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El fenómeno de "Un Buen Día": de desastre cinematográfico a película de culto

En 2010, mientras Argentina celebraba el bicentenario de la Revolución de Mayo, el cine nacional experimentaba una época de notable diversidad creativa y experimentación. Ese año se estrenaron películas que reflejaban esta riqueza, como "Carancho" de Pablo Trapero, "La mirada invisible" de Diego Lerman, "Aballay, el hombre sin miedo" de Fernando Spiner, "Francia" de Israel Adrián Caetano, "Plan B" de Marco Berger, "El hombre de al lado" de Gastón Duprat y Mariano Cohn, "Excursiones" de Ezequiel Acuña, "Por tu culpa" de Anahí Berneri y "Rompecabezas" de Natalia Smirnoff, entre otras.

Sin embargo, entre todas estas destacadas producciones, fue el estreno de "Un Buen Día" el 18 de noviembre de 2010, dirigida por el octogenario Nicolás del Boca y escrita por Enrique Torres, el que capturó la atención. Desde sus primeros minutos, la película presagiaba un caos cinematográfico, y la crítica de ese momento la había destrozado. Lo que podría haber sido una simple película olvidable, como tantas otras, se transformó en un fenómeno cultural insólito, marcando su lugar en la historia del cine argentino no por su calidad, sino por su fascinante fracaso. Durante su primer día en cartelera, a pesar de una grandilocuente campaña de prensa con notas y entrevistas en los medios más importantes del país, solo fue vista por 345 personas en 38 salas, según datos de la consultora Ultracine.

"Un Buen Día" narra la historia de Manuel (Aníbal Silveyra) y Fabiana (Lucila Polak o Solá), dos argentinos viviendo en Estados Unidos. Manuel sueña con terminar un guion, mientras Fabiana ha dejado sus estudios de abogacía. Ambos se encuentran por azar en una cafetería, y a partir de ahí, la película desarrolla una historia romántica con un giro fantástico, narrada en tiempo real. El elenco se completaba con la participación especial de Andrea del Boca, reconocida estrella de las telenovelas argentinas, interpretando el papel de madre de la protagonista, a pesar de que apenas había una diferencia de diez años entre ellas.

“Un Buen Día" rápidamente se estableció como un ejemplo paradigmático de todo lo que puede hacerse mal en una película. Desde la falta de dirección hasta los diálogos absurdos y la sobreactuación, cada elemento contribuía a una experiencia que oscilaba entre lo hilarante y lo bizarro. Las conversaciones entre los personajes estaban plagadas de estereotipos y clichés, resultando en momentos que provocan risas y vergüenza ajena. Las frases, en su mayoría, carecían de sustancia y profundidad, exacerbando la superficialidad de la trama. Los diálogos cursis y forzados hacían que las interacciones se sintieran artificiales y sin conexión emocional. Los actores recitaban sus líneas como si estuvieran leyendo prosa, sin matices ni emociones genuinas. Esta carencia convirtió cada escena en una parodia involuntaria de sí misma.

El guion, escrito por Enrique Torres, parecía una extensión de sus trabajos en los teleteatros televisivos diurnos, sin adaptarse al formato cinematográfico. Las situaciones eran inverosímiles y carecían de cohesión, lo que hacía que la trama se sintiera desarticulada y sin propósito. Las escenas que debían ser emotivas o dramáticas se convertían en comedias involuntarias debido a la torpeza de la ejecución.

La dirección de Nicolás del Boca, quien a sus más de ochenta años dirigía su primera película para la pantalla grande, mostró una clara falta de visión cinematográfica. La puesta en escena era pobre y carecía de dinamismo. La cinematografía era plana y poco inspirada, sin el más mínimo intento de creatividad visual. Toda la puesta en escena estaba articulada a través del uso y abuso de los planos y contraplanos, como en una vieja telenovela de los años 80. La película pretendía emular la simplicidad y el encanto de la trilogía “Before” de Richard Linklater. Sin embargo, donde Linklater lograba crear climas de tensión e intriga, "Un Buen Día" se hundía en la inverosimilitud y el ridículo.

Pero es precisamente esa acumulación de fallas lo que ha transformado a "Un Buen Día" en un fenómeno de culto, donde su mala calidad es celebrada y disfrutada en un contexto de humor y apreciación irónica. "Un Buen Día" se convirtió para muchos en la peor película argentina de todos los tiempos, un título que, paradójicamente, le aseguró la inmortalidad. Este fenómeno se debe, en gran parte, a la comunidad de seguidores que se ha formado alrededor del film.

El documental "Después de Un Buen Día"

En 2024, el cineasta Néstor Frenkel lanzó "Después de Un Buen Día," un documental que explora tanto la realización del film como el fenómeno cultural que surgió a su alrededor. Estructurado en dos segmentos, el film que tuvo su estreno en el 25 BAFICI ofrece una análisis profundo tanto a los creadores como a sus seguidores.

Frenkel expone los elementos que condenaron a "Un Buen Día" desde el principio. Un guionista sin experiencia en cine, un director octogenario y un equipo de recién graduados formaban una combinación destinada al fracaso artístico. La producción, ambientada en Long Beach, California, intentaba recrear un espíritu noventero que ya resultaba anacrónica en el nuevo milenio.

La segunda parte del documental se centra en el grupo de fanáticos de la película, una comunidad que ha convertido "Un Buen Día" en un objeto de culto. Estos seguidores organizan proyecciones, se visten como los personajes y mantienen una activa presencia en redes sociales. La película ha sido reinterpretada y celebrada de una manera que trasciende su mala calidad, convirtiéndose en una experiencia cultural compartida.

Un placer culposo

"Un Buen Día" ha trascendido su fracaso artístico y comercial para convertirse en un fenómeno de culto. La película, gracias a su mala ejecución, ha encontrado una segunda vida entre aquellos que la celebran por su humor involuntario y su naturaleza kitsch. Amigos se reúnen para reírse de lo que ven, transformando lo que debería ser una experiencia cinematográfica frustrante en una celebración del mal gusto. "Un Buen Día" se ha convertido en un clásico testimonial del poder del placer culposo y la adoración bizarra en la cultura cinematográfica contemporánea argentina, una película para ver una y mil veces más.

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