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Crítica: Hojas de otoño (Fallen Leaves, Aki Kaurismäki, 2023)

Spoilers

Hojas de otoño (Fallen Leaves, 2023), dirigida por Aki Kaurismäki, cuenta la historia de Ansa (Alma Pöysti) y Holappa (Jussi Vatanen) quienes viven deambulando de sus rudimentarios trabajos a las calles de Helsinki y, luego, de regreso a sus casas; anhelan algo, pero no saben qué. Una noche se conocen en un karaoke y sus vidas comienzan a transformarse lentamente.

La más reciente película de Kaurismäki, el director más conocido de Finlandia, se podría describir como una comedia romántica que rehúsa ser catalogada como tal. Tiene algunos de los elementos claves de este subgénero, como la pareja enamorada y algunas situaciones cómicas de enredos, pero es una historia atípica, que busca aparentemente marcar una distancia emocional con el espectador, y en la que los personajes callan más de lo que dicen, aunque quieren decir mucho.

Ansa trabaja arduamente como acomodadora en un supermercado, pero lo hace de forma monótona y aburrida. Su rutina consiste en ir de la casa al trabajo y de vuelta a esta en las noches. Vive sola y en una situación económica precaria. Intenta distraerse con la radio, pero las noticias hablan mayormente de la guerra actual entre Rusia y Ucrania, así que prefiere escuchar música.

Holappa es diestro en su trabajo como obrero, pero esto se ve afectado por su afición a beber en horas laborales; su forma de trabajar es mecánica y sin alegría. No tiene casa propia, así que vive en una suerte de albergue para obreros. Las noticias del conflicto entre Rusia y Ucrania narradas en la radio no parecen afectarle, y puede leer sin problemas mientras escucha el horror de las mismas. La mención constante a esta guerra sitúa a la historia en un tiempo más o menos preciso y, especialmente, acentúa el desasosiego del contexto en el que se mueven los personajes.

Los protagonistas ―junto con el resto de personajes que pueblan las calles y los establecimientos de la limpia y fría Helsinki― son rígidos, solitarios y ni siquiera encuentran verdadero estímulo en el karaoke, la bebida ni en la vida nocturna. Están desconectados no de la vida, sino del placer de vivir. Sin saberlo, caen lentamente como las hojas de otoño, marchitándose, esperando la llegada del invierno.

La primera vez que presenciamos un atisbo de emoción en ambos está en su primer encuentro, similar al amor a primera vista. Esta escena es significativa para la narración porque desencadenará el resto de escenas, y para los espectadores, quienes ahora intuyen que Ansa y Holappa al fin encontraron lo que estaban buscando sin saberlo: el deseo de amar y ser amados.

Pero como Hojas de otoño no es una comedia romántica tradicional, la historia va por derroteros diferentes, puesto que se siente como si los protagonistas continúan sin experimentar una transformación real: Ansa sigue sin encontrar disfrute en lo que hace, y hasta es despedida de su trabajo por regalar comida vencida, sin casi protestar; Holappa le comenta a su amigo Hannes Huotari (Janne Hyytiäinen) que está deprimido, pero nos resulta aún más deprimente cómo lo dice.

Antes de su segundo encuentro significativo, se ven un par de veces, incluyendo una en la que Ansa ve a Holappa dormido ebrio en una parada de autobús, mientras unos jóvenes intentan robarlo con la misma desgana que sienten los demás personajes. Aquí radica uno de los logros del filme: es cómica sin parecer esforzarse. El patetismo y la apatía de los personajes está filmado de forma genuina, siendo capaz de arrancarle carcajadas no menos genuinas a los espectadores, por ejemplo, cuando Hannes canta en el karaoke con la monotonía frecuente o en la escena en que Holappa ve impávido el cemento cayendo en la carretilla y salpicando su ropa. Nos reímos tal vez porque identificamos nuestro día a día con el de ellos; la rutina puede tener su propia gracia.

