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Augusto Góngora y Paulina Urrutia, en La memoria infinita (2023) de Maite Alberdi

¿Qué hay detrás del olvido? ¿Qué se esconde en la memoria y cómo escarbamos en el recuerdo para mantenerlo siempre vivo? Miramos muchos ojos a lo largo de los años, durante tanto tiempo que parece pausarse para entregar cuerpo y alma a otro mirar. Cuando no reconocemos quiénes somos en nuestra piel, hay cuerpos lejanos que lo saben mejor que nosotros. Pero llega un momento, un instante que se enciende siempre demasiado temprano, en el que los ojos parecen dejar de mirar de la misma manera. El reflejo se desdibuja y nada tiene la forma que tenía antes. Ahora es todo nuevo, y a su vez, repetitivo, fugaz, olvidadizo, borroso.

Habría que parar los segundos, hacerlos añicos, recoger cada caricia, cada mirar, cada llanto también, y guardarlos en una esfera de cristal a la espera de ser redescubiertos. Cuando el tiempo avanza y el caminar no puede pisarle los pies, habría que poder volver a esas lágrimas de recuerdo y memoria para entender quiénes fuimos y seremos a partir de aquí, quiénes son el resto que hacen camino junto a nosotros, cómo podemos relacionarnos con otro mirar cuando hemos dejado de ser lo que siempre pensamos que éramos.

A través de una bella estructuración de los hechos que desafían al tiempo, y sin ninguna necesidad de la metáfora, la directora chilena Maite Alberdi compone su último trabajo. Una inquietante, humilde y verdaderamente generosa pieza en torno al recuerdo, a la memoria, al olvido, y sobre todo, al amor. Esto es La memoria infinita (2023).

Recorrido de una directora de Oscars

La directora chilena lleva tiempo cosechando aciertos en un recorrido que dibuja entre la ficción y el documental. Su ópera prima llegó en el año 2011 y desde entonces ha ejercido de actriz, productora ejecutiva, guionista, realizadora y directora. Hay pocas palabras que puedan definir el bello y tenaz compromiso de su trabajo, y así lo reconocen los múltiples premios que ha ido obteniendo a lo largo de su prolífica carrera.

Quizá para muchos, uno de los primeros proyectos que puedan relacionar con la directora es el largometraje documental El agente topo (2020). Estrenada en el Festival de Cine de Sundance, fue nominada al Óscar al mejor largometraje documental 2021, constituyéndose como la primera película de una realizadora chilena en ser nominada. Asimismo, en España tuvo un precioso recorrido lleno de sorpresas. Fue nominada a Mejor película iberoamericana en los Premios Goya y en los Premios Forqué y obtuvo el galardón a Mejor película europea en el Festival de Cine de San Sebastián.

La memoria infinita (2023) es el último trabajo de la directora, un documental que ha roto todas las barreras en los festivales y premios del audiovisual a nivel mundial. La película ha podido formar parte de los festivales más importantes; estuvo presente en la Berlinale dentro de la Sección Panorama y el Festival de San Sebastián, ofreciendo su visionado dentro de la sección Perlak. Con un total de doce galardones, entre los que destacan el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance 2023 y el Premio a Mejor Largometraje Latinoamericano en los Premios Forqué. A su vez, la película ha estado nominada a Mejor Película Iberoamericana en los últimos Premios Goya, así como a Mejor Película Documental en los recientes Premios Oscar.

Argumento de una vivencia real

Detrás de lo documental, el largometraje esconde la historia de dos cuerpos que podrían haber formado parte de un hecho ficticio, y que lamentablemente —y afortunadamente para el devenir de la película— no es así. La vida de Augusto Góngora y Paulina Urrutia, él un reconocido periodista cultural chileno y ella actriz y ex ministra de cultura, se pone al servicio de una obra de culto, de una joya cuidada como el más valioso de los diamantes. Y a través de una serie de imágenes de archivo, videos caseros y fotografías enmarcadas en lo que fue el hogar de ambos, Maite Alberdi recoge los últimos años de un alzheimer cada vez más pronunciado, una enfermedad que fue haciéndose con la memoria y el cuerpo de él, siempre cuidado y respetado por la figura de ella.

