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Vida bandida (2001): el trío menos mentado

Antes de convertirse en un chiste por su constante aparición en proyectos más que Clase B y -posteriormente- de ser una noticia melancólica al conocerse la enfermedad que lo terminó alejando de los sets de filmación, Bruce Willis fue una estrella y tuvo en los 90’s una de las carreras más interesantes de Hollywood, alternando entre éxitos de taquilla, películas de acción y apuestas por directores ignotos que luego se convertirían en verdaderos autores del cine norteamericano de las últimas décadas. Algunos ejemplos para entender su carrera en constante evolución son la comedia El halcón anda suelto de Michael Lehmann, la fantasía negrísima de La muerte le sienta bien de Robert Zemeckis, la ciencia ficción de 12 monos de Terry Gilliam, o las sorprendentes Tiempos violentos de Quentin Tarantino y Sexto sentido de M. Night Shyamalan. Pero además en esa década Bruce Willis trabajó para directores como Brian De Palma, Tony Scott, Robert Benton, Alan Rudolph, Robert Altman, Rob Reiner, John McTiernan, Walter Hill, Luc Besson o Michael Bay. Esto, que parece un recorrido por la guía telefónica (¿hay que explicarles a las nuevas generaciones lo que es la guía telefónica?) sirve en verdad para entender el lugar que ocupaba el actor dentro de la industria del cine norteamericano: como decíamos, una estrella, pero también un intérprete bisagra entre el cine de autor y los tanques más mainstream. Era, antes que nada, un comediante (uno de los buenos) y de ahí se entienden algunas de sus búsquedas.

Claro que no todas esas películas fueron éxitos de taquilla, pero eso es lo de menos: cuando Bruce Willis podría haberse quedado cómodo en la enésima copia de Duro de matar (la película que impensadamente lo convirtió en figura del cine: ¿un héroe de acción semi-calvo y sin la musculatura de los Stallone y Schwarzenegger de los 80’s?), lo que hizo fue buscar apuestas que le dieran a su carrera una dimensión diferente. El actor era una estrella con un carisma sin igual, un porte de actor clásico que funcionaba perfectamente en la acción, el drama o la comedia, y más preferentemente en la comedia lunática para hacerle honor a esa screwball comedy moderna que le permitió el salto a la fama: Luz de luna, una serie maravillosa que merecería tener un espacio para volver a verla. Era un actor cuyo talento estallaba en la pantalla, estaba hecho para ella. Entonces aquel espíritu alocado fue el que buscó Willis en muchas de las películas que protagonizó cuando quería escapar del esquemático héroe de acción, aunque curiosamente todas esas apuestas fracasaron en la taquilla o no despertaron el interés que merecían. Por ejemplo, El halcón anda suelto, una película llena de ideas, una comedia de robos con toques musicales en la senda de las comedias chics de los 60’s, donde el actor desplegaba todo su carisma. Un toque más retorcido fue su apuesta con La muerte le sienta bien, una comedia fantástica con elementos góticos, que resultaba una sátira furibunda sobre el universo de las cirugías plásticas y el desprecio al paso del tiempo; además de compartir pantalla con Meryl Streep y Goldie Hawn. En el inicio de la década siguiente, Bruce Willis haría una última apuesta por ese tipo de comedias: Vida bandida, de Barry Levinson, formando un trío (en el más estricto sentido de la palabra) impecable con Billy Bob Thornton y Cate Blanchett.

En Vida bandida, Willis y Thornton interpretan a dos delincuentes que escapan de la cárcel y comienzan una serie de robos a bancos, con el objetivo de cumplir un sueño con el dinero que vayan juntando. Lo singular es el modus operandi, lo que los vuelve estrellas mediáticas seguidas con atención por los programas sensacionalistas de la televisión: la noche anterior toman de rehén al gerente del banco, cenan con su familia, pasan la noche y a la mañana siguiente llegan con él a la entidad bancaria y cometen el atraco sin disparar un tiro. La película está contada a la manera de un flashback, con Joe y Terry (así se llaman los personajes) contando en una entrevista lo que los motiva a continuar en la vida delictiva. Para Levinson, un hombre de otro tiempo, los medios eran clave para entender a la sociedad, como lo dejó en evidencia también en farsas noventeras como Jimmy Hollywood o Mentiras que matan, y hasta muy marcadamente en Buenos días Vietnam, donde la radio era una suerte de salvación. Precisamente, Vida bandida tiene algunos puntos de conexión con la fallida Jimmy Hollywood. La realidad de los protagonistas cambiará con la aparición de una tercera en discordia, un personaje que es además un punto de quiebre para la película misma: la Kate de Blanchett es un huracán, un personaje que tiene la energía de una fuerza de la naturaleza que rompe con la dinámica de Joe y Terry. La presentación de Kate, cantando Total eclipse of the heart de Bonnie Tyler a los gritos mientras le hace la cena a su desagradable marido, es uno de esos momentos felices que el cine regala cada tanto. Como Jennifer Lawrence cantando Live and let die de Wings en American Hustle.

Puede que Levinson narre todo con un poco de confusión y que las diversas capas y tonos que la película propone se acumulen desprolijamente, pero lo que Vida bandida pierde en fluidez lo gana en una libertad y un desparpajo que hoy resulta infrecuente en buena parte del cine norteamericano. Incluso el trío amoroso que tienen los protagonistas, jugado con un nivel de libertad bien propio de personajes que en determinado momento deciden vivir al margen de la ley y no se hacen demasiados reparos morales por volver al camino correcto. El cerebral Joe, el hipocondríaco Terry y la locomotora Kate son el trío menos mentado, contradiciendo al tango. En ese sentido, la película es también una radiografía de un momento bisagra del cine de Hollywood, con Willis, Thornton y Blanchett cumpliendo más o menos con personajes arquetípicos. El aplomo de Joe tiene ese tono canchero que Willis supo construir con un toque de desaire; Thornton, conocido entonces por ser un actor de carácter, se completa de tics para interpretar a ese criminal neurótico; y Blanchett explota su esencia alocada bien australiana, en un momento donde comenzaba a llamar la atención de la industria norteamericana.

Y Vida bandida es, además, como buena parte de la filmografía de Levinson, una película imposible sin el cine. Sin el cine como referencia, pero también sin el cine como elemento vital para sus personajes. Eso se da aquí a partir de la presencia de Harvey Pollard (Troy Garity), un especialista en escenas de riesgo, amigo de Joe y Terry, que terminará siendo clave en la resolución: porque disimuladamente Vida bandida se convierte en una de trampas, subgénero que se puso bastante de moda en aquel entonces a partir de Los sospechosos de siempre. Si en definitiva para Levinson importan tanto los protagonistas en función de cómo son observados, hay un doble juego entre representación y realidad que se hace evidente en la utilización de los recursos del séptimo arte, de su artificio, para simular la realidad. Si el final de Jimmy Hollywood era pesimista al respecto, el de Vida bandida, bien a tono con el recorrido de sus personajes, es absolutamente festivo y amoral. Como decíamos, no es una película perfecta, pero es un tipo de película arriesgada, diferente, imprevisible, de esas que hoy se hacen cada vez menos.

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