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La magia de los Pulp Fiction

Cuando Quentin Tarantino lanzó Pulp Fiction estoy seguro que no se imaginaba que su película se convertiría en un fenómeno de culto.

Sí, la arrolladora historia de un par de gansters, John Travolta y Samuel L. Jackson, cambiaría el curso de la narrativa visual combinando magistralmente guión e imagen.

Antes de que se pusieran tan de moda los saltos en el tiempo al estilo más Dark, Pulp Fiction arranca con un principio que es final, y nos lleva de la mano, sin necesidad de un GPS, a profundidades psicológicas, existenciales, redención cuasi mesiánica, y un humor oscuro, por no decir negro para no ser politicamente incorrecto.

Uma Thurman, en una intensa, literalmente movida actuación, pues hasta baila, con sus pies que son fetiche de muchos, esos pies algo planos que vimos con ansiedad tratar de moverse en Kill Bill, nos da el personaje femenino icónico, que quedó inmortalizado en el poster de la película.

Si no eres religioso es posible que no te asombrara que la cita supuestamente bíblica de Ezequiel es una irreverente herejía, la justificación del matón moralista que manda al infierno a los bribones tramposos, o a cualquier mortal que se atreva a desafiar a un hombre que trabaja para el Jefe, el hombre de la misteriosa bandita o curita para cortaduras ligeras en la nuca.

Con un elenco de lujo, la ficción de comics baratos, que vendría siendo la traducción al español de Pulp Fiction, revivió no solo la carrera de un entonces apagado Travolta, sino que nos sumergió en el bajo mundo de la cocaína, las violaciones de gais blancos como forma de dominación racista, y la crisis de identidad del modelo americano. Este, donde las estrellas de Hollywood terminan siendo vendedoras de hamburguesas, malteadas de cinco dólares, clones de Marilyn con su vestidito blanco.

Son pocos los filmes donde un visionado cada vez que se repite, parece nuevo, o descubrimos que no nos habíamos percatado de algún detalle. Así es esta peli, que se puede comenzar a ver desde cualquier momento, ya que las líneas de tiempo se individualizan y convierten en pequeñas miniseries, al mejor estilo Netflix, contando historias real maravillosas, dignas de un García Márquez o un Cortázar.

Si las imágenes son de antología, un banquete visual, los diálogos son el sustento o base de la arquitectura o diseño de la trama, tejida con pericia, para dispararnos a la mente cuestiones vitales para nuestra existencia. ¿Somos los buenos? ¿O los malos? ¿O nadie es bueno ni malo? ¿Acaso es cierto que soy yo y mis circunstancias, y cada uno tiene momentos decisivos en que la conciencia nos lleva a decidir hacer lo correcto, simple y llanamente porque es mejor así?

Son tantas las poderosas razones para masticar cada encuadre, cada frase, cada título, que esta joya de Tarantino debe seguir apareciendo en algún lugar de la web, para poder seguir disfrutando del cine como obra de arte y fenómeno de comunicación más eficaz que las políticas socioculturales que los fans de las teorías conspirativas arguyen nos meten como la droga, directo por las narices.

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