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Berlinale 2024: el verano de los osos de oro

Spoilers

Sobre Un movimiento extraño, de Francisco Lezama, y Dahomey, de Mati Diop.

En medio de un parque que parece un bosque, el Volkspark Friedrichshain de Berlín (el parque del pueblo del barrio de Friedrichshain), se instala un cine al aire libre. Es el parque más viejo de la ciudad, y dentro de él hay muchas cosas: una una fuente de agua (la Fuente de Cuentos de Hadas, Märchenbrunnen), un hospital, una campana de la paz (regalo de Japón a Alemania), un monumento a la guerra civil española. Después de la segunda guerra mundial, el parque perteneció a la zona este de Berlín y, por lo tanto, a la República Democrática Alemana. El parque fue famoso porque allí se hacían los festivales mundiales de juventud y estudiantes, y estaba lleno de piletas, lugares de deportes y todo tipo de instalaciones para la juventud socialista.

Esta semana hubo en este lugar, mezcla de bosque encantado, monumento y marca de un país que ya no existe, una proyección de las dos películas que ganaron el oso de oro en la última Berlinale: Un movimiento extraño de Francisco Lezama y Dahomey de Mati Diop. Dos películas que en principio no tienen nada que ver la una con la otra: una argentina, la otra francesa pero filmada mayormente en la república de Benin; ficción/documental, etc, se encontraron en la pantalla y generaron algunas alquimias. Y es que las dos películas exploran sus espacios y a sus personajes con una sensualidad inesperada. En la primera esa sensualidad está ligada a un deseo que circula libremente. En la segunda, tiene que ver con la superficie de la película, que parece una piel que se va dejando ver de a poco.

El corto de Francisco Lezama sigue a Lucrecia (Laila Maltz), una chica que trabaja de guardia de seguridad nocturna en un museo. Lucrecia está inquieta y consulta a su péndulo, que le anuncia un feroz aumento del dólar y un robo. Mientras recorre los espacios vacíos asustada, pasa por algunas obras en exposición. Su linterna pasa como un barrido sobre las obras, dejando ver fragmentos, y crea un movimiento entre cada una, como si fuese un fundido diferido. Un barrido lleva a otro, una pieza lleva a otra. Es como si tocara las cosas y al tocarlas las hiciera visibles. Así funciona más o menos narrativamente la película: Lucrecia va tocando cosas y personas, y cada una se incorpora a la narración con su vida propia.

Las obras son del artista argentino Pablo Suarez, y estaban expuestas en el museo Malba, entre fines del 2018 y principios de 2019, cuando se firmó la película. La exposición “Narciso Plebeyo”. La luz pasa por cuadros de plantas y por esculturas de cuerpos desnudos, especialmente uno dispuesto en cuatro patas, sobre cuyo culo, piernas y genitales la luz va y viene. A Lucrecia la echan del trabajo por tener conversaciones sexuales con un compañero por walkie-talkie, y decide invertir la indemnización en dólares. El dólar sube, como sucedió efectivamente en 2018, de 26 a 40 pesos (vista desde ahora esta catástrofe parece un sueño). Lucrecia gana un poco de tiempo, y conoce a un chico que vende dólares en la calle Florida, a quien le cuenta de la app de encuentros sexuales entre hombres, grindr. Ahí él conoce a un chico, y luego se juntan los tres. Lucrecia consigue otro trabajo de guardia de seguridad nocturna, pero esta vez no en un museo con obras de arte sino en una fábrica de vasos de Starbucks, frente a una villa.

Lucrecia y el dólar son un poco como esa famosa frase de Renoir: lo terrible de vivir es que todo el mundo tiene sus razones. La relación que la película tiene con el dólar parece ser esa. La circulación del deseo está atada al valor del dólar: siempre en aumento. Especular con eso es una forma indirecta de colaborar con la inestabilidad económica del país, pero también una manera de ganar un poco de tiempo, o un poco de espacio. Así, las soluciones de Lucrecia y los que la rodean parecen ser todas provisionales. La película acompasa ese ritmo del movimiento en la ciudad y del dólar siendo muy precisa y compacta: en 22 minutos sucede un mundo de cosas. Muchos paneos y un montaje muy veloz acompañan el vértigo de tener que tener las propias razones, siempre. Hay otra cosa interesante: nada produce sensación de drama y, a la vez, suceden en ella cosas graves (personales y colectivas). Es la velocidad la que se lo come todo.

La película de Mati Diop, Dahomey, acompaña un movimiento histórico. En noviembre del 2021, 26 tesoros del reino de Dahomey -hoy República de Benin- fueron devueltos al país por el gobierno francés. Habían sido robados, junto con otras miles de piezas (7000 en total), durante los avances coloniales de 1892. Residían, como tantos otros objetos saqueados por Francia, en el Musée du Quai Branly – Jacques Chirac, un museo de arte “no europeo”, obras de cuatro continentes obtenidas por medios dudosos. La película registra los momentos en que las obras son guardadas en Francia por los trabajadores del museo, su llegada a Porto Novo en Benín, su recepción por parte de toda la población en las calles, con canto y baile, el proceso de desempaquetar y exponer las obras, la llegada de las autoridades nacionales y locales a la exposición, sus ideas sobre esta restitución y, sobre todo, un debate público dirigido por los estudiantes de la universidad de Abomey-Calavi sobre lo que significa esa repatriación.

Dahomey también tiene, como Un movimiento extraño, muchas claves de sensualidad en sus movimientos. Una de las primeras cosas es que vemos, en medio de este registro documental de un proceso de repatriación, un lento zoom in al quizás protagonista de la película, la estatua del rey Ghèzo, cuya voz -una voz en off grave y cavernosa, escrita por un escritor haitiani, Makenzy Orcel- acompañará el avance de las cosas con ideas y preguntas. La estatua parece despertar después de más de un siglo, y se encuentra con que ahora se llama “26”, el número de objeto que le han asignado. Piensa en su patria perdida, y más piensa en ella cuando la ve de nuevo, transformada. Se pregunta muchas cosas, sobre todo por su nombre y por ese viaje, y la voz se desintegra cuando el objeto recupera completamente su nombre: Rey Ghèzo.

La película está llena de movimientos suaves, momentos en imperceptible cámara lenta, duplicación de la imagen a través de reflejos en las vitrinas que muestran los objetos. Produce una imagen que tiene superficie rugosa, como una piel que se materializa en la pantalla. Esa piel tiene distintas formas, y la película es no sólo el registro de un momento histórico sino de la captura y creación de sensaciones físicas a partir de este evento central. La forma en la que la gente ve estas obras de arte devueltas, el calor de la ciudad, la luz del día y la noche, la circulación del agua que riega las plantas del palacio donde se exponen, gratis y para todo el mundo, los objetos son ejes centrales en Dahomey. La emoción tan compleja de ese momento está reflejada en esa forma de las cosas. Es como la linterna de Lucrecia en Un movimiento extraño: una luz que puede tocarte.

La discusión entre los estudiantes universitarios parece una película de los años 70s, de militantes tratando de responder a la eterna pregunta de Lenin: ¿qué hacer? Esos objetos vuelven a Benin, y es una fiesta. Pero hay otros miles que fueron robados, y recibir sólo 26 parece un insulto. Quizás en otros 200 años, dice alguien, recibamos 4 más.Los objetos no son técnicamente obras de arte, sino objetos de culto. La exposición dentro de un museo es algo en lo que pensar, dicen los jóvenes. La discusión está entre ver este momento como un triunfo (como una celebración política) o como una derrota (la constatación de una dominación que parece no terminarse nunca). La película no lo resuelve, sus ideas están en otro lado. No es pensar si algo es bueno o es malo, sino entender qué es en términos de los sentidos: cómo se ven, cómo hablan, qué formas y movimientos traen a Benin estos objetos. Diop observa el fenómeno como un paisaje, que como todo retrato de paisaje, es algo construido y altamente artificial. Pero la pregunta de si es esto una celebración o un funeral sigue flotando en el aire. Es la pregunta que, en este caso, hace que la historia se mueva hacia adelante.

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