Su historia comienza hace más de veinticinco años, y es a través de estos primeros por donde empieza a configurarse el relato. Los primeros videos de archivo —con cuatro de septiembre de 1999, nueve de abril del 2000—, nos enseñan la construcción de lo que va a convertirse en la casa común: un espacio que a través de los libros, las fotografías, los descansos en la terraza, el mirar de las puestas de sol y las conversaciones en la cocina, se va convirtiendo poco a poco en hogar. La imágen analógica nos sitúa en un tiempo anterior, en un tiempo del recuerdo propio del documental. Y esto genera que el desde el inicio, sin saber de antemano que se trata de un hecho verídico, el espectador se posicione en un lugar comprometido, observando el cambio y el deterioro de los cuerpos debido al paso de los años.

Es a través de tres grupos (imágenes de archivo, grabaciones caseras de la actualidad y secuencias filmadas por el equipo) como se configura el bello mensaje de La memoria infinita (2023). Veámos cómo se trabaja con cada una de ellas.

Hay varias cuestiones que podrían abordarse en este sentido. Por un lado, existe todo un trabajo de rescate y búsqueda de los recuerdos que, sin saber muy bien para qué, fueron grabados en un tiempo determinado, y ahora salen a relucir para que la directora componga el arco de los que ya son sus personajes, un recorrido no solo extenso sino también verídico. Pero más allá de estos materiales de archivo, la película también se compone gracias a otros dos tipos de imágenes, que configuran un total de tres lenguajes que trabajan en conjunto. Estas tipologías se corresponden, por una parte, con todos los videos filmados en la actualidad de forma “casera”, en los que parece que es Paulina quién manipula la cámara directamente (sin un equipo detrás), y las imágenes que sí forman parte de una grabación más “profesional”, con una colocación de la cámara pensada, el foco bien ajustado y la luz medida.

Cabe preguntarse si en todos estos videos que la Pauli graba en la actualidad es consciente de que existe un proyecto de largometraje en el que van a participar. O si por el contrario lo hace de forma improvisada (tal y como los videos de la construcción de la casa) y luego han sido usados para la película. ¿A dónde mira ella? ¿Sabe desde el inicio que enfoca los ojos en unos espectadores que podrían estar al otro lado del mundo? ¿Qué tiene la pieza de casera y que de artificio?

En varios de estos videos caseros, Paulina elige la posición, las palabras que declama, el foco, el inicio y también el final. Mira a cámara directamente cuando decide cortar y en lo orgánico y privado de toda la acción, su encuentro con el objetivo que la graba se entiende más como un simple mirar, que como una ruptura premeditada de la llamada cuarta pared.

Temáticas

Las primeras imágenes del documental presentan un ritual. Una secuencia poética que se repite constantemente a lo largo de lo que dura la obra: Paulina pregunta a Augusto quién es, qué hace aquí, quién es ella, dónde están. Estas preguntas tratan de reubicarlo, intentan que la memoria reconozca al cuerpo propio y al ajeno. Paulina busca en la mirada de Augusto el tiempo presente, y lo hace una y otra vez, incluso cuando el tiempo que se toma el olvido es cada vez mayor. De alguna manera, es como si Augusto tratase de recordar quién es él, al mismo tiempo que el espectador lo descubre.

No hay más cuerpos ni miradas de relevancia en el documental. A excepción de quienes trabajan junto a Paulina en las diferentes funciones de teatro, la película podría casi clasificarse como una especie de entrevista muy personal y larga. Y la decisión de que solamente sus cuerpos protagonicen la pieza, nos introduce en una intimidad vital para entender el dolor de la pérdida. Los recuerdos se van desvaneciendo, en un tiempo incierto, desconocido y aleatorio, como lo hacen las letras que conforman las palabras del título del propio largometraje.

Hay infinitas frases y diálogos que recordar del guión de Maite Alberdi compone para la película. La esencia del documental, de lo verídico y de lo casero, abre todo un universo al entendimiento de lo que puede entenderse por un trabajo de guión. De forma similar a lo que sucede en la escena teatral, un dramaturgo puede abarcar no solo el trabajo de texto declamado, sino también la composición general del espectáculo. Con La memoria infinita (2023) parece suceder algo parecido.

En un trabajo como este, la composición total de los diálogos no puede construirse en una fase previa de preproducción, pues la vida de quienes la protagonizan tiene ya de por sí sus propias palabras, ritmos, lenguajes, que necesitan de una frescura propia que no se puede escribir ni planificar de antemano. Por ello, la cámara trata de recoger los pequeños y grandes momentos de lucidez de Augusto Góngora en un tiempo presente, encontrando el hilo conductor en la rutina. Así, resulta complejo entender el trabajo de guión como la configuración previa al rodaje en el que lo dialogado se marca y se fija de forma precisa. En La memoria infinita (2023), el trabajo de Maite Alberdi va mucho más allá de las palabras que son dichas; tiene que ver con la elección de situar un elemento detrás del otro, entender qué cuenta una imagen cuando es seguida de otra muy diferente o similar a ella.

«¿De qué te gustaría acordarte?», le pregunta Paulina a Augusto, como si su elección fuera determinante en el recuerdo final. A través de la elección de palabras como estas, del acompañamiento y también del duelo propio, el documental se convierte en una oda a los cuidados, al proceso del olvido en la vejez y al amor generoso, valiente y comprometido. Tiene mucho de una película sensorial, donde el tacto y la mirada configuran el relato. Esto genera un ritmo muy preciso, un viaje al que el espectador se suma sin mayor dificultad.

Parece que la premisa de que la infancia y la vivencia junto a un cuerpo inocente nos rememora las cuestiones más vitales se vuelve realidad a través de esta historia. La mirada del niño, el miedo y la inocencia se apropian del cuerpo de Augusto Góngora, y, a medida que el alzheimer va cogiendo cuerpo, los instintos básicos se van viendo cada vez más reducidos, hasta recordarnos solo lo más vital:

«Pero mientras este aquí, hay que jugar, estar con los amigos y conversar, y todas esas cosas, ¿chacái?», le propone a su mujer.

«Sí, eso es lo que hay que hacer», contestará Paulina.

Más allá de las causas de una enfermedad que corroe los últimos pasos, La memoria infinita (2023) es también un homenaje a la vida de Augusto y Paulina en relación a su oficio. Como periodista cultural de gran reconocimiento en Chile, la carrera de Augusto Góngora se relata como un verdadero compromiso social con la situación sociopolítica de su país. La entrega no solo profesional, sino también personal, recorre las plazas en las que entrevista a inocentes, defiende denuncias ante crímenes impunes y retrata las protestas de un país. De esta manera, Maite Alberdi realiza un acertadísimo paralelismo entre la memoria mental con la memoria política y vivencial, haciendo que la vivencia real de los protagonistas sea quien explique la realidad de la decadencia de un país y de un cuerpo al mismo tiempo. «Sin memoria no hay identidad», será dicho a lo largo del largometraje en más de una ocasión, casi como un mantra que permanece de forma nítida en el recuerdo de quien mira atentamente la obra.

El oficio de Paulina, su trabajo en la escena y el teatro, entra a formar parte de la película de forma totalmente orgánica, de la misma manera que lo hace el oficio de su marido. Maite Alberdi —cabría preguntarse si de forma consciente o no— realiza con la labor de ella otra conexión subterránea en la que lo real y lo ficticio se desdibujan, formando parte de un juego en el que ellos son meros intérpretes. El teatro aparece como parte de la vida, como parte de su vida porque así lo ha sido. Y Augusto juega en la escena mientras el resto trabajan, o quizás, en realidad todos lo hacen.

La condición de una enfermedad que va borrando la memoria convierte al pasado en uno de los puntos centrales de la película. Y paradójicamente, esto genera una necesidad de permanecer en el tiempo presente de manera continua, como si de alguna forma la ausencia de lo que ya sucedió nos ofreciera la única puerta de prestar atención a lo que queda; lo vivo, lo actual. En este foco a lo presente, la fuerza de la llegada de la pandemia del COVID-19 se siente como un torbellino que arrasa con todo. Si semejante realidad supuso un antes y un después para la población mundial, la pérdida de un tiempo que parece habernos sido robado, ¿cómo se analiza en un cuerpo en el que el tiempo ha dejado de pasar? La necesidad de salir y la ansiedad por permanecer en contra de nuestra voluntad en un lugar determinado, pone de manifiesto, como ya veníamos sabiendo, la dureza de lo que ese tiempo fue en todas y cada una de las realidades.

«Es bonito acordarse de las cosas que uno ha hecho», dirá Augusto Góngora al final de la pieza, casi como en una llamada de atención a todos los que la estamos recibiendo con el cuerpo y la mirada abierta. La única manera de recibir esta bella y necesaria obra de Maite Alberdi.

La memoria infinita (2023) ya disponible en Filmin.

Nahia Sillero.

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