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EMA (2019), una bailarina de reggaetón chilena y la piromanía callejera como arte

Pablo Larráin, el director de Neruda (2016), Jackie (2016) y Ema (2019).

El director chileno Pablo Larraín lleva más de veinte años en la industria del cine, y además de ejercer el cargo de dirección, también ha trabajado como guionista y productor tanto de otros cineastas como de sus propias películas. Ya con su ópera prima, Fuga (2006) —una coproducción entre Chile y Argentina—, se posiciona en el Festival de Málaga (España) en el centro de todas las miradas, recibiendo el premio a la Mejor película latinoamericana. Sus primeros pasos avanzan la prolífica y talentosa carrera que desarrolla durante los próximos veinte años, hasta llegar a la actualidad. Llega presentar su segundo trabajo Tony Manero (2009) en la Quincena de Realizadores de Cannes y hasta día de hoy, ha estado presente en los festivales y galardones más importantes a nivel mundial: el Festival de Venecia, Berlinale, y los Oscar, los Globos de Oro, entre otros.

En los últimos años de su carrera ha logrado posicionarse como uno de los directores más consagrados. Parece que todas sus películas vienen con premio, como si tocase la tecla mágica en cada uno de sus trabajos. En 2016 obtiene el Premio Fénix a la mejor película por Neruda (2016). Pero los triunfos no terminan ahí, y ese mismo año logra introducirse en el mercado de Hollywood con Jackie (2016), una película protagonizada por Natalie Portman, que ganó el premio al mejor guión en Venecia y recibió múltiples nominaciones a los Oscar y los Globos de Oro.

Tras esta vorágine reconocimiento y galardones, en los que el director va probando con diversos estilos y formatos, en el año 2019 presenta una de sus obras más recientes: Ema (2019), una película con la que vuelve a sus orígenes chilenos, y decide rodar íntegramente en su país. Con una duración de apenas 107 minutos, y una historia cargada de relatos ocultos y dobles intenciones al son del ritmo del reguetón, el largometraje fue nominado al León de Oro en la 76ª edición del Festival de Venecia. Asimismo formó parte de la sección Perlak del Festival de Cine de San Sebastián.

Ema (2019)

Es lógico pensar que tras su iniciada carrera en Hollywood, una película más íntima y menos comercial como lo es esta, iba a tener menos recorrido y repercusión que todas sus anteriores. Sin embargo hay algo que me sorprende sobre el poder del cine, y es como cada película, cada historia, cada relato, acaba encontrando su lugar; acaba de alguna manera buscando el hueco que le permite recibir la mirada de los más interesados. El largometraje de Jackie (2016) resonaba en todas las pantallas, salas de cine, foros y revistas meses antes de su estreno y tiempo después de que viera la luz. Incluso a pesar de que no conociéramos la carrera de Pablo Larrain, la carátula de esta película, así como de otras muchas, consigue resonar en la memoria colectiva debido a la fuerza —y al dinero— de la omnipresente industria de Hollywood.

Sin embargo, Ema (2019) logró colarse por pequeñas ventanas y resquicios de aire fresco en algunos rincones de Internet; en páginas y blogs que buscan un tipo de cine con el foco en el trabajo visual y plástico, y que esconde las historias de mujeres fuertes, provocadoras e inspiradoras. Es así como sin pensarlo, la historia de una joven bailarina de reggaeton, con una compleja configuración familiar, llega a mí. La compleja realidad de los niños que buscan familias en adopción, y la corrupción de los sistemas que gestionan todos estos trámites, se focalizan en este drama desde una perspectiva interdisciplinar.

La ficción hace match con la musicalidad, y los ritmos del videoclip y del arte callejero se fusionan con el relato de ficción para producir una película que tiene tanto de drama como de enredo psicológico.

Parece que en este trabajo, Pablo Larraín trata de jugar con esta agrupación en binomios de dos conceptos en principio contrapuestos para buscar el resultado de algo innovador y único. Es así como, antes de introducirnos en el hilo conductor de la ficción, cabe destacar al tándem que encabeza esta historia. El ya consagrado actor mexicano Gael García Bernal conforma junto a la actriz revelación Mariana Di Girolamo la pareja perfecta para dar vida a esta unión que trata incansablemente de convertirse en una familia.

No es baladí hablar de un gran recorrido en el caso de Bernal, pues ya solamente Ema (2019), supone la tercera colaboración con su director — ha trabajado también en No (2012) y Neruda (2016)—. Dentro del cine español, forma parte del elenco de la reconocida La mala educación (2004) de Pedro Almodóvar, y en el año 2016 obtuvo el Globo de Oro como protagonista por la serie Mozart in the Jungle.

