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EL PADRINO: Una película que no podrás dejar de ver…

Cuando uno ve por primera vez “El Padrino”, ve a Marlon Brando en la cúspide de su carrera actoral: magistral soberbio, sublime, experimentado. En efecto, esta interpretación le valió un premio de la academia al mejor actor -que rechazó, haciéndole un desplante épico a Hollywood-, pero lo que no notamos en un principio es que esta película no es, totalmente, una historia de Vito Corleone, el personaje interpretado por Brando: sutilmente, y ya luego abiertamente, se nos va diciendo -hasta confirmarlo-, que la narrativa de la historia es sobre su hijo menor, Michael, interpretado por Al Pacino, al cual siempre he considerado como mi actor favorito. El guión no es una historia sobre el padre, sino un relato sobre el hijo. No es una serie de anécdotas sobre la mafia ítaloamericana, sino una cronología sobre la familia, con menciones constantes a la lealtad, las traiciones y decisiones.

Marlon Brando en El Padrino.

Así, “El Padrino” –parte uno- es una película increíble, adaptada de un libro escrito por un ludópata ahogado en deudas, desesperado por salir de ellas, que refleja, en parte, su frustración en los párrafos de su libro y en los diálogos del guión. La estética de la película es perfecta –ambientación, vestuario-, tanto que uno parece estar sumergido de verdad en la Nueva York de fines de los cuarenta e inicios de los cincuenta. Las actuaciones son muy buenas –el patriarca sosegado, el iracundo hijo mayor, el torpe hijo del medio, el hijo menor rebelde que no quiere saber nada de los negocios turbios de la familia-, complementados con incondicionales allegados –el gordo leal hasta la muerte, el flaco traidor por conveniencia-, y una serie de personajes que bien le dan un tono sombrío a la historia o la matizan, para teñirla con la sangre de aquellos que son asesinados. Un capo de la mafia con reparos morales sobre el negocio de la venta de drogas es lo que gatilla la trama, que pasa desde el intento de asesinato del cabeza de la familia hasta la brutal escena donde el hijo menor -que tuvo que honrar al padre, en vida y póstumamente, ocupándose de la familia a la que protege incondicionalmente-, manda a exterminar a los enemigos de la familia, dándose a conocer oficialmente como el nuevo mandamás del bajo mundo y haciéndose respetar y temer. Un filme extraordinario, que nos regala escenas tan buenas como las de las naranjas en las manos de los que van morir, la de “leave the gun, take the cannoli” dicha por Clemenza y la del cierre de la puerta en las narices de la esposa del verdadero protagonista.

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Se suele afirmar que las segundas partes no son tan buenas como la original. Puede que esta ominosa sentencia tenga algo de razón, así como quienes la dicen, pero la excepción que rompe esta regla no escrita –en el cine, en la literatura-, se quiebra con “El Padrino”, parte 2. Esta obra maestra del sétimo arte –frase trillada, pero siempre quise usarla-, es la síntesis de todo lo bueno que debe hacerse con la segunda parte de una película: se expandió la historia, se incorporaron nuevos personajes que sumaron sin opacar a los protagonistas, se hicieron flashbacks precisos -extensos o cortos, que unieron ambas películas, y que nos cuenta magistralmente la historia de un joven Vito, interpretado por Robert de Niro, que junto a Marlon Brando son los únicos actores que han ganado un Óscar por interpretar al mismo personaje-, no se durmieron en sus laureles, mejorando la calidad de todo, y nos dieron momentos aun más memorables, como el beso que le da Michael a su hermano Fredo en la celebración del año nuevo en La Habana. El arco de Michael, que viene desde la primera parte como un carrusel de sentimientos encontrados, lo termina de consagrar como un tipo que, frío en apariencia, al que solamente le interesan los negocios, lo que en realidad le obsesiona es mantener unida a su familia, por lo que sufre en silencio con el accionar de su hermana Connie y la vil traición de su hermano Fredo, que tiene un final triste y épico a la vez, rezando cuando está de pesca mientras su vida se termina por orden de su propio hermano. Quien diga que la segunda entrega de la historia de la familia Corleone no es mejor que la primera parte, debería replantearse su opinión volviendo a ver ambas, prescindiendo de la tercera parte de El Padrino.

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De la tercera parte de El Padrino no hay mucho que decir –escribir, en este caso-, ya que se la podría obviar y nadie reclamaría por ella, salvo las fanáticas de Andy García y quienes no podrían vivir sabiendo que no han visto las tres partes de una trilogía. Por lo demás, la historia es un híbrido horrendo de las dos primeras y magistrales partes de esta obra de largo aliento, el cual pierdes cuando llegas a la tercera entrega, deseando que todo termine no porque intuyas que todo va a terminar de manera épica, sino para que la tortura de ver destruida una obra maestra por fin culmine. Un guión tonto, diálogos rozando lo ridículo, escenas innecesarias, referencias forzadas. Es decir, la fórmula perfecta para que esta película haya sido el fiasco que fue. Tiene sus defensores, pero solo podría coincidir con ellos y compartir su opinión en un solo tema: la mejor escena de la película es aquella donde Al Pacino logra expulsar el grito ahogado de rabia y frustración ante el cadáver de su hija. Nada más. Lo demás es una mala, pésima, descartable copia de todo lo que bueno que hicieron en su momento Francis Ford Coppola y Mario Puzo. Al final, en la sumatoria a la hora del análisis, esta pésima película suma unos pocos decimales en vez de restar grandes cantidades de puntos. Así de buena es la trilogía en su conjunto.

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Siempre es difícil describir con palabras lo que puedes llegar a apreciar al mil por ciento con otros sentidos cuando miras un filme magistral como lo es “El Padrino”. Nunca bastarán, así escribas párrafos de párrafos, uses rebuscados verbos o pretendas lucirte, ya sea como un ingenioso admirador del cine y escritor o como un criticón por gusto, que se relame encontrando el más mínimo fallo para hundir una obra. Acá no hay medias tintas: o amas a la considerada por muchos la mejor película de la historia –honor que ya por bastantes años, y según muchos especialistas, le ha arrebatado a “Ciudadano Kane”- o bien la ignoras por completo, contentándote con llamar buen cine a películas destinadas al basurero de la historia o a ser parte del relleno sanitario de la crítica. No puedes ser tibio a la hora de juzgar como malas o buenas las actuaciones de Brando, Pacino o Duval. Y si lo vas a hacer, al menos admite que jamás la viste, para que tus necias palabras no caigan en saco roto, o algún enfadado Luca Brasi vaya en tu búsqueda.

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