En este punto, el trabajo actoral de Pöysti y Vatanen recuerda al de Buster Keaton y Bill Murray, íconos de la comedia melancólica. Las constipadas expresiones faciales y la moderación de los movimientos corporales de Pöysti y Vatanen logran capturar con humor y emoción la esencia contenida de sus personajes y dicen mucho más sobre sus ánimos y frustraciones de lo que parece.

El segundo gran encuentro entre los protagonistas tiene lugar en una cita en el cine que, de forma más o menos evidente, está presente en el resto de la historia. La película que ven es Los muertos no mueren (The Dead Don´t Die, 2019), del director estadounidense Jim Jarmush, otro poeta del absurdo y la cotidianidad. Esta escena (en la que vemos simultáneamente a Bill Murray en el antedicho filme, dicho sea de paso) es significativa porque muestran un poco más de emoción, y por crear un inteligente juego reflexivo e intertextual entre ambas películas: los estilos de los dos directores son bastante parecidos, a pesar de que provienen de latitudes e industrias diferentes; y si bien nosotros nos podemos identificar con los aletargados personajes de Kaurismäki, estos se asemejan temáticamente a los zombis de Jarmush.

El cine se nos presenta de nuevo cuando Holappa, después de perder el papel con el número de Ansa, hace guardia fuera del cine al que asistieron, esperando a que ella aparezca; y también en el nombre del perrito abandonado que Ansa adopta (Chaplin). De esta manera, Hojas de otoño hace una lectura delicada y nostálgica sobre cómo el cine está en nuestro día a día, su capacidad para inspirarnos a ser un poco mejores personas e insuflarnos ánimo incluso cuando nuestras existencias y el mundo se caen a pedazos.

Los espectadores deseamos que se reencuentren porque intuimos que esta puede ser la mejor oportunidad que tendrán para ser felices. Ellos también lo intuyen, puesto que después de su breve discusión ―por el deseo fundado de Ansa de que Holappa deje la bebida― ella pasa de un trabajo anodino a otro, viéndose más hundida; y él es despedido de su nuevo trabajo y bebe más y más. El montaje paralelo, que va de uno a otro para compararlos, nos insinúa no solo que son más parecidos de lo que creen, sino que van camino a una tenue autodestrucción por no poder estar juntos.

La fotografía con tonos azulados y grises, mayormente pálida como es usual en el cine europeo, y con una iluminación naturalista; así como la maravillosa música, algunas veces triste y otras veces alegre, pero siempre muy acertada en cada escena, realzan la belleza implícita en esta historia acerca de la rutina, el patetismo y el amor.

Sobre todo la selección musical, con semejanzas a la de Deseando amar (Fa yeung nin wa, Wong Kar-wai, 2000), es fascinante porque, por una parte, varía los estilos de las canciones (mambo, tango, rock ligero, por mencionar algunos) e introduce una agradecida luminosidad a la trama; por otra, las letras de las canciones de nombres impronunciables como Aamuöiseen sateeseen (de Rauli Badding Somerjoki) o Syntynyt suruun ja puettu (del grupo Maustetytöt) no solo describen la situación de los personajes, sino que los acompañan en su comedido cambio emocional.

En la última parte, cuando Holappa decide dejar la bebida, buscar a Ansa y el tren lo atropella, nos sentimos apenados por ambos. Pero como en el cine lo que sucede fuera de campo no siempre es determinante, nos alegramos por la nueva posibilidad que la historia le brinda a la pareja de estar juntos y a nosotros de acompañarlos. Y en la última toma, una preciosa referencia al final de Tiempos modernos (Modern Times, Charles Chaplin, 1936), Holappa y Ansa, acompañados por su Chaplin, se van juntos imperfectos, atravesando un camino cubierto por hojas otoñales, más vivos que nunca.

Fallen Leaves explained (2023) - Colossus

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