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Diario de duelo. Notas sobre La luz incidente de Ariel Rotter

Spoilers

Pero su muerte me ha cambiado, ya no deseo lo que deseaba.

Hay que esperar —suponiendo que esto se produzca— que un nuevo deseo se forme,

un deseo de después de su muerte.

Diario de duelo. Roland Barthes

En fotografía la luz incidente, es la luz que llega a una superficie, la luz que recibe un rostro o un objeto. Es aquello que viene del exterior, aquello que recibe un cuerpo. Desde su título La luz incidente (2015) dirigida por Ariel Rotter explora el modo en el que el exterior incide en su protagonista, concentrándose en los destellos de luz que penetran en la oscuridad en la que habita el personaje debido a una enorme perdida. Aquellos pequeños destellos o chispazos que permiten un salirse de una misma en medio del dolor, que posibilitan un nuevo vínculo con el afuera. La película se vuelve diario de un duelo, el registro de los primeros días y las noches en las que constatamos la lejanía con aquellos que no están y la imposibilidad del rencuentro. Aquellas noches silenciosas donde las ausencias se vuelven presencias.

Son los años 60, Luisa ha perdido a su marido y a su hermano en un accidente automovilístico. Todo es muy reciente. Luisa parece suspendida pero la vida sigue, mientras transita el dolor debe ocuparse de sus pequeñas hijas y resolver cuestiones prácticas. La muerte parece traer con ella asuntos burocráticos que es necesario resolver (seguros, deudas, etc). Su madre y su empleada doméstica la acompaña en el día a día, la ayudan a recobrar las fuerzas. La posibilidad de un nuevo amor hará tambalear el mundo de Luisa, la melancolía se mezcla con la ansiedad que produce la novedad.

I.La memoria de las cosas

Mientras que en un diario lo que se pone en movimiento son las palabras en La luz incidente el diario de duelo se vuelve registro de gestos, de acciones cotidianas. Sobre todo, es el registro del silencio, de un silencio espeso, de la imposibilidad de poner en palabras el dolor, la inseguridad y el miedo que traen consigo la perdida. La imagen se volverá el centro, serán la manera de evidenciar aquello que no puede ser enunciado.

Los objetos están habitados por las huellas de quien los utilizó y quiso. Cada objeto lleva consigo la memoria de su propietario. Acercarse a los objetos es un modo de encontrarse con el ausente. Luisa establecerá un vínculo muy especial con las pertenencias de su marido, en casa abrirá placares para percibir en la ropa su aroma y continuará planchando sus camisas; en la oficina se detendrá en las hojas del calendario, en las hojas que quedaron en blanco, en el futuro que ha quedado vedado, en una foto dentro de un tarjetero que no nos será revelada pero que la emociona particularmente.

Como si se tratar de una búsqueda del tesoro, Luisa recolecta los objetos más distintivos y los reúne sobre la cama. Allí está el DNI, la billetera, el reloj, la lapicera y la cigarrera. Parece activarse una sensibilidad táctil, los objetos se vuelven forma de reunión con el ausente. Pero son también la manera de aferrarse a la vida, la materialidad, las formas parecen el revés de la muerte que se manifiesta como lo informe, aquello a lo que no tenemos acceso, aquello oscuro y sin límites definidos. Si la muerte es lo informe, los objetos son la constatación de que aún estamos del lado de la vida.

Lo mismo ocurre con las tareas domésticas. Luisa dedicará la mayor parte de su tiempo al cuidado de sus pequeñas hijas. El bañarlas, peinarlas y vestirlas se vuelve también una forma de percibir sus pequeños cuerpos calientes, una forma de constatar de que la vida está en ellas. Rotter registra con detalle estás acciones cotidianas que se vuelven trascendentales, porque son el modo en que Luisa se aferra a la vida, lo que la mantiene erguida, son los pequeños destellos que iluminan su oscuridad.

II. El anillo

En una fiesta Luisa recorre sola las habitaciones. En el jardín, junto a la pileta se encuentra con Ernesto. Luego de un cruce de miradas él se acerca a ella, al ver que ambos están solos dice “creo que no vamos a tener otra opción que acompañarnos”. Luisa le cuenta el encuentro a su madre y se ríe al recordar lo que le dijo Ernesto al enterarse de que ha quedado viuda con dos niñas muy pequeñas “Ah, pero tu vida es un verdadero desastre solo falto yo”. Como si se sintiera culpable de ese momento de risa y distención Luisa vuelve a su melancolía habitual.

Los encuentros entre Luisa y Ernesto se volverán esquivos, con marchas y contramarchas. La posibilidad de un nuevo amor parece generar culpa en Luisa, su madre y suegra la incitan a que rehaga su vida. Ernesto se volverá la posibilidad de volver a conectarse con el exterior de salir del propio ensimismamiento. Pero la personalidad de Ernesto, su ímpetu, su deseo de formar una familia, lo hacen avanzar con torpeza e invadir el espacio y los tiempos de Luisa.

Luisa deberá imponer sus propias condiciones, dejar en claro una y otra vez que sus hijas tienen un padre, que ellas ya son una familia y afianzarse en sus propios deseos y convicciones. Sin embargo, los deseos y tiempos de Ernesto parecen ser los que determinarán su futuro. La presión externa también parece influir en la decisión de Luisa, ella es una mujer sola de buena posición pero que nunca ha trabajado fuera del hogar, el matrimonio se vuelve también una forma de tener un futuro más liviano, al menos desde la perspectiva de su madre. Sin grandes subrayados, Rotter introduce un comentario sobre la época y las dificultades que atraviesa una mujer viuda. El único destino posible para una mujer de clase acomodada parece ser el matrimonio.

Luisa demora en aceptar el anillo que le ofrece Ernesto. Finalmente, una noche se quita su anillo de casamiento. Aquel objeto parece ser lo último que la mantenía unida a su vida anterior. Luisa se lo quita lentamente, con tristeza. Ese desprenderse del anillo parece ser una nueva despedida, tal vez la definitiva.

*

La luz incidente es un relato sutil del proceso siempre personal que implica transitar el duelo. De aquello del exterior que incide en las oscuridades de la perdida. De algún modo se vuelve registro del pasaje de lo interior- el replegarse sobre sí, la necesidad de establecer algún tipo de contacto con quienes ya no están- a lo exterior, de volver a vincularse con el afuera. Se trata de un movimiento sutil, ambiguo y en muchos momentos doloroso que Rotter acompaña con una puesta en escena elegante y también llena de sutilezas, de intercalados entre claros y oscuros que nos permiten ingresar en la subjetividad del personaje sin necesidad de la palabra. Si de sutilezas se trata, la interpretación de Erica Rivas en una clave minimalista construye a su personaje a partir del gesto, de la mesura en las acciones y la palabra. La película de Ariel Rotter apuesta a la imagen, a la potencia del cine para registrar lo pequeño, explora la posibilidad de dar cuenta de una interioridad a través de los gestos y acciones que determinan una forma de transitar el mundo y vincularse con los objetos.

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