y de Broadway. Ese caserío antes de la bestia, antes del marketing. Una ciudad que nos fué prometida y aquellos que tuvimos la suerte de viajar allí, no la encontramos. No sé si será por impericia o por culpa del alcalde Giuliani. Lo cierto es que lo logra con creces. Se ven los departamentos venidos a menos, las calles sucias antes de la gentrificación, el bar abierto hasta tarde y el vagabundo queriendo ingresar una y otra vez. Es imposible no romantizar una ciudad con tanta historia, con tanta histeria con tanto hastío año tras año. Una ciudad que respira humo y exhala ambición. Donde todos intentan abrirse paso en un mundo que pareciera ser al menos un poco más justo (o palpable) que el actual, donde aquellas lógicas binarias ochentosas dieron paso al confuso amalgamamiento ético y estético actual.

Por eso quizás Martin vuelve una y otra vez al barrio que lo vió crecer, por eso el tango es tan precioso. Porque hablan de aquello que ya no está. Ver una película de Scorsese es como detenerte en una esquina cualquiera de tu barrio y notar que la baldosa de la esquina ha cambiado. Y, lo que es más: sentirte ultrajado porque eso no te fue consultado.

Una preciosa pieza que se apoya principalmente en las actuaciones ya que la cámara no tiene una gran presencia, con muchos interiores básicos y repetitivas escenas nocturnas de calle. Patricia Arquette merece una mención aparte por su desequilibrado personaje el cual habita con una soltura admirable. Griffin Dune es incansable de punta a punta con una extenuante demanda y algunas escenas muy difíciles de realizar. El resto del elenco –incluido el director que tiene un pequeño papel- acompañan acompasadamente esta obra con rostros que veremos (y mucho) en los años venideros. Altamente recomendable.

Más recientes
Más populares

No hay comentarios,

¡sé la primera persona en comentar!

5
0
0