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El agua (2022), la ópera prima de Elena López Riera

Estrenada en el Festival de Cannes dentro de la Quincena de Realizadores, la ópera prima de Elena López Riera, El agua (2022), llegó a las salas de cine del país ibérico como una de las mayores apuestas del 2022. Nominada a los Premios Goya a Mejor Dirección Novel (Elena López Riera) y a Mejor Actriz Revelación (Luna Pamiés), también tuvo recorrido en los Premios Feroz 2023, con una nominación a la categoría Arrebato de ficción (Premio Especial). Uno de los puntos más chocantes del primer largo de la directora resulta la extraña mezcla en el recorrido de su reparto. Protagonizada por Luna Pamiés, una joven de San Bartolomé que no era actriz antes de enfrentarse a interpretar a Ana, la película completa su elenco junto a Bárbara Lennie y Nieve de Medina.

«Ahora la gente se sorprende con que haya rodajes con actores no profesionales, naturales, cuando eso ha ocurrido siempre en la historia del cine. A mí me apetecía eso que podría chirriar, dos profesionales que además no son de la zona, lo que añade un extrañamiento a los personajes, con la gente de la vega baja. (…) Cuando descubrí a Luna me sentí fascinada: su voz, su manera de hablar… No podía dejar de mirarla. Tenía un magnetismo feroz. Tenía que ser ella. Y después, de cara al rodaje, nunca ensayamos los diálogos. Lo que hicimos fue pasar mucho tiempo juntas: comer, caminar entre los naranjos, generar vínculos que pasasen más por el cuerpo que por lo cerebral. Al final, pienso que esa energía se ve reflejada en la película», dice la directora. El reparto se completa junto a un brillante Alberto Olmo en su papel de José, coprotagonista y acompañante de Ana a lo largo de esta historia.

El relato

Cuesta resumir, trazar una delgada línea del relato que Elena López Riera nos presenta en su primer largo. Quizá sucede puesto que son precisamente varios los relatos los que se entremezclan con la fuerza mágica de lo natural. Partiendo de una compleja relación entre el tridente familiar por excelencia, abuela-madre-hija, esta película abre camino en todo lo que cargamos sin saber de generación en generación; en el poder de la herencia genética también en un plano que va más allá de lo físico. Es así como tomando las riