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Found Footage, o el origen de las sagas infinitas

En los comienzos fue The Blair Witch Project (1999) de Eduardo Sánchez y Daniel Myrick. Al menos para la mayoría del público que descubrió la posibilidad de sentir miedo con películas que trabajaban el concepto de realidad a partir de imágenes registradas de manera aficionada o “encontradas” por el azar del mal. Actualmente, el concepto de found footage, o metraje encontrado, forma parte del vocabulario de toda persona que gusta del cine de terror. Probablemente, eso haya que agradecérselo a sagas como Actividad paranormal o Rec que, varios años después del estreno de la Bruja de Blair, supieron generar una legión de adictos al formato que buscaban asustarse una y otra vez con imágenes de dudosa procedencia.

Pensar que el subgénero se agota en las producciones mainstream es desconocer todo lo que se realiza lejos de los canales habituales o de las grandes ligas. Por fuera de los circuitos oficiales, muchas películas de metraje encontrado alimentan el nicho con propuestas que van más allá de los films reconocidos y que tienen la audacia de explorar nuevas posibilidades narrativas. En el cruce entre las formas de la ficción y del cine documental, el cine de metraje encontrado se abre como un terreno fértil para la experimentación y para la producción amateur de películas.

De qué hablamos cuando hablamos de Found Footage. ¿Alguien lo sabe?

Definir conceptos que son de conocimiento (casi) universal resulta, por lo pronto, engorroso. Determinar qué decir o cómo decirlo sin estropear una idea que el lector ya tiene en la cabeza, y que seguro es correcta, es una apuesta que podría confundir antes que aclarar cuestiones, sobre todo si lo que se intenta explicar es de fácil reconocimiento en términos visuales. Tomando el saber general asociado al subgénero y aceptando que, por abarcativo, el found footage termina asimilando formas que no le pertenecen, se podría esbozar una definición que simplifique lo que todos sabemos y podemos reconocer.

El found footage se identifica como un estilo, se reconoce como una técnica y se define como un subgénero de gran presencia dentro del cine de terror desde finales de los noventa. Comúnmente, las películas que trabajan con videos encontrados, imágenes de cámaras de seguridad o hacen uso de la cámara en mano se engloban bajo este término. Aunque esta nomenclatura puede ser desacertada en muchos casos, su uso la catapultó como el término a utilizar cuando queremos hablar de ese cine que da miedo porque ofrece imágenes reales.

Presente también en la comedia o la ciencia ficción, encuentra en el horror un espacio de rica experimentación. El uso de imágenes “reales”, que no lo son, resulta una técnica de falsificación ideal para llevar al espectador a miedos más cotidianos. En tanto técnica, el cine la utiliza al presentar videos o secuencias de diferentes orígenes (videos caseros encontrados, registros de cámaras de seguridad, transmisiones en vivo, documentales o reportajes) como si efectivamente hubieran pasado. Apoyándose en el supuesto registro aséptico de la realidad por medio de lo tecnológico, el espectador siente miedo por su incapacidad de discernir, con facilidad, qué es cierto y qué no lo es. El uso recurrente de este recurso terminó convirtiendo a estas producciones en uno de los subgéneros del horror más consumidos y realizados por los adictos al género.

En lo que refiere al espectador, este accede a las imágenes reales por presentarse enmarcadas en diferentes formas de la ficción. Las más comunes suelen aparecer bajo el formato de investigaciones policiales, pruebas de casos criminales, registros utilizados en programas televisivos o fragmentos de documentales que intentan dilucidar la veracidad o falsedad de estos registros visuales. En algunos casos, los protagonistas de estas imágenes están presentes en el film y obran como “detectives”, mostrándonos lo ocurrido en primera persona. En otros, los protagonistas han desaparecido y el registro de lo vivenciado es descubierto y montado por otros con el objetivo de dar a conocer sus historias. Lo que siempre aparece es esta pátina de realidad que obliga al espectador a situarse en un interrogante. Su respuesta, y la aceptación del pacto que la película propone en términos de autenticidad, definirá el tipo de experiencia que vivirá a lo largo del film.

El found footage presenta una serie de recursos que refuerzan, desde lo técnico, la sensación de realidad que acompaña al espectador. En primer lugar, el carácter amateur de las imágenes. Estos videos, filmados por aficionados, suelen ser registrados por los propios personajes obligando al espectador a experimentar lo ocurrido en primera persona, a través de sus propios ojos. Esto es acompañado por el uso de la cámara en mano que, con movimientos temblorosos o inestables, refuerza el carácter no elaborado ni intervenido de las imágenes. Lo tecnológico se vuelve indispensable en la búsqueda de credibilidad y si esto va acompañado por registros desprovistos de toda (supuesta) intervención, como el montaje o la inclusión de una banda sonora, el espectador estará entregado totalmente a la experiencia.

Muchas de las formas del found footage suelen aparecer en otro subgénero de gran recorrido dentro del cine de horror. Los falsos documentales o mockumentaries son películas que, haciendo uso de los recursos del cine documental, presentan el desarrollo de un tema o de una historia con un tratamiento que simula ser real pero que no lo es. Esto implica la presentación de la información por parte de especialistas, periodistas o registros audiovisuales “reales” que otorgarían credibilidad y veracidad a una temática falsa. Estas formas resultan sumamente útiles para el cine de terror found footage ya que enmarcan las imágenes en una supuesta investigación del caso. Algo similar ocurre con los films de cámara en mano. Si bien es un recurso ampliamente utilizado por el cine de terror su uso no es exclusivo del género ni se limita a este tipo de películas. La mezcla, confusión o el uso indiscriminado de estos términos es común en el vocabulario de los espectadores del género. Establecer una categorización dura o redefinir la ubicación de los films en cada una de estas formas sería una pérdida de tiempo.

Año Cero: El proyecto de la Bruja Blair

Todos sabemos que la historia de esos tres amigos que se pierden en el bosque y de los que sólo queda el registro audiovisual de sus últimos días marcó un antes y un después. En el disfrute de lo que fue la experiencia total, en simultáneo a su estreno, hay algo generacional. El miedo ante la duda de lo que efectivamente les ocurrió a Heather, Joshua y Michael se vió reforzado por el marketing y las estrategias de comunicación generadas por los directores para solventar la veracidad de lo ocurrido. En un mundo donde internet estaba dando sus primeros pasos, todo intento por comprobar si la película era o no era real terminaba ratificando la placa inicial del film: En octubre de 1994, tres estudiantes de cine desaparecieron en los bosques de Burkittsville, Maryland mientras filmaban un documental. Un año más tarde su filmación fue encontrada. La puerta que The Blair Witch Project abre, lejos de cerrarse, dió paso a la aparición de cientos de films que no sólo capitalizaron sus formas y su experiencia, sino que también se lanzaron de lleno a la producción de nuevos miedos.

Es imposible negar que el film de Sanchez y Myrick nace con un pasado a cuestas. Holocausto Canibal (1980) de Ruggero Deodato es considerada una de las primeras peliculas de horror en incluir elementos de found footage. Si bien el término no se empleaba en esa época, la película utiliza material recuperado de las latas que el equipo de filmación dejó atrás luego de ser canibalizado. Como podemos ver, este recurso argumental bastante común en el subgénero tal y como se lo conoce hoy en día, nace varios años antes que The Blair Witch Project. Otras películas como UFO Abduction (1989) de Dean Alioto, que desde el cruce con la ciencia ficción muestra a una familia aterrorizada por extraterrestres durante una celebración de cumpleaños, o The Last Broadcast (1998) de Stefan Avalos y Lance Weiler, que trata sobre los presentadores de un programa de televisión de investigación paranormal interesados en una criatura mítica llamada “el Diablo de Jersey”, emplean el metraje encontrado como recurso para la construcción de la ficción de manera previa.

