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El regreso de la telenovela argentina

“Sí, está buena pero…nah, ¿viste? Es lo que es” “Es medio una boludez, pero está bien”

“La vida no es así, no me creo nada de la serie, es irreal”.

Nosotros, la gente.

En algún momento del transcurso de la modernidad, con el paso de los últimos años, apoyándose sobre la impunidad y la prepotencia fácil de las redes sociales, la gente se ha vuelto opinóloga y muy idiota. Perdónenme por arrancar así la nota. Juro que no estoy teniendo un mal día y no uso la nota para descargarme porque alguien me maltrató en la calle. Lo digo porque quizás sea una de las hipótesis que sostengan esta crítica y nota sobre la serie.

Haciendo una investigación no del todo responsable y profunda, podemos decir que la telenovela es un género televisivo nacido y criado en américa latina. La primera telenovela es brasilera y data de 1951. Desde entonces, es un género que ha conquistado desde Cuba, a México, hasta la Argentina.

El género narrativo dominante de las telenovelas es el melodrama, y los tonos, los colores que completan el cuadro han ido cambiando con el paso de los años y con el estilo de cada cultura. En mi experiencia personal, los 90´s en Argentina fueron el boom de la popularidad del género. Hablábamos de las novelas que vimos la noche anterior a la mañana siguiente en el colegio. Eran aquello que llamamos “tira diaria”, por lo que todos los días salía un nuevo capítulo de esas series. Al mediodía dominaban las telenovelas del canal Telefé, con un mayor tinte trágico dentro del género del melodrama. Por las noches, las producciones de Polka en el canal 13 estaban en su auge. Underground hizo evolucionar el género años después luego del 2000. Son Amores, Gasoleros, Campeones, El sodero de mi vida, Graduados, 100 días para enamorarse. Todas estas últimas telenovelas con una base estructural típica del género televisivo en cuestión, de conflictos melodramáticos y familiares, donde lo sustancial era el cruce de las clases sociales, la dominancia de las subtramas románticas, los amores no correspondidos. Y como no puedo decir qué es lo que sucedió desde los 90´s en otros países ya que no he visto novelas de afuera, solo voy a aseverar aquello que sí sucedió en Argentina: las telenovelas se han vuelto grandes comedias.

Cada una de ellas aspiró a distintos niveles de profundidad en su reflexión o de “poesía” (las comillas son porque no estoy convencido del uso de la palabra) en sus diálogos, pero todas han ido en busca de lo popular. Porque de alguna manera es ese su carnet de identidad, y porque además el éxito televisivo dependía plenamente del rating. Competían entre sí las series, los canales, y en esa búsqueda sí es verdad que se han perdido ciertos standares. En general, las producciones que fallaban era porque confundían popularidad con simpleza, y ecuaciones dramatúrgicas prácticas con pereza. Lo popular es tan profundo y complejo como lo que no lo es, y es en ello donde se ha visto reflejada la idiotez. Donde la gente prejuzga aquellos contenidos y no se atreve más a admitirle a los demás o incluso a sí mismo, que una trama sencilla también lo puede conmover. Que quizás en secreto se quedó viendo dos horas de alguna novela porque la pasó bien pero la posmodernidad le demanda ser inteligente y cool. Lo juzgará más por ver novelas que por ir a festivales de cine independiente. El espectador se ha idiotizado al pretenderse intelectual y demandarle a la ficción que este a la altura de ese nivel inventado por las pretensiones de pertenencia hipócritas que, juzgan y se vuelven snob con la cultura, pero sostienen en historias de Instagram las banderas de la popularidad y la inclusión.

Igualmente, como todos sabemos, la televisión como la conocíamos ha muerto y como todo, la ficción tuvo que adaptarse al paso del tiempo.

La telenovela latinoamericana se mantuvo viva en las plataformas. Desde contenidos de antes que las plataformas compraron, a producciones nuevas. Pero las telenovelas argentinas que se podían ver en las plataformas eran algunas de las de antes. Eso ha renovado su público y de alguna manera, la experiencia para quienes no las vieron en su momento fue y es igual a que si fueran producciones nuevas. Sin embargo, desde la lenta defunción de los contenidos de tira diaria en los que eran expuestas las telenovelas, hasta el día 5 de mayo, no se había estrenado (al menos con un rotundo éxito) una nueva telenovela argentina en las plataformas. Pero aquel día, en Amazon Prime, se estrenó del director Diego Kaplan Felices los Seis.

