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Sugar: melancólico y detective

Spoilers

La extrañeza que sugiere Sugar (Apple TV+), la serie de Mark Protosevich, con dirección de Fernando Meirelles, surge desde la incongruencia manifiesta de la propuesta: un detective que rememora escenas y diálogos del cine negro -en un guiño autoconsciente- desde la actualidad de Los Angeles, en donde la iconografía de aquellos films ya no está (si es que alguna vez estuvo, más allá de las películas). En todo caso, John Sugar (Colin Farrell), el detective que odia la violencia y las armas y encuentra siempre a las personas que busca, es una especie de outsider, que viste y habla como ya nadie lo hace -de traje negro y estancia placentera en un hotel caro-, mientras mira melancólico esas películas que Hollywood ya no filma. O tal vez sí.

Porque la misma serie sería, justamente, la encarnación tal vez posible de esta contradicción. Habría que preguntarse, entonces, si el resultado está a la altura del desafío: ¿es Sugar la serie noir que su personaje protagonista reclama? Tal vez, más o menos. Quizás no.

Tras los pasos del viejo Hollywood

El plot que guía la serie viene dado por el empecinamiento con el que John Sugar persigue el encuentro de una adolescente desaparecida. Se trata de la nieta de Jonathan Siegel (James Cromwell), un otrora importante productor de Hollywood; mientras, Bernie Siegel (Dennis Boutsikaris), el padre de la chica, no parece demasiado preocupado, habida cuenta de las muchas veces que Olivia (Sidney Chandler) desapareció y reapareció merced a sus adicciones. Un ritmo de vida al que esta familia de clase alta (y de cine) parece acostumbrada. Pero el abuelo insiste, y encuentra en Sugar el correlato que necesita; a la vez, el detective siente que Olivia le recuerda a alguien en especial. ¿Quién? ¿Su hija? No está claro. Sugar es una figura enigmática, su pasado se muestra esquivo.

Capítulo tras capítulo, John Sugar presenta algunas pocas respuestas a los interrogantes que suscita, mientras crece su relación con la madre de Olivia, interpretada por la espléndida Amy Ryan. Ella es una rockera retirada por problemas con el alcohol, que encuentra en el detective un reparo inesperado. Como si se tratase de un ángel que la ilumina. La asociación no es antojadiza, guarda concomitancia con lo que el argumento esconde, a la manera de un as que será oportunamente revelado.

Por otro lado, entre James y Bernie, abuelo y padre de Olivia, se entreteje una disputa en clave cinéfila, habida cuenta de que los dos son productores de cine. Si el primero es emblema de un cine de otros tiempos -ese al que Sugar tanto admira, y por allí habrá que entender también el apego que siente por James-, Bernie es el productor de los films de fórmula, más acordes con la tónica que caracteriza hoy a Hollywood, o a cierto Hollywood (en fin, ¿qué es hoy Hollywood?). Con éste, como es de prever, Sugar tiene poca o nula empatía.

Pesquisas cinéfilas

Dado el vínculo con el film noir, podrían señalarse muchas referencias de parte de la serie, las más de las veces de carácter explícito, a partir de los inserts distribuidos a lo largo de sus 8 capítulos. Reparar en ellos es hacerlo en algunos de los títulos mayores del género: Kiss me Deadly, The Lady from Shanghái, The Night of the Hunter, Touch of Evil, desfilan para el gusto cinéfilo, hasta el punto de hacer acreedor a su personaje, a Sugar, del arma que usara Glenn Ford en The Big Heat. ¿Será un arma verdadera? ¿No es de utilería? Además, Sugar es alguien que no quiere usar armas, ¿por qué la acepta? Y por último, no es menor el detalle: se trata del arma de una película en donde el detective tendrá que lidiar consigo mismo una vez encuentre al culpable del asesinato de su esposa: ¿le dispara o no? (Esta decisión constituye una de las anécdotas de relieve en la trayectoria del director Fritz Lang; de una obra magistral, crítica y antiautoritaria. Para saber cómo resuelve Lang esta cuestión, ver la película).

Como se ve, el disfrute con el cine aparece como llave desde la cual indagar en el asunto, a través de las veredas y las calles de una Los Angeles -valga el juego de palabras- desangelada. Más allá de ser una ciudad sin fisonomía (algo que Thom Andersen indaga en la monumental Los Angeles Plays Itself, 2003), aquí la ciudad aparece como una especie de laberinto sin centro, soleada y aburrida. Sugar deambula en ella según las pesquisas, en su auto deportivo de otra época, mientras visita de manera recurrente a una especie de “jefa”. Acá el asunto.

