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Cine argentino: crítica de El cambio de guardia y El placer es mío

El estreno comercial de las películas ganadoras de festivales de cine de la Argentina es siempre una incógnita. Algunas lo hacen largo tiempo –a veces años– después de haber conseguido el premio. De otras, especialmente si su esquema de producción no tiene una pata nacional, difícilmente vuelve a saberse. Un problemón para los espectadores que se quedaron con las ganas, a los que sólo les queda cruzar los dedos para que en algún momento llegue a alguna plataforma de streaming.

Pero también están las que buscan aprovechar el envión del premio estrenándose poco tiempo después del festival. Tiene sentido esa estrategia: al estar fresco el recuerdo, es probable que haya más atención de la prensa y los comunicadores digitales, más menciones en redes sociales y más ganas de los espectadores que no pudieron o no llegaron a verla. Porque seamos honestos: aunque veamos muchas y muy buenas películas en un festival, no “acertar” con la ganadora deja un gustito amargo en la boca.

Doble programa de ganadoras del Bafici

Lo de la primera semana de junio en la Argentina no es muy común: a falta de una, habrá dos películas que ganaron hace muy poco en un festival. Es más: ganaron ¡en el mismo festival! Hablamos, claro, de BAFICI, que terminó su 25º edición a fines de abril. Una es El cambio de guardia, de Martín Farina, premiada como Mejor Largometraje de la Competencia Argentina y con funciones a partir del 8 de junio los sábados de junio a las 22 en el hermoso Auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). La otra es la ganadora de la Competencia Internacional, la más relevante del organigrama. Se llama El placer es mío, es la ópera prima de Sacha Amaral y tiene funciones también los sábados –desde el 1/6–, pero a las 19 y en el renovado Cine Arte Cacodelphia.

La palabra como protagonista

Quería ver El cambio de guardia desde antes del premio porque me gusta el cine de Martín Farina. Es de esos directores que no puede parar de filmar y que vivencia el cine como una pulsión vital. No por nada hizo catorce películas en diez años. Si bien su obra es muy heterogenia, desde Mujer Nómade hay un elemento que aparece con mayor frecuencia. Ilustremos con un ejemplo: la película que mencionamos está centrada en Esther Díaz, una filósofa especializada en el estudio de los cánones de sexualidad y del placer en la cultura patriarcal. Farina la siguió a sol y a sombra y, dado que Díaz es mega inteligente, buen parte del interés del documental pasa por la riqueza de sus pensamientos. Así lo entendió el director, que optó por un montaje regido por el tempo expositivo de Díaz. Porque Farina, como nosotros, quería escuchar.

El cambio de guardia

Profundizó esa búsqueda en Los convencidos. La idea es buenísima: ver cómo una charla en apariencia trivial puede convertirse en una discusión a medida que los argumentos comienzan a usarse como espadas lingüísticas. Bajo esa lógica, vemos un puñado de situaciones de disputa oral que van desde una chica intentando vender las bondades de las inversiones y la educación financiera como la única manera de salir adelante, hasta una señora recibiendo las enseñanzas de la represente de una escuela espiritual que propone abrazar una “conciencia integradora”. Si antes la protagonista era Díaz, acá definitivamente son las palabras.

Y así llega El cambio de guardia. Los protagonistas son media docena de hombres de 65 años que se conocieron hace casi cincuenta, cuando coincidieron, en 1977, en el Regimiento de Patricios para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, vigente en la Argentina hasta mediados de la década de 1990. A ellos Farina los encuentra cumpliendo el ritual anual de juntarse en Plaza de Mayo para ver el cambio de guardia de los granaderos del Museo Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo.