Lo que vino después fue lo mejor del found footage europeo representado por Rec (2007) de Paco Plaza y Jaume Balagueró y la saga hiper rentable de Actividad Paranormal (2007) iniciada por Oren Peli que tantas secuelas nos regaló. Esto supuso la revitalización del subgénero luego de varios años donde el Torture Porn (que explota la debilidad del cuerpo humano para centrarse en la violencia más gráfica y visceral), encabezado por películas como Hostel (2005) de Eli Roth o Saw (2004) de James Wan, acaparó toda la atención de la industria. En simultáneo, películas como The Black Door (2001) de Kit Wong, la maravillosa muestra de metacine Behind the Mask: The Rise of Leslie Vernon (2006) de Scott Glosserman o Head Case: Home movies of a serial killer (2007) de Anthony Spadaccini se estrenaron por fuera del mainstream funcionando como ejemplos geniales y poco conocidos para explorar el Found Footage desde la marginalidad. Desde 2007 se ha desarrollado una narrativa que, con sus altibajos, continuó enriqueciendo la historia del subgénero.

Nuevas sagas, nuevos horrores marginales

Consideremos este apartado un apéndice que es el resultado de un placer culposo de quien escribe. Estas palabras podrían servir a modo de advertencia: lo que estás a punto de leer brota de la irracionalidad. El miedo, innegablemente subjetivo, se activa con determinadas películas con las que desarrollamos un vínculo amoroso. Si asustan, no puedo ni quiero dejar de verlas.

Este último año se estrenó la octava entrega de una saga dedicada pura y exclusivamente al metraje encontrado: The Blackwell Ghost. Probablemente este título sólo resuene en los oídos de quienes persiguen el found footage perfecto. No goza de gran fama en nuestro país salvo en sitios de descarga especializados. Afuera, las entregas están disponibles en servicios de streaming que lograron darle mayor trascendencia. A pesar de esto, es un buen ejemplo de aquellas producciones marginales que aún con presupuestos limitados logran sacarle todo el jugo a las bondades del subgénero pero que, sobre todo, tienen la capacidad de moverse con soltura entre sus temas más conocidos para no llegar nunca a aburrir al espectador.

The Blackwell Ghost (2018) dirigida por Turner Clay es un interesante ejercicio de metacine dentro de las fórmulas del found footage. El director, también protagonista del film, opta por contar su historia en primera persona. Borrando los límites entre ficción y realidad, declara la necesidad de darle un giro a su carrera (menciona sus películas anteriores de terror que efectivamente filmó) y de dedicarse a la producción de un documental que logre registrar actividad paranormal real. Buscando dar con una historia de fantasmas que pueda comprobarse, se instala en una casa embrujada con el objetivo de realizar su nuevo film. Haciendo uso de diferentes tipos de tecnologías, y en contacto con un público que, vía grupo de facebook, colabora con su documental, descubrirá el caso del fantasma de Blackwell. Si bien esta historia se continúa en la segunda entrega, las que vendrán después tomarán otros casos aparentemente reales como foco de sus investigaciones.

Una marca distintiva de todas las entregas es la ausencia de sustos repentinos o de imágenes que podrían descubrir brutalmente el horror que habita en la casa. Clay cocina a fuego lento sus películas, haciendo uso de imágenes borrosas, figuras levemente distinguibles y efectos sencillos (puertas que se abren, objetos que se mueven de lugar, sonidos extraños e inexplicables). Se le exige al espectador el compromiso de tener paciencia, de acompañarlo en el proceso y de dejarse llevar por un miedo que aparece y se acrecienta de manera progresiva.

El formato documental elegido por Clay resulta central en el desarrollo de todas las entregas. Lo vemos filmando, registrando, editando y adentrándose (demasiado) en cada una de las historias que elige abordar. Esto colabora con la consolidación del vínculo empático que el espectador termina por generar con el protagonista. Además, todas las películas que realiza entre 2017 y 2024 incluyen partes de su propia vida: la relación con su esposa, la paternidad y la cotidianeidad de la familia. Es en esta intimidad donde se acrecienta la posibilidad de que lo que estamos viendo sea, efectivamente, real.

Casi sin actores, con pocos recursos y nada más que su cara frente a la cámara la mayor parte del tiempo, Clay propone algo ya conocido pero con un estilo sumamente personal. Su habilidad para sostener la atención del espectador a lo largo de la hora que dura cada una de las entregas y el deseo del espectador por ver la película que vendrá se sostienen en dos pilares indispensables para el found footage: la credibilidad respecto a lo que se está viendo y el amor por el género, base desde la cual se hacen y se miran todas las películas de terror que existen en el mundo.

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