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Desde el jardín

Se sabe, no hay buenos en el cine de Paul Schrader, apenas algunos ángeles caídos (en el mejor de los casos), que tienen que lidiar con azarosas oportunidades de redención. En El jardín del deseo (cuestionable título en castellano, el original es Master gardener) Narvel Roth está a punto de encontrarse con una. Su fervor por la jardinería es apenas el tutor que sostiene y endereza una vida arrasada por fervores más oscuros. Trabaja en la finca Gracewood, en Georgia, propiedad de una rica viuda, Norma Heverhill, que confía plenamente en él y que con orgullo invierte amplios recursos en su jardín. El entorno no podría ser más amable, un contrapunto sereno para lidiar con un pasado hostil. Muy hostil. Por más voluntades que se pongan en juego no será precisamente el jardín del Edén.

Todo pasa por Narvel. Si la película no llega a marchitarse, es por la siempre eficaz labor de Joel Edgerton. El resto apenas acompaña. Tampoco hay una historia más allá de la personal. Una de las características más notables de la obra previa de Schrader, El contador de cartas (2021), que en este caso se extraña, era como cruzaba el pasado del protagonista con los crímenes de guerra en Irak, conjugando una historia con minúsculas con una con mayúsculas y analizando una vida violenta como exponente de una violencia mayor ejercida por el estado. Este jardinero en cambio está vinculado a los diversos grupos de ultraderecha que crecen como malas hierbas a la sombra del sistema, pero ese contexto social está desdibujado y es solo una excusa para su particular cruzada.

Su empleadora (Sigourney Weaver) sabe muy bien como ejercer su poder. Narvel es meticuloso con la botánica pero además tiene que ocuparse de otros asuntos. Cuando ella lo obligue a aceptar a su sobrina nieta como discípula en sus labores de jardinero fiel la pesada historia que arrastra esta chica revivirá oscuridades que él ha querido dejar atrás.

Sigourney Weaver y Joel Edgerton

Ya no hay forma de pedir perdón. Lo dice Elton John. Lo suele decir Schrader en cada uno de sus films. Lo que encuentra en este caso el director es una nueva forma de lidiar con ese problema, siempre amparándose en alguna actividad repetitiva y monótona. El ritual como conjuro contra los demonios. No importa cuál sea, da lo mismo contar cartas o dedicarse obsesivamente a la jardinería, manteniendo hábitos (casi) monacales y registrando todo en un diario. Está claro que los buenos modales son sólo aparentes y que las criaturas de Schrader viven en una sociedad en dónde finalmente solo queda margen para la violencia. Aún en ese entorno pesimista puede quedar un espacio para el amor como salvoconducto, y eso si podría ser una novedad. Ya había sembrado el romance en El contador de cartas y ahora florece en El jardín del deseo. Se estará ablandando Paul? Puede llegar a resultar curioso ese optimismo tardío después de tanta oscuridad. Por eso es momento de repasar toda su carrera.

Sobre el director

Paul Joseph Schrader nació en Grand Rapids, Michigan, en 1946. Tuvo una crianza rigurosa bajo la fe calvinista y no pudo ver ni una sola película hasta cumplir 18. Pero pronto compensaría esa ausencia estudiando cine en la UCLA para graduarse y dedicarse primero a la crítica y luego al trabajo de guionista. Ese todo o nada, un coqueteo permanente con los extremos que suelen tener su personajes, ya estaba presente en su propia vida desde el principio.

Su segundo trabajo como guionista se convertiría en uno de los mejores de la historia, Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese, con quien volvería a colaborar en Toro Salvaje (1980) y La última tentación de Cristo (1988). Sus otros créditos como guionista incluyen colaboraciones con Sydney Pollack, Brian De Palma y Peter Weir, entre otros.

Como director debutaría en 1978 con Blue Collar, con Harvey Keitel, sobre unos obreros de la industria automotriz que asaltan la sede de su sindicato y en lugar de dinero encuentran papeles muy comprometedores. Seguirían Hardcore (1979) con George C. Scott, sobre el infierno de un padre buscando a su hija secuestrada (los infiernos personales serán su especialidad) y Gigoló Americano (1980), con Richard Gere. Tras una cuestionada remake, Cat people (1985) intentaría una biopic inusual con Mishima, una vida en cuatro actos (1985), producida por George Lucas y Francis Ford Coppola.

Tras otros dos trabajos con poco reconocimiento vendría El placer de los extraños (1990), basada en la novela de Ian Mc Ewan, con guion de Harold Pinter, gran música de Angelo Badalamenti y protagónicos de Rupert Everett y Natasha Richarson. Este hipnótico y poco convencional viaje por Venecia le valió una primera participación en Cannes como director.

The comfort of strangers

Light sleeper (1992) con Willem Dafoe y Susan Sarandon fue conocida en España como Traficantes, pero su título alternativo podría condensar toda la obra de este director, Posibilidad de escape. Este sólido drama sobre un narcotraficante de bajo rango y ex-adicto con sus correspondientes dilemas morales, que está muy habituado a su trabajo y cuya vida está a punto de cambiar representa uno de los puntos más altos de su carrera.

Una carrera que continuaría de manera muy irregular, casi como si el propio Schrader se hubiera convertido en alguno de sus personajes para debatirse entre el cielo y el infierno. Así se sucederían títulos aplaudidos como la oscarizada Affliction (1997), con Nick Nolte y James Coburn, con otros denostados por la crítica como El exorcista, el comienzo (2005) y Tentaciones oscuras (2013). Con algunos matices, los planteos suelen ser similares, y los grandes enemigos a vencer son los propios demonios interiores. Cargar algún tipo de cruz y buscar una oportunidad de redención suelen ser los temas centrales de su cine, claramente influenciado por el de su amado Robert Bresson.

Sus últimos trabajos han sido notables, quizás los mejores de su carrera, y siguen estando en sintonía con sus obsesiones pero con nuevos enfoques. First reformed (2017), con Ethan Hawke, sobre un torturado pastor evangélico, y El contador de cartas (2021), con Oscar Isaac, sobre un ex-militar (y torturador) que encuentra en el póker un sostén (momentáneo) para mitigar sus demonios internos.

El contador de cartas

Todos estos personajes, al igual que el Travis Bickle de Taxi Driver, se encuentran frente un punto de inflexión que podría representar una última oportunidad de redención, una suerte de exorcismo. Deben confrontar con su propia imagen en el espejo. Algo que también le va a suceder al protagonista de El jardín del deseo, que llega a los cines con un poco de atraso. Esta película ya pudo verse en el BAFICI 2023, y antes tuvo su paso en competencia oficial en Venecia 2022.

Schrader ya tiene un nuevo trabajo estrenado, lo acaba de presentar en competencia en Cannes, Oh Canada, con Richard Gere y Uma Thurman. La película está basada en una novela de Russel Banks, un autor que ya había adaptado previamente en la mencionada Affliction. Gira en torno a un afamado documentalista que concede una última entrevista a uno de sus alumnos, y esa nota opera como una suerte de confesión. Habrá que esperar para evaluarla pero es fácil aventurar que no habrá un cambio de rumbo muy pronunciado.

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