Hilo argumental de Ema (2019)

Pablo Larrain retorna a su país natal para narrar este drama en la comuna de Valparaíso. Retratando la parte más callejera y nocturna de sus calles, trata de ubicar la atmósfera y el contexto en el que habitan sus protagonistas: un lugar de alejado del lujo y del postureo, y más cercano a la precariedad laboral del artista, al trabajo constante y al juicio de la mirada externa que quienes no habitan en su realidad. Ema y Gastón, bailarina de reggaeton y coreógrafo, quisieron ser padres hace un tiempo, pero la esterilidad de él no permitió que su deseo pudiera hacerse realidad de forma natural. Es por eso que la pareja toma la decisión de adoptar a través del SENAME, a un niño de seis años llamado Polo. Pero no transcurren más de dos segundos hasta que la decisión de devolver a su hijo ocupa toda la pantalla.

Nada más iniciar la película estos son los antecedentes que el espectador recibe de forma no lineal y casi como un jarro de agua fría. Y a lo largo de toda la película, la dosificación de información sobre el relato se realiza de la misma manera desordenada, haciendo que el espectador vaya entendiendo lo que sucede a medida que ciertos flashbacks y elipsis temporales van reconstruyendo la historia, como si de un puzzle se tratase.

A través de un caminar muy deprisa, una mirada de auxilio y un diálogo retador se presenta el personaje de Ema, mientras ruega a una de las trabajadoras de la institución que le dé alguna clave sobre cómo se encuentra su hijo. Pero nada logrará que las instituciones le dejen retomar el contacto con él, nada que pueda ir por la vía formal y adecuada. El sentimiento de culpabilidad, el fallido matrimonio con el coreógrafo con quien comparte profesión, y una soledad arraigada a cada parte del cuerpo llevan a Ema a comenzar la búsqueda por sus propios medios. Así empieza todo un viaje de liberación personal, en el la joven destroza y traspasa todas las barreras con tal de conseguir su objetivo, sin importar lo que se haga pedazos tras su paso. Con el único objetivo de recuperar a su hijo y volver a construir una familia —en el más amplio sentido de la palabra— la mentira, la venganza y la fuerza son los medios de los que Ema hace uso en su viaje de la heroína.

El giro de guión que presenta la película busca no dejar indiferente a nadie, y lo logra. El poder de convicción —y seducción— de la bailarina arrasa con todo, como lo hace su fuego en una metáfora de la fuerza de su propia naturaleza. Ema (2019) se convierte así en un «drama incendiario sobre el arte, el deseo y la familia moderna».

En este relato todo tiene que ver con la culpa, con descubrir quién tiene la mayor responsabilidad sobre la fatídica decisión de “devolver” a un hijo. Para Ema toda la culpabilidad recae en Gastón, el “chancho estéril” que jamás pudo darle un hijo. Y por el contrario, este hurga en la herida de la tradición de una madre, lo que supone el abandono de la figura materna en un niño de tan solo ocho años. Pero más allá de lo que tiene relación con la adopción, la culpa y la responsabilidad también se refleja en el fallido matrimonio de ambos. La férrea decisión que toma Ema de separarse define al personaje y augura el poder de acción que tendrá a medida que avanza la historia.

«Es tu culpa que a mí me duela todo el cuerpo»

El tempo al ritmo del reggaeton

A la hora de visionar la película, el espectador pronto analiza que existe una alternancia de los ritmos realmente significativa, debido principalmente a la cadencia propia que tiene la historia. En la decisión de hacer coincidir dos lenguajes que, en principio, pueden ser rítmicamente contrapuestos, como lo son el relato y la danza, Pablo Larráin hace que los tiempos de uno contagien a los del otro. Así, la ficción empieza a teñirse del espectáculo, de su estética, de su velocidad y cadencia. La fragmentación del relato para introducir pequeñas cápsulas de la performance coreográfica se recibe como un alto en el tiempo, más que como una introducción. Y es precisamente este “contagio” de ritmos lo que lo permite, ya que de alguna manera, Ema (2019) ha sido estructurada como un gran videoclip. Larraín genera una sensación de aceleración y ralentización constante de los tiempos, que se ve potenciada por esta construcción fragmentada del guión.

Más allá de los ritmos, hay algo que hace referencia a la temática y al hilo argumental en la decisión de elegir el reggaeton como estilo de danza predominante en la vida de Ema y Gastón. Siendo madre joven y artista, el baile funciona como vía de escape en su vida. La libertad que el espacio del reggaeton le proporciona configura la construcción del relato, pues de manera mecánica, las coreografías toman el espacio y, sin pausar el argumento, forman parte de la vivencia diaria de ella.