La telenovela en cuestión

El tiempo pasó y a menos que seas un habitué del género, acostumbrarse al código de la telenovela implica un esfuerzo. La historia dice así

Damián y Carolina se conocen en un casamiento y sienten un rotundo amor a primera vista. Cuando al otro día salen y él va a la casa de ella a pasar la noche, descubre que definitivamente pertenecen a mundos distintos. Él, si bien tímido, torpe y sensible, un hombre clásico que pertenece a su vez a un grupo de amigos que sufren de todos los clichés del macho: algunos homofóbicos, mujeriegos, burdos, futboleros, pero con un claro amor y fidelidad para con los amigos. Ella, por otro lado, pertenece a las antípodas del universo de Damián. Vive en una casa poliamorosa en la que viven dos triejas, tres chicas y tres chicos, y el amor es libre y sin prejuicio lógico. ¿Podrán estar juntos de alguna manera? ¿Qué preconceptos tendrán que romper ambos si quieren estar juntos porque el amor es más fuerte?

Decía que cuesta habituarse al género porque las temáticas, las formas en las que suelen ser tratadas esas temáticas, el código actoral, la fotografía, el arte, el guion y el montaje (básicamente todas las áreas del dispositivo audiovisual), están cada vez más alejadas del tratamiento de cualquier otro tipo de relato audiovisual. En tiempos donde los espectadores se han formado y se siguen formando viendo una tras otra series y películas, todos los géneros se han actualizado y han quebrado las fronteras que los diferencian. El terror ha llegado hasta convivir con la comedia, la fusión entre la comedia y el drama han dado a luz a uno de los subgéneros hoy día más populares que es el “dramedy”, y el scifi se ha sabido mezclar con todos los demás géneros y subgéneros. Esos matrimonios han implicado cambios en los tonos, en los códigos interpretativos y el diseño visual, siempre respetando las reglas básicas de los géneros que identifican a las tramas principales, y nos han regalado sorpresas mucho más que agradables. La industria salvando muchas excepciones, se ha repensado y rediseñado. En sus formas y sus contenidos. Los experimentos han dado mayores y menores aciertos, pero han sido consecuencias de una silenciosa y constante revolución. La telenovela es, en cambio, uno de los géneros televisivos que probablemente tengan límites y reglas más firmes e infranqueables.

Felices los seis no sería una telenovela si no fuera porque lo central es una trama romántica sobre un vínculo complejo que no debería suceder, y porque los conflictos de las subtramas rondan también acerca del amor, el sexo, de la amistad, de aquello no dicho que tendrá que salir a la luz y hará trastabillar los vínculos preexistentes.

Si bien los universos que identifican a uno y al otro no representan dos clases sociales distintas en las que el amor sería indebido, sí pertenecen a dos lógicas y maneras de ver el mundo que probablemente nunca se comprendan la una a la otra. Si tradicionalmente era la chica o el chico pobre trabajador de la gran mansión del pueblo, quien se enamoraba del hijo o la hija del dueño de la mansión (quien será seguramente el mayor antagonista opositor a esa trama central), aquí es un monógamo que se enamora de una poliamorosa.

El ritmo tradicional de la narración de la telenovela, está siempre lejos del de la vida misma. Trabaja desde los estereotipos para reflexionar sobre los mismos y no se propone más que eso. La telenovela es sincera. Si quieren tener reflexiones sobre el universo de las pesadillas vayan a ver a David Lynch. Si quieren aventuras que los despeinen y los hagan llorar, vean Spielberg. Si quieren juntarse a despotricar contra lo popular enarbolando un mundo más inclusivo, pueden ir a ver películas de Sofía Coppola tomando cafés en los bares de turno. Si quieren conectar con una ficción con menos filtros reflexivos y no tener que hacer tanto esfuerzo como espectadores, pueden ver una telenovela. Considerar que una ficción es buena solamente porque dejó cansado y confundido a su espectador, me parece un grave error. Felices los seis cumple con las reglas de la telenovela y en silencio incluso habla sobre dichas reglas. El director pareciera respetuosamente divertirse a cuestas de la telenovela como código, y la usa a favor de su propio estilo narrativo. Kaplan ya ha hecho algo similar en la película Desearás al hombre de tu hermana (donde pueden ver protagonizar a la reconocida modelo y conductora argentina Pampita), llevando ajedrecísticamente los conflictos de los personajes, los textos dichos, y el código actoral, a sus propios límites. Kaplan pareciera querer provocar a sus espectadores y llevarlos a tomar una rotunda decisión acerca de él: quererlo o rechazarlo. Pareciera no sentirse en el realizador las medias tintas, y por eso el riesgo de Felices los seis es altísimo. Aún para muchos detractores que por deporte eligen catalogar a la serie argentina de simplista. Es una serie sostenida por una gastronómica combinación entre textos propios de telenovelas, con actuaciones al servicio de la misma pero que comprenden el valor de la comedia, y conflictos que responden como en toda telenovela al objetivo antes dicho: conseguir la mayor audiencia posible. La serie está número 1 en la plataforma Amazon Prime ya hace varias semanas. ¿Cuál es el secreto?

No lo sé. Quizás pensaron que mi pregunta era retórica y tenía una respuesta objetiva, dura, al pie del cañón. Pero no. Lo que sí creo desde mi propia percepción y el barato estudio de mercado de hablar con distintas personas sobre la serie, es que uno como espectador tarda en aceptar el código. La telenovela se siente fuera de estado, se siente difícil, pero no es responsabilidad de la serie. Es más: la serie lo sabe. Y confía. Perdura. Las actuaciones están todas espléndidas al servicio de las reglas del juego, y en su casi totalidad, esconden virtuosamente cualquier texto volviéndolo orgánico y natural. Aún textos propios del género que sabemos imposibles en la realidad y que solo son posibles dentro de la fábula tragicómica que es la telenovela moderna. Hay momentos claves del relato donde casi como un homenaje al género, sucederá aquello que necesitamos que suceda para que la telenovela sea, en pocas palabras, una telenovela. Y será en esos momentos donde sus personajes a través del talento de sus intérpretes y de la dirección actoral, se volverán aún más queribles. Ellos, y el relato del que son parte. Nicolás Furtado (al que conocerán seguramente como Diosito de la saga El Marginal) y Delfina Chaves, ambos protagonistas de la serie (Damián y Carolina), son dos actores que demuestran estar a la altura de la enorme tarea de llevar adelante el relato. Son dos actores que harán que sus personajes sean queribles y deseables, sin nunca hacer temblar esa delgadísima cuerda que es el verosímil propio de Felices los Seis: una telenovela que experimenta como hablar en serio de sus propios conflictos sin dejar de ser una comedia que se ríe de sí misma.

Reflexiona sobre cuestiones que todos discutimos tarde o temprano en alguna charla entre amigos. Comprende que el mayor abismo (además del político) hoy en día ya no es necesariamente social, sino ideológico. Las concepciones acerca de la libertad, por ende de todos los vínculos, y por ende de lo romántico. La serie comprende incluso que sus espectadores juzgarán el estereotipo de los personajes, y que probablemente tarde o temprano entiendan que ellos son también parte de un estereotipo. Quizás por eso sea tan exitosa. Y quizás sea exitosa porque sí.

¿Existe algún terreno ideológico que sea ideal? Modernos, tradicionales, monógamos, poliamorosos. ¿No son todos al fin y al cabo humanos intentando probar y sostener el mundo en el que creen? ¿No son los personajes y no somos todos tan revolucionarios como idiotas?

Casi como si la verdadera premisa detrás de todo fuera “No nos tomemos nuestros dramas tan en serio, y menos que menos nuestras propias verdades”, sucede el relato de Felices los seis, una telenovela moderna, simpática, querible, graciosa, que pondrá a prueba cuánto te malacostumbraste a pedirle a la ficción que solamente sea una revolución intelectual.

Chesi

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