Los amigos se conocieron en el Servicio militar

Los muchachos se juntan muy seguido, tienen la confianza propia de las amistades de décadas y hablan entre ellos con algunos términos del argot militar. Fue una experiencia que los marcó para siempre, porque solo ellos saben lo que vivieron allí. La primera parte de la película registra buena parte de los encuentros, casi siempre con un asado muy bien regado de por medio, donde está muy claro que todos se quieren como pocas cosas en la vida. Si hasta uno llora porque otro decidió “borrarse”. Son comunes las videollamadas con un emigrado a Estados Unidos, que allá tiene todo, menos a sus camaradas de armas.

La paz se termina cuando en la charla aparece, ¡chan!, la política argentina. Ya se sabe que la política partidaria –y, especialmente, sus nombres propios- es quizás el mayor factor divisorio de la sociedad actual. En este grupo no es la excepción. Al contrario, se insultan de lo lindo porque hay dos bandos con posiciones tan irreconciliables como conocidas: hace añares escuchamos a unos hablando pésimo del peronismo y la corrupción y a otros señalando que todo sería distinto si los empresarios no fueran garcas y los partidos de derecha, tan entreguistas.

La tan mentada grieta le plantea a Farina la pregunta que en las notas de prensa propone como una de las ideas rectoras del relato: “¿Cómo se hace para no estar de acuerdo tan profundamente con alguien que uno ama?” No hay, desde ya, respuestas fáciles. Incluso diría que tampoco hay respuestas correctas. Para Farina una buena forma podría ser, ante todo, aplicar al máximo el arte de la escucha y el intento de comprensión. Para esos amigos, saber que, si bien la política condiciona nuestras vidas, al final del día, cuando apoyamos la cabeza en la almohada, lo único que nos queda la familia y los amigos. Esas cosas que el dinero no puede comprar.

La generación desamparada

Si el motor narrativo de El cambio de guardia es la exploración de la zona donde se conjuga la lealtad con la ideología, los sentimientos con la manera de ver y pensar el mundo, El placer es mío indaga en las múltiples manifestaciones que puede tener el desamparo. Porque Antonio manipula, roba, engaña y miente como un intento de buscar cobijo ante los vientos huracanados que le genera la falta de contención.

Aunque extremo, puede pensarse a la ópera prima del brasileño radicado en la Argentina Sacha Amaral como un retrato generacional de quienes andan por los veintipico en una realidad socioecómica con pocas posibilidades para el crecimiento. De allí, entonces, que Antonio habite una suerte de presente continúo hecho de satisfacciones instantáneas: amantes de ambos sexos, venta de marihuana y hurtos motivados más por el hábito que por la necesidad: a veces se lleva plata y otras, adornitos y elementos de escaso valor comercial. Guarda el dinero en una cajita, pero no hay un objetivo concreto de ahorro. Antonio quiere tener “algo”, lo que sea.

Y están las peleas con su círculo familiar. Ese círculo tiene, básicamente, dos personas: su media hermana (Sofía Palomino) y su madre (Katja Alemann). Con ambas va del amor al odio en un pestañeo, del abrazo cálido al revoleo de objetos. Hay muchas cosas no dichas entre ellos, mucho sedimento acumulado en la dinámica esos vínculos, pero a Amaral no le importa el pasado familiar, sino la deriva del aquí y ahora de un joven cuya única arma, y que sabe utilizar muy bien, es su cuerpo.

El placer es mío prodiga escenas de sexo de corte realista y urgente, escindiendo ese deseo del cariño. Quizás porque Antonio no hace demasiado para que lo quieran. Al contrario, debe ser uno de los protagonistas más difíciles de generar empatía del cine argentino en mucho tiempo. Aparecen, sin embargo, lapsus de fragilidad en las charlas íntimas con amantes que mayormente orbitan alrededor del amor y sus posibilidades. A fin de cuentas, generar rechazo puede ser su extraña forma de querer.

PARA ANOTAR EN LA AGENDA

*El cambio de guardia, de Martín Farina, se verá a partir del 8 de junio todos los sábados de junio a las 22 en Auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA).

*El placer es mío, de Sacha Amaral, tiene funciones todos los sábados de junio a las 19 en el Cine Arte Cacodelphia.

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