Detective de otro mundo

No contar lo que devela Sugar es muy difícil, y por una vez estaré de acuerdo con la dinámica de los “spoilers”. Así que quedan avisados. (La verdad es que no es difícil evitar los benditos “spoilers”, lo que ocurre es que quiero contar algo que, si no digo lo que señala la oración siguiente, no tengo manera. En fin…). Porque Sugar es un alienígena, integrante de una población reducida, que cumple tareas en la Tierra. Por lo visto, a la manera de ángeles guardianes. Pero hay un dolor que cargan, al menos en el caso de Sugar, quien perdió a su hermana y, según parece, el responsable de dicha desaparición es alguien de su propio entorno extraterrestre. Llaves, en suma, que disparan la historia hacia otras posibilidades, bajo la promesa de una segunda temporada. Pero…

Sí, pero. Hay una referencia que escapa al cine y toca al cómic, en especial al personaje Martian Manhunter (o Detective Marciano), cuyo nombre terrícola, J'onn J'onzz / John Jones, hasta guarda semejanza con el de Sugar. Creado en 1955 por la dupla de Joseph Samachson y Joe Certa para DC, Martian Munhunter nace al amparo de una década donde el miedo a los invasores “rojos” tenía correlato con el macartismo, algo que el cómic supo reelaborar en la piel (verde) de un marciano dolido, de familia perdida, a la manera de un náufrago espacial. Su alias terrestre, justamente, será el de un detective. Es decir, las semejanzas son evidentes, más allá de que la piel verdadera de Sugar sea azul. Hay, de hecho, varios artículos dando vueltas por la web que corroboran lo dicho.

En este sentido, ¿vale desmerecer a Sugar? No lo creo. Se trata de una variación más sobre una temática que excede al cómic y que añade otras referencias, que apropia con mayor y menor fortuna, tal como ya se señaló. ¿Es suficiente como para validarla? Creo que tampoco. Sugar propone, en última instancia, un ejercicio narrativo donde prevalece más la resolución de la intriga que una verdadera puesta en escena, que la distinga. En este caso, el cine de su director, Fernando Meirelles (director de 7 episodios), suele ser más o menos interesante (prefiero El jardinero fiel y Ceguera), pero en Sugar no exhibe un sello distintivo. De hecho, los capítulos de Sugar navegan su relato (de poco presupuesto, pero ése no es un problema) con una cámara demasiado móvil y liviana, que acompaña sin esfuerzo las correrías del héroe. Es por esto que Sugar está bastante lejana del cine negro que cita, como si éste fuese no mucho más que un débil recuerdo, que la serie misma no puede sostener más que desde la cita o el guiño.

Géneros en combustión

Pero hay otra cuestión, más interesante, y remite a uno de los rasgos del cine contemporáneo. ¿Qué es Sugar? ¿Film noir? ¿Ciencia ficción? ¿O un cruce deliberado, cuasi grotesco? Bien puede señalarse que dicha cuestión fue ensayada por los cómics pioneros del Detective Marciano, pero aquí el asunto es otro y remite al mundo audiovisual. Un cruce entre géneros que puede rastrearse en muchas obras, algunas magistrales: Blade Runner, Alphaville, o la mismísima Kiss me Deadly, cuyo final consume al género para volverlo cenizas y ser lumbre de un escenario postapocalíptico; pero esto es algo que en Sugar oficia finalmente a la manera de una sorpresa para el espectador. El as bajo la manga. La vuelta de tuerca. Es decir, la serie ofrece la mayor parte de sus capítulos desde los códigos del noir (y algo del espionaje) para luego devenir un drama de cacería extraterrestre. Así, los tópicos del género mutan paulatinamente y parten en dos a la propuesta, mientras permiten adivinar cuál sería la impronta de la segunda temporada.

En síntesis, sea todo esto por Colin Farrell. Es un actor tan admirable, que uno mira lo que sea allí donde esté él. En este caso, con un personaje dispuesto a la acción (neo)clásica, con tintes extraterrenos y piel azul. ¿Por qué resistirse?

Leandro Arteaga

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