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De objetos a sujetos: mujeres en las series contemporáneas

Spoilers

En las últimas décadas, la ficción audiovisual norteamericana comenzó a ampliar los límites en la construcción de imagen de la mujer. Esto ocurre tanto en películas como en series, pero particularmente estas últimas se han convertido en un excelente laboratorio de exploración de esos límites gracias a las posibilidades de difusión que brindan las plataformas.

A fines de los 80, teóricas muy relevantes como Teresa De Lauretis advertían que el cine dominante (o sea, el de Hollywood) ubicaba a la mujer en un orden social particular de inferioridad frente al hombre como sujeto productor de la cultura. Esta idea fue gérmen de diversidad de críticas feministas al cine y el audiovisual, pero en la actualidad cobra mayor sentido gracias a movimientos como el #Niunamenos en América Latina o el #Meetoo de Norteamérica que nos han llevado a preguntarnos por el rol de las mujeres en todas las esferas de la sociedad en general y en el arte en particular.

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Quizás sea gracias a estos movimientos, o quizás sea otra jugada más del capitalismo que absorbe todo intento de resistencia, pero lo cierto es que en los últimos años, las producciones audiovisuales proponen, cada vez más frecuentemente, protagonistas mujeres con más facetas y ya no aquellos personajes vacíos de sentido y producidos unicamente como objeto de consumo masculino. Una de las principales razones de estos avances tiene que ver con la proliferación de series impulsadas por las plataformas de contenidos. Desde que aparecieron las plataformas no solo se ha multiplicado la cantidad de contenidos dirigidos al público femenino, protagonizados, producidos y dirigidos por mujeres, sino que además el feminismo ha ejercido su influencia sobre la audiencia que se convierte ahora en un agente crítico de relevancia, exigiendo cada vez más contenidos adecuados a un tipo de espectador formado en estos debates. Así, hoy en día nos encontramos ante un aumento de contenidos con enfoques inteseccionales que incorporan factores de edad, diversidad étnica y social en la construcción de sus personajes.

Pensemos por ejemplo en The Handmaid’s Tale (HULU, 2017). Esta es una serie que hoy ya se considera paradigmática cuando de debates feministas se trata. Cientos de críticas y análisis se han producido, ya sea escritos o no, sobre esta serie en particular. Sea para destrozarla o para ensalzarla, es una producción que amerita el debate. Y esto sucede por diversas razones.

En primer lugar, por su temática o premisa narrativa. Ya sabemos que el planteo general de la serie es la violencia hacia las mujeres por medio de la puesta en práctica de una serie de mecanismos de disciplinamiento y prohibición de derechos extremadamente violentos y dolorosos. Hasta ahí es fácil ponerse de acuerdo y asumir que el mundo que plantea la serie no es deseable y nos invita a reflexionar sobre los procesos históricos y sociales de lucha y resistencia que han asegurado el modo de existencia que habitamos en el presente y la fragilidad de esa misma existencia. Incluso nos invita a pensar que mientras muchas mujeres vivimos en la comodidad de nuestros hogares, con trabajos más o menos estables y con una independencia garantizada por Estados de derecho, miles de mujeres al mismo tiempo viven sumergidas en contextos de extrema violencia, total falta de autonomía y con sus vidas en constante peligro.

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En segundo lugar, podemos pensar su planteamiento en torno a la idea de maternidad. Aquí la cosa se pone más peliaguda pues no hay concenso total sobre lo que debe significar la maternidad. Incluso dentro de los movimientos feministas existen posiciones polarizadas en torno a este tema y por ende se vuelve un tópico delicado. Desde un punto de vista teórico, muchas autoras han estudiado el tema y han concluido que como rol social, la maternidad es un mandato social en constante variación a lo largo del tiempo, pero que tradicional e históricamente ha sido asociado a la figura de la mujer como símbolo de feminidad. Por lo cual su rechazo implica un fuerte quiebre con respecto al lugar que ocupan en la sociedad las mujeres. En este sentido, la maternidad es una construcción sociocultural definida por ciertas normas y necesidades de un grupo social específico en una época determinada. Como tal, es un rol históricamente atribuido a las mujeres cis por su capacidad biológica de gestar. Sin embargo, y aquí es cuando la cosa se polariza, gestar y maternar son cosas muy distintas.

