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EDDIE EL ÁGUILA: LA PELÍCULA QUE NOS ENSEÑA A VIVIR EL MOMENTO.

Eddie el Águila (Eddie the Eagle) es una película basada en hechos reales que retrata la historia del británico Michael Eddie Edwards; quien realizo toda una travesía para ser partícipe de los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary en 1988, realizando el salto de esquí de 70 y 90 metros. La película cuenta con la dirección de Dexter Fletcher (Director de Rocketman 2019 y Co-Director de Bohemian Rhapsody: la historia de Freddie Mercury 2018) con la interpretación de Taron Egerton (Eddie Edwards) y Hugh Jackman (Bronson Peary) como el dúo cómico que busca hacerse reconocer en el ámbito profesional de los deportes de invierno.

El film nos presenta un par muy singular por un lado tenemos a Eddie, quien durante toda su vida soñó con ser parte de los juegos olímpicos a pesar de las burlas de otros deportistas y de la falta de comprensión por parte de su padre; mientras que Bronson es representado como un hombre desganado que disfruto de la victoria en el esquí, pero que de manera desmedida se sumergió en los vicios cayendo en la mediocridad y el olvido. Ambos encontraran en el otro un amor por el deporte donde uno recién empieza a reconocer y donde el otro vuelve a conectar con lo que pensó que había quedado en el pasado.

Eddie es un personaje con el cuál muchos conectaran de inmediato, su ingenuidad y pasión sobrepasa los límites de lo convencional; y a pesar de los obstáculos e impotencia, no se deja abatir fácilmente. Edwards es un símbolo de la perseverancia que busca literalmente volar a la cima para darse a conocer, y disfrutar de su momento de gloria. A la par tenemos a su entrenador Bronson Peary que a regañadientes accede asesorarlo en el salto de esquí. Peary es un hombre bastante complejo porque a pesar de amar el deporte se hace a un lado, mostrando lo que todos piensan sobre el… que es un ebrio y un holgazán.

Bronson es ese personaje que por momentos frustra, pero con el pasar de la historia se deja ver vulnerable y abatido por su pasado. Y a pesar de las diferencias, simpatiza con el joven Eddie al ver su determinación, derivando en él un reflejo de lo que perdió por su auto-prejuicio; su amor por el salto de esquí. La interpretación de Hugh Jackman en este papel nos lleva a un punto de partida que comenzó desde lo más escabroso a la redención absoluta de alguien que solo veía por sí mismo. El entrenador no solo enseña sobre cómo realizar el salto perfecto sino también lo dura que puede ser la caída en la vida; y que a pesar del golpe siempre hay una forma de ponerse de pie.

Ahora quiero remarcar que hace esté film tan entrañable y entretenido como para haberla visto más de una vez. Se podría decir que la pasión es el corazón de la película, con cada minuto que pasa la historia escala a lo más alto, donde se aprecia un sueño que va creciendo hasta un punto que se deja de ver y se comienza a sentir. Las secuencias de las prácticas y competencias de salto son colosales, gracias a sus planos tan complejos que resaltan cada detalle de lo que se siente volar por los aires; y su banda sonora que es tan envolvente que convierte cada salto en un momento único.

La película cuenta con sus dosis de humor, pero no deja de reflejar la crudeza de los prejuicios y desinterés en aquellos que quieren destacar en el deporte. El drama se presenta en el film, ya que tanto Eddie como Bronson, cargan con las críticas de su pasado y presente. Pero ambos encontraran la forma de ser un soporte para el otro; y demostrar sus capacidades como pupilo y entrenador.

La belleza de esto se refleja sobre todo en el incentivo de Eddie, quien no busca ganar las olimpiadas, sino dar el cien por ciento por ser partícipe del evento. Es un soñador que busca dejar su marca, gane o pierda, ya que la victoria está en saltar a lo alto y volar con el viento como “Eddie el Águila”.

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