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Cuando lo salvaje se convierte en un acto de rebeldía: la construcción identitaria en las sociedad modernas.

No hay nada como disfrutar de una buena película que asuma el riesgo de explorar varios géneros al unísono, y el film The Animal Kingdom del director francés Thomas Cailley, logró marcar el paso como función de apertura en la sección Un Certain Regard —categoría que premia tanto a jóvenes talentos como a proyectos osados— en la 76° edición del Festival Internacional de Cine de Cannes.

En las últimas décadas, los «coming of age» parecen inclinarse cada vez más a ofrecernos un giro de tuerca que los acerque al género: algunos afianzados en el terror sobrenatural como Ginger Snaps (2000) y Jeniffer's Body (2009); otros explorando el terror con tintes dramáticos como en Raw (2016) y Bones and All (2022); unos cuantos más románticos como Let the Right One In (2008) y Humanist Vampire Seeking Consenting Suicidal Person (2023); y otros tantos decantándose por la fantasía o la ciencia ficción como en El laberinto del Fauno (2006) y Poor Things (2023). Me restringí a referenciar películas independientes, pero este universo se agranda exponencialmente cuando agregamos series y sagas comerciales a la ecuación. Por lo que si algo es seguro, es que nadie podría tacharle a esta narrativa su falta de compromiso con la diversidad temática.

En una especie de relato enmarcado de metáforas, este film francés nos introduce en las primeras asperezas entre François (Romain Duris) y su hijo adolescente Émile (Paul Kircher), quien atravesando una época hormonal de rebeldía ante cualquier forma de autoridad, y en busca de crear su espacio de pertenencia, debe lidiar con una realidad inmediata que evoluciona a pasos agigantados: algunos humanos han comenzado a sufrir un proceso de mutación que los transforma en híbridos con especies animales. Dentro de este grupo creciente de afectados, se encuentra su madre; quien fue internada por protocolo gubernamental en un centro de investigación, con vistas de arrancar un tratamiento de rehabilitación del que poca información se tiene.

Antes de meternos de lleno en la cuestión argumental, quisiera hacer una mención especial a la hermosa dirección de fotografía del film y al departamento de efectos especiales que han logrado un trabajo extraordinario, especialmente si tenemos en cuenta que al tratarse de una producción independiente, difícilmente pueda contar con el presupuesto que manejan las superproducciones de hollywood.

Resulta evidente que una película como The Animal Kingdom es plenamente consciente del marco en el que se inserta y del conjunto de referencias con las que trabaja, y si bien no apunta a plantearse como innovadora respecto a sus predecesoras, sí considera que los mismos recursos pueden ser puestos al servicio de dilucidar fenómenos posteriores a la pandemia de COVID-19. Puede detectarse en el cine un viraje a ciertas interrogantes temáticas que surgieron de la experiencia de la cuarentena, llegando inclusive a darle forma a un subgénero incipiente del que ya hay varios exponentes (por ejemplo, sé que le debo una merecida reseña a The Sadness).

Aquí es interesante que el elemento de la mutación no se presenta como una amenaza directa a la sociedad, como sí podríamos llegar a ver en el subgénero zombie que casi automáticamente establece un clima apocalíptico, sino como el planteo de una nueva normalidad a la que es menester adaptarse. Sin embargo, las personas que han comenzado este proceso de transformación son sujetas a una institucionalización forzada que busca monitorear y contener su desarrollo, ya que la única información fehaciente que se tiene es la imposibilidad de garantizar su regresión. En los términos de la medicina moderna, no se trata más que de una nueva epidemia a la que hay que hacerle frente.

El aislamiento preventivo trae consigo un clima social enrarecido por la falta de información sobre este fenómeno y por el miedo a su posible propagación: esta combinación da rienda suelta a la definición de una otredad, que se señala como potencialmente peligrosa en tanto diferente. Como método de supervivencia para hacerle frente, comienzan a aparecer discursos tendientes a su estigmatización, y consecuentemente, deshumanización.

Algo interesante que sostiene la película es que existe un acto de rebeldía en esta experiencia de lo salvaje; en esta singularidad animal que parece irrumpir en las sociedades estandarizadas de hoy en día, en donde la diferencia pareciera adquiere una connotación negativa, porque se entiende como una transgresión a la norma.

François mismo se presenta como un padre poco convencional que despotrica sobre las estrategias maquiavélicas de la industrialización y el sistema capitalista, aun habitando las contradicciones que implica ser parte de una sociedad establecida en dichas bases. Sin embargo, el poder crítico frente a la realidad es lo que nos permite ser consciente de los discursos y comportamientos que elegimos asimilar como propios, y no de forma automatizada por los medios masivos de información.

Por su parte, Émile se encuentra contrariado por su situación familiar que lo pone en el ojo de la tormenta, teniendo no solo que desplazarse a una nueva ciudad para acompañar el traslado de su madre a otra central, sino también insertarse en un nuevo contexto en el que para encajar tiene que negar la realidad que atraviesan. El sentimiento de vergüenza es síntoma del prejuicio interiorizado por lo que sobresale de la multitud: el camuflaje resulta la única forma de hacerle frente a una realidad que se muestra hostil con lo diferente. A esto debemos sumarle la necesidad expansiva de un adolescente que empieza a descubrirse a sí mismo, que lo lleva a alejarse del núcleo familiar en búsqueda de su propia identidad. La independencia va de la mano de forjar ese grupo de pertenencia en el que unx pueda sentirse verdadero a su propia naturaleza.

Es en este aspecto en donde la narrativa hace eco de sus propios recursos para mostrar la adolescencia como un periodo de cambio de piel: transicionamos cambios físicos y psicológicos que nos acercan a un ser adulto del que todo desconocemos. El género encontró hace tiempo en la licantropía una de las grandes analogías para dar cuenta de esta transformación hormonal, inclusive me atrevería a decir más específicamente, del despertar sexual como un instinto carnal que nos acerca a lo salvaje.

Sin embargo, considero que el aporte más significativo y trascendental del film radica en la construcción del vínculo filial, que evidencia de forma contundente como detrás de todo acto coercitivo hay un miedo profundo. Cuanto más restrictivos somos con el otro, aun si pensamos que con ello estamos protegiéndolo de una hostilidad mayor, más potenciamos la voluntad de resistencia, incrementando en cada extremo de la discusión una expresión que nos acerca a la violenta. El miedo nos ciega, dificulta el entendimiento y obstaculiza la empatía: solo cuando somos capaces de ampliar nuestra perspectiva para que involucre la de un otro, es que podemos sobrepasar el temor para tomar decisiones que verdaderamente nos representen. Todxs estamos destinados a emprender vuelo, y debemos dejar el nido atrás, para poder construir el propio.

Como alguien inteligentemente expresó alguna vez, «si lx amas, déjalx libre….»

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