The Handmaid’s Tale presenta un escenario distópico en el que la tasa de natalidad es casi nula y la de muertes al nacer es muy elevada. Por lo tanto, la necesidad que mueve a la República de Gilead es la de un “hacer nacer” a cualquier costo. Este “hacer nacer” implica un ordenamiento de los personajes en castas definidas por su valor en términos de utilidad para sostener este régimen. Los varones cis ocupan las castas dominantes (Comandantes) y las fuerzas de seguridad (Ángeles) mientras que las mujeres cis, se dividen entre quienes son fértiles e infértiles, desagregando subgrupos dentro de estas categorías: las mujeres fértiles son las Criadas (esclavas sexuales de los Comandantes cuyo único deber y función es gestar) y las mujeres infértiles se dividen en tres grupos: las Esposas de los Comandantes, las Martas que se encargan de las tareas domésticas, las Tías que disciplinan a las Criadas.

Dentro de este sistema lo que prevalece narrativamente es un ordenamiento en torno a la figura central de las Criadas como las únicas capaces de gestar hijxs para las elites. Así, el rol materno que construye la serie tiene que ver con la obligación de poner el cuerpo a la gestación, entendiendo la maternidad como destino un biológico y un deber social. Como tal, la maternidad entendida como destino es algo que les ha sido vedado a las mujeres infértiles y por eso las esposas de los comandantes sienten la profunda necesidad de completar y corregir su falla, aquello que las hace incompletas como mujeres. Así, la trama de la serie se construye oscilando entre los dos polos: por un lado la profunda obsesión de las esposas por cumplir con el mandato de maternidad, lo que las lleva a ser cómplices de delitos de lesa humanidad. Y por por otro lado, la centralidad de las criadas como víctimas buscando generar empatía a partir de momentos de sororidad y resistencia.

Sin embargo, la serie nunca tensiona la premisa de que gestar es igual a maternar, y este sería un tercer punto de debate. Observemos por ejemplo el personaje principal, June/Offred (Elisabeth Moss). June representa un tipo particular de mujer: blanca, cis, heterosexual, de clase media, educada y madre. Tanto Hannah como Grace/Nicole son representadas como hijas de June, incluso cuando esta última es producto de una situación de sexo forzado. Si bien el padre biológico de la bebé nacida en Gilead es Nick (el chofer con quien June mantiene un breve pero intenso vínculo romántico), ella fue gestada bajo el mandato de subrogación al cual son obligadas las criadas. Por lo tanto, técnicamente, la bebé es hija de los Waterford porque es de su “propiedad”. A pesar de estas contradicciones, el amor incondicional de June hacia sus dos hijas (¿o deberíamos decir “personas gestadas”?) nos ubica ante el delicado problema de la maternidad: ¿qué significa ser madre? ¿gestar nos convierte en madres? ¿quién tiene la propiedad sobre lxs bebés gestadxs?

Así, la serie ubica la gestación dentro de la órbita de la maternidad y define esta última según los lineamientos tradicionales unidireccionales y binarios de género según los cuales las personas gestantes son mujeres-madres. En muy pocos o casi nulos pasajes, la serie plantea el aborto como una opción para embarazos no deseados, y en casi todos los casos lo plantea desde un lugar moralizante. Esto tiene que ver con un imaginario que se cuela en la serie y que responde a lo que la teórica Helen Hester denomina “la imagen del Niño”. Hester explica que la idea de futuro ha sido históricamente construida sobre la imagen un niño que existe en potencia en tanto que la vida se planifica en torno a este. De allí que las narrativas heteropatriarcales sobre el futuro devienen un imaginario efectivo y reproductor de los valores tradicionales, dado que se construyen sobre la base de una inocencia que es ilícito cuestionar.

Es interesante observar todas estas contradicciones que aparecen en The Handmaid’s Tale porque nos ubican ante un problema que es multidimensional. La maternidad, los roles de género, las violencias hacia las mujeres, son problemáticas complejas difíciles de abordar en un audiovisual. Siempre terminará imperando una visión de mundo particular y una idea de futuro socialmente construida que necesariamente dejan afuera otros mundos posibles. Es tarea de la audiencia y de la crítica desmontar esas visiones y abrir espacios para otros mundos. Pero por lo pronto, la serialidad audiovisual es un terreno lo suficientemente amplio y fértil como para explorar y experimentar modos distintos de construir mundo.

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