Podría haber sido elegido un estilo mucho más clásico, o el contemporáneo, el elegido para generar la coreografía en la que trabajan ambos. Pero son precisamente los antecedentes culturales y sociales que tienen este movimiento el que conecta con la esencia de los personajes. Alejado de entornos elitistas, el reguetón se baila en la calle, también en espacios accesibles a gran parte de la población y representa una generación joven muy concreta. Con un prejuicio en la mayoría de veces negativo, se analiza con un punto de vista obsceno, y gran parte de la industria se construye desde una perspectiva tremendamente machista. Todos estos antecedentes son claves para entender lo característico que es hacer de Ema una bailarina de reggaeton, ya que el relato trata constantemente de darle la vuelta al prejuicio establecido, y reafirmar este tipo de danza como un alegato al deseo y a la liberación femenina. Las integrantes del grupo, bailarinas, amantes de la danza, peluqueras y sobre todo amigas, reafirman de manera indirecta está reivindicación, convirtiendo esta danza en un espacio seguro.

Planos visuales y estética

Más allá de la música, hay otros elementos que terminan de configurar el universo poético y visual de esta pieza performática que es Ema (2019), como es el caso del fuego. Todo es disidente y fuera de la normatividad en la pareja formada por Ema y Gastón. El arte callejero define parte de su vivencia y lo performativo sirve a su vez para marcar la estética y el ritmo del relato. En la decisión de incluir la piromanía urbana hay algo que tiene que ver con todo esto también.

La fragmentación que sucedía entre la historia y la coreografía musical se ve aún más afectada cuando la actividad performática que Ema ejerce con el fuego comienza a coger cada vez más peso en su vida (y también en pantalla). —Sin olvidar el accidente que cataliza el abandono de Polo en relación al fuego—. Por ello, no es de extrañar que la actividad laboral del segundo hombre (el nuevo padre adoptivo de Polo) coincida también con este elemento, y sea bombero. Ya desde el inicio de la película, cuando una figura que el espectador todavía desconoce observa cómo se incendia un semáforo, el fuego se adelanta como elemento catalizador del relato.

«Lanzallamas en mano, arde la pantalla a ritmo de reguetón»

Asimismo, el calor también se apodera de la estética del espectáculo del que forman parte tanto Ema como Gastón. Una bola gigante de fuego se proyecta en una también gigante pantalla, detrás de los bailarines mientras el espectáculo se desarrolla. Así, el director logra una unificación de la imagen visual y poética a lo largo de los diferentes lenguajes. «La película, de esta forma, aunque de manera más errática, toma el fuego como otro hilo conductor».

La decisión de incluir un elemento como el fuego como parte de la construcción del relato, de la construcción de los personajes y de la estética general de la fotografía, consigue que una fuerza visual inmejorable, haciendo que Ema (2019) pueda considerarse un elemento de arte performativo que conforman el propio relato.

La familia y la amistad

Ema (2019) se construye a través del relato personal —una búsqueda desesperada por tratar de recuperar y reconstruir una familia, y son los elementos más estéticos (la danza y la piromanía) aquellos que sirven como hilo conductor de su heróico viaje personal. El ejercicio coreográfico va más allá de lo laboral y se define como un estilo de vida, haciendo que al ritmo de la danza, el espectador vaya descubriendo los universos de la amistad, del oficio y de la familia.

A la hora de analizar cómo se entiende este último concepto, antes que nada podríamos decir que Ema (2019) es la historia sobre la disolución y reconstrucción de una familia, y también sobre la búsqueda de una nueva configuración familiar.

Como sucede en la mayoría de los casos relativos a la familia, la maternidad se convierte en el foco principal de la mayor parte de sus conflictos. Así, Ema (2019) indaga en la culpa y en la responsabilidad común frente a la desdicha de haber abandonado a un hijo, pero pone el foco en la respuesta de la madre. Es ella quien se toma esta responsabilidad como algo que llevar hasta el final, ejerciendo su propio entendimiento de “la familia” a través de un feminismo y una libertad que choca con todo lo establecido en su entorno, sobre todo con el ideal de su marido. Sobre el conflicto del hombre en esta nueva construcción familiar, hasta al propio Bernal le resulta difícil poder «expresar(lo) con palabras porque tiene que ver con la compleja crisis de masculinidad que se observa ahora mismo en todo el mundo. Entendemos que las cosas ya no pueden ser como eran antes. Tienen que cambiar, ¿pero cómo exactamente? Es una de las cosas que analiza el filme, dentro de un contexto muy específico».

El relato, fragmentado (tal y como analizaremos más adelante), no adelanta en absoluto el giro de guión y el devenir de la historia. A medida que la película avanza, las intenciones de Ema se descubren sin apenas esperarlo, haciendo que el acercamiento intrusivo en la vida de la familia de los nuevos padres adoptivos sea cuanto menos imprevista y ciertamente atemorizante. Para cuando la construcción argumental se coloca en este punto, el espectador conoce de sobra la personalidad impulsiva, heróica, valiente y magnética de Ema, haciendo que crea firmemente en sus intenciones. Sabes que en su universo anárquico, ella es capaz de llevar hasta el final lo que se proponga, hasta el punto de convertirse en una marea corrosiva tanto emocional como sexualmente para sus enemigos.

Pablo Larraín coloca uno de los platos más fuertes de la película en el cuestionamiento del modelo de familia. Para generar un debate que conflictúa a los propios personajes, propone un claro contraste entre dos ideas contrapuestas: una estructura familiar desestructurada, configurada a través de una pareja inestable, con una clara diferencia de edad, roles de poder jerarquizados (más aún trabajando juntos) y con una precariedad laboral asumible; frente a la familia ideal que supone la nueva configuración que constituyen los padres adoptivos de Polo (una madre abogada y un padre bombero).

Hay varias ocasiones más en las que el modelo de familia es cuestionado. En el ensayo del espectáculo, una vez la pareja lo ha dejado, y se presenta la danza entre un padre y un hijo como forma de danza tradicional (equiparando ambas), por ejemplo. O también en la agrupación que constituyen el propio grupo de bailarinas, formando un hogar, un espacio seguro, entre todas ellas, algo que Ema necesita una vez su casa se desmorona por completo. La amistad femenina resurge al personaje y se revela como la unión necesaria y absolutamente capaz de ser igual (o más) importante que una configuración familiar formal.

Sin embargo, al final de la película la familia se acaba autodefiniendo como toda una institución, devolviéndole el peso que ya tenía desde el inicio para el personaje protagónico y revelando que siempre tendemos a recuperar nuestra propia naturaleza, casi como si se tratase del propio narrador del relato. Hay algo abrupto, casi plástico y verdaderamente franco en la decisión de que Ema, al final, revele sin pelos en la lengua cómo urdió todo su plan frente al nuevo modelo de familia que han creado. «Ema embarazada y toda la familia extendida (su madre y hermanas, las amigas bailarinas, su esposo Gastón, los nuevos padres de Polo) contándoles sin ningún tipo de remordimiento cuál era el plan, cómo lo llevó a cabo y cómo fue exitoso. La otra escena es la de una especie de happy end familiar en torno a un desayuno, con Polo, sus madres, sus padres, y su nuevo hermano».

Estructura fragmentada y guión

El guión se presenta como una sucesión de pequeños fragmentos, pequeñas cápsulas, que van siendo presentadas para que el espectador ate cabos por su propia cuenta. Es así como primero se adelanta el drama de la protagonista (el auxilio en las oficinas del SENAME), para luego hacernos entender cuáles son las causas que llevan a Ema hasta ese punto (el accidente con el fuego, la desestabilidad emocional de la pareja, etc). Las causas y consecuencias van entendiéndose a medida que avanza el relato, de forma no lineal, y logrando que en ningún haya información a la deriva, ni personajes de servidumbre que cumplan la mera función de contar lo que sucede para que el espectador “se dé por enterado”.

Acerca de la construcción del guión —co-escrito por Larraín, Guillermo Calderón y Alejandro Moreno—, y su proceso de trabajo, Bernal aclara lo siguiente en una entrevista para Vogue:

«Hablamos mucho de la historia, pero Pablo dijo que quería experimentar y probar a no darnos el guión. Tampoco estaba escrito del todo. Lo iban completando a medida que rodábamos y cambiando constantemente lo que iba a pasar. Me parece muy buena idea hacer cine así, que la película evolucione sobre la marcha. Afecta mucho a la hora de interpretar porque no sabíamos exactamente lo que iba a venir después. A veces nos pasaban escenas que eran muy divertidas pero las hacíamos muy serios [ríe]. Los diálogos eran alucinantes –una pasada– y también el gusto de poder improvisar, jugar con esto y lo otro, probar cosas diferentes en diferentes tomas. Luego, con el montaje, cambió toda la película. Hasta ese momento, la idea que yo tenía en la cabeza de cómo iba a quedar la película era otra muy distinta».


Si el trabajo de Pablo Larraín en Ema (2019) se posiciona dentro de un estilo más cercano al cine de autor, visual y plástico, su último trabajo Spencer (2021), se acerca a un universo más ficticio y comercial, poniendo en pantalla parte de la historia de Diana de Gales y el Príncipe Carlos. En la actualidad, el director chileno trabaja en un largometraje sobre la soprano estadounidense María Callas, protagonizada por Angelina Jolie.


Nahia Sillero.

Fuentes:

https://www.vogue.es/living/articulos/ema-pelicula-estrenos-mayo-gael-garcia-bernal

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