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LA MEJOR COMEDIA EN LA HISTORIA DEL CINE

Cuando hablamos de Buster Keaton, nos referimos al mejor clown en la historia del cine. Hasta el día de hoy, no ha nacido algún cineasta que, siquiera, roce la precisión e inteligencia con la que Keaton hacía su comedia —desde la interpretación, el guion y la dirección—. Incluso, según Herzog, Keaton —como lo demostró con una deslumbrante creatividad técnica para su tiempo en sus cortometrajes One week (Una semana, 1920) y Sherlock Jr. (1924)— «es uno de los inventores del cine».

Su mejor fracaso, The General (El maquinista de la General, 1926), en codirección con Clyde Bruckman, es esa desafortunada historia que tanto hemos escuchado en tantas otras películas sobre un obra tan adelantada a su época que fue un fracaso rotundo crítica y comercialmente, hasta el punto de quedar en el olvido por más de cuarenta años.

«El rápido de la Western And Atlantic va a toda velocidad hacia Marietta, Georgia, en la primavera de 1861», dice el intertítulo inicial de la película; entonces damos con una locomotora que atraviesa todo el plano general, luego vemos a un pequeño y delgado maquinista de ojos saltones, Johnnie Gray (Keaton), seguido de la placa que lleva el nombre de la máquina: La General, el primer amor de Johnnie; el segundo es la bella Anabelle Lee. Johnnie va hacia la casa de Anabelle, donde se da la noticia de que la guerra ha llegado al Sur. Incentivado por Anabelle, Johnnie va a enlistarse pero es rechazado en una hilarante escena en la que se sintetiza la magistral economía narrativa con la que se cuenta el relato —Keaton no persiste en gags que entren o se repitan a regañadientes—. Por un malentendido, Anabelle cree que Johnnie ni siquiera fue a hacer la cola y decide terminarle hasta que «no le vea en uniforme».

Un año más tarde, una tropa del Norte se hace pasar por ciudadanos del neutral Estado de Kentucky y roba la General con Anabelle a bordo. A partir de este momento, Keaton y Bruckman dividen el relato en dos partes: la primera, Johnnie persiguiendo a su locomotora y a Annabelle, a pie, en zorra de bomba, en bicicleta y finalmente en otra locomotora: La Texas.

Huyendo de los del Norte cuando descubren que está solo —no eran más de diez, como creían—, comienza a llover y Johnnie se ve obligado a refugiarse en una casona que resulta ser un cuartel enemigo. Se oculta debajo de la mesa y uno de los soldados lo quema con un cigarro a través del mantel; por el orificio creado, Keaton y Bruckman utilizan una especie de iris shot —elemento tan amado por Griffith— para que Johnnie vea a su amada, Anabelle, allí retenida. Johnnie logra rescatar a su chica y ahora debe huir y llegar al Sur para alertar a las tropas.

Entonces, se da una persecución, ahora en reversa y cambiando de trenes —Johnnie y Anabelle en la General y los Norteños en la Texas—, que se desenvuelve con el plano más costoso en la historia del cine mudo en el que la Texas cae al agua atravesando el puente del Río Rock —donde se dice que sus restos aún permanecen— en medio de una memorable escena beligerante en la que se enfrenta el Sur contra el Norte, donde Johnnie, sin darse cuenta, mata a un General del bando opuesto.

Keaton solía ser apodado «Stoneface» —que a español se traduciría como «Cara de piedra»—, debido a que supuestamente no tenía un rostro expresivo. Nada más alejado de la realidad. Los ojos saltones de Keaton daban un crisol inmenso de expresividad, sólo que no sonreía. Su rostro, parco en medio del caos, nos muestra a sus personajes que se toman seriamente a sí mismos, no están siendo interpretados con el objetivo desesperado de hacer reír, y eso, justa e irónicamente, es lo más chistoso de Keaton: un hombre de 1,65 m y no más de 55 kg, realmente esforzándose por cumplir sus deseos, empujado por su impulsividad y por su desaforada necesidad de llegar a la meta, con el mundo derrumbándose a su alrededor —quizá, incluso, debido a él— y actuando en su contra, pero, siempre, sin sonreír. He ahí el porqué funciona tan bien la icónica escena en su filmografía donde boxea en Battling Butler (El boxeador, 1926): un pequeño —literalmente— burgués que, por el amor de su chica, decide boxear, y, aunque lleve todas las de perder, él de verdad cree que puede ganar.

Keaton también es inmensamente recordado por sus peligrosas escenas de riesgo en las que no utilizaba ningún doble. En esta película, Keaton se atrevió a crear una situación tensionantemente cómica en la que un cañón encendido apunta hacia él con el pie atado a una cadena sin posibilidad de moverse mientras la locomotora va avanzando sin conductor. Keaton corre el riesgo de recibir el impacto de esa bola de cañón quedando a disposición de un mero cálculo físico y geográfico, esperando que su locomotora coja la curva en el momento indicado para que la bala pueda ser disparada hacia otro lugar.

Chaplin, competencia amistosa de Keaton y una de las caras más conocidas —si no la más conocida— en el periodo del cine mudo, como es evidente en su filmografía, estaba tan dispuesto a hacer reír como a hacer llorar, no le interesaba nada intermedio. Por ello, ponía su cámara a disposición del chiste o de la lágrima. Keaton, además de hacer reír, estaba siempre al tanto de la meticulosidad que requería la composición del plano. El maquinista de la General cuenta con una hermosa fotografía sofisticada con una profundidad exquisita, bien con la puesta en escena —como el plano en el que Johnnie corta leña cuando el ejército pasa detrás de él— o con los personajes yendo hacia atrás y hacia adelante —como el plano en el que Johnnie corre detrás de su General robada—.

Hoy en día, hay —lo he escuchado de sus propias bocas— comediantes que no se toman en serio el humor, lo subestiman, demeritan su poder o, en la mayoría de casos, lo usan de escudo para perpetuar la opresión de minorías. Desde su nacimiento en Grecia, pasando por su cúspide momento histórico en Italia y Francia en el siglo XVIII con la commedia dell’arte, hasta —en interés de este escrito, aquí dejo de enumerar— la comedia muda, que fue el éxito del primer periodo del cine estadounidense, la comedia es un género de peso, la risa no justifica un relato banal del chiste por el chiste. Así pues, probablemente, El maquinista de la General no es la película más chistosa de Keaton —de hecho, Harold Lloyd, seguramente, te hará reír más— y, en cuanto a gustos, podrán haber cientos de películas que despierten más risa en la audiencia. Pero la seriedad con la que es abordado el argumento, el compromiso de los personajes con sus situaciones y sus papeles, el peso histórico que puede llegar a tener y el espacio imborrable que se ha ganado en la historia del cine, hace de esta película la mejor comedia de todos los tiempos.

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