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Entre el fuego y la tormenta

Se estrenó en Argentina La inocencia (2023), de Hirokazu Koreeda, uno de los directores fundamentales del presente. Es probable que los distribuidores hayan pensado que el título internacional, Monster, podía prestarse a confusión, pero no deja de ser más adecuado que el elegido. La película compitió en Cannes el año pasado, obteniendo el premio al mejor guion. Un reconocimiento entendible porque es una eficaz obra de ingeniería, con mucho cálculo (quizás demasiado) y precisión. También se ha destacado por la bella y en este caso simple música del recientemente fallecido Ryuichi Sakamoto, en su último trabajo. La película le está dedicada.

La inocencia sigue la línea habitual de Koreeda, aunque en este caso valiéndose de una estructura narrativa más compleja y laberíntica, un verdadero modelo para armar. También es el regreso a su país natal, tras dos experiencias que los llevaron a Francia y Corea del Sur. Su cine nos habla de la esforzada y muchas veces dolorosa construcción de los vínculos, y de la naturaleza de la verdad. Una verdad a la que hay que llegar descartando interpretaciones cómodas y juicios apresurados.

El tesoro de los inocentes

Minato Mugino es un chico que vive con su madre Saori en una pequeña ciudad del centro de Japón. Su padre ha muerto en un accidente. Algunos comportamientos extraños, como llegar a casa con una sola zapatilla o cortarse el pelo solo en el baño, que derivan en otros más peligrosos ponen en alerta a su madre, que supone que puede tener problemas en la escuela a la que asiste, cursando quinto grado.

Todo apunta al maltrato de un profesor abusivo, que pide disculpas al ser confrontado, pero que tiene a su vez otra versión de los hechos. Su compañero de escuela Yuri podría tener la clave para entender que le sucede a Minato.

Como en aquel notable film de Akira Kurosawa, Rashomón (1950), clásico moderno y postmoderno, no tenemos un hecho indiscutido sino diferentes versiones de lo ocurrido. La inocencia se estructura en tres partes, en la primera conocemos el punto de vista de la madre, en la segunda el del profesor y en la tercera, finalmente, la de Minato. Este procedimiento es muy eficaz para sostener el suspenso, aunque también se puede percibir que nos va llevando por un único camino. Hay indudable mérito de orfebrería en el guion premiado, responsabilidad de Yuji Sakamoto (hasta donde sé, sin ningún parentesco con el mencionado compositor) y es inusual que Koreeda recurra a un guionista, sólo lo había hecho en su debut en el cine, habitualmente se ocupa él. Este exceso de cálculo podría naufragar en manos de otro director pero en este caso se eleva de la mano de una puesta en escena muy cuidada, aunque se extrañe la enorme sutileza de trabajos previos.

Yori y Minato

Dos sucesos que conmocionan a toda la ciudad son claves para situarnos en el tiempo, el incendio de un gran edificio y un tifón que es a la vez amenaza y reinicio. Toda la acción se circunscribe a los días que median entre uno y otro suceso, que son revisitados desde distintas perspectivas que cambian (a veces por completo) lo que podíamos llegar a suponer, lo que no hace tan simple encontrar al monstruo del título original. Yuri tiene buenos motivos para pasarla mal, tanto en la escuela como en su propio hogar, aunque su actitud despreocupada genera confusión. Misma confusión que parece reinar en todo el plantel docente, no solo en Hori, y en particular en una directora que carga con su propia cruz, pero que protagoniza un gran momento de confesión mutua con Minato. Escenas como esa revelan la maestría del director.

Y por supuesto suceden muchas otras cosas que conviene no revelar, aunque está claro que todos esos frentes de tormenta afectarán el clima del final para, como dijo alguna vez el Indio Solari en la citada El tesoro de los inocentes, desatar nuestra tormenta que va a tronar por el dolor. La misma canción tiene otra frase más recordada que también se puede vincular: si no hay amor que no haya nada entonces.

Uno de los tantos momentos lúcidos de la película

Sobre el director

Hirokazu Koreeda nació en Tokio, Japón, el 6 de Junio de 1962. Sus primeros trabajos fueron mediometrajes documentales, el primer largo, August without him llegaría en 1994, y un año después su primera ficción, Maborosi. Tras un nuevo documental llegaría una bella película sobre el peso de los recuerdos que le valdría los primeros reconocimientos internacionales Afterlife (1998). Entre esos reconocimientos sobresale haber ganado el BAFICI en su primera edición. Su premisa es atractiva, en una especie de limbo entre el Cielo y la Tierra unos guías reciben a quienes acaban de morir y le piden que elijan un recuerdo propio para ser plasmado en una película que se llevarán a su destino final.

Su siguiente trabajo, Distancia (2001) le valdría la primera nominación a la Palma de Oro. Lo mismo ocurriría con Nadie sabe (2004). Koreeda ha tenido nada menos que nueve películas que participaron de ese festival, una cifra realmente significativa. Nadie sabe termina de definir el perfil de sus temáticas habituales y tiene puntos de contacto con su última trabajo, ya que habla de infancias vulnerables con sensibilidad y profundo humanismo.

Tras una película histórica y un documental llegaría otro de sus títulos más reconocidos, Un día en familia (2008), y otro vínculo con Argentina ya que este film obtuvo el premio principal en el festival de Mar del Plata de ese año. En este film Koreeda invoca el espíritu del gran Yasujiro Ozu para explorar las relaciones familiares y contar su historia de emociones contenidas.

Air doll (2009) es quizás su película más inusual, un cuento de hadas fuera de lo común sobre una muñeca inflable que cobra vida y sale a explorar el mundo cercano. Milagro (2011), en cambio, es un regreso a un terreno más conocido, dos hermanos que viven separados como consecuencia del divorcio de sus padres y sueñan con el milagro de la reconciliación.

Las mismas inquietudes están presentes en De tal padre, tal hijo (2013) y Nuestra hermana menor (2015), melodramas contenidos sobre lazos familiares que se construyen con paciencia y decisión, lazos que a veces pueden ser ficción pero no por ello terminan siendo verdaderos.

Después de la tormenta (2016) comparte con La inocencia la utilización de una tormenta como excusa y climax dramático, aunque aquí no se trata de niños sino de un padre que debe recomponer su imagen. The third murder (2017), en cambio es un viraje al terreno del policial.

Somos una familia (2018) es probablemente la suma de todos los elementos mencionados previamente, condensados de la mejor manera. No es de extrañar entonces que se haya quedado finalmente con la Palma de oro. Más allá de cualquier distinción es la que yo recomendaría para entrar en el mundo de este director.

Lo que siguió fue una versión “for export” de su cine, muy típica de director consagrado que se inicia con La verdad (2019), filmada en Francia con un elenco que incluye a Catherine Deneuve, Juliette Binoche y Ethan Hawke, y culmina con Broker: intercambiando vidas (2022), hecha en Corea del sur y con grandes estrellas del cine de ese país, como Song Kang-Ho. Más allá de las diferencias siguen muy presentes algunos de sus temas habituales, como la revelación de dolorosos secretos del pasado en el primer caso y las familias ensambladas en el segundo.

Por todo esto, y si bien hablamos de un director que se corre poco de su línea habitual, se puede entender a La inocencia como un regreso a las fuentes, a un cine tan esencial como el fuego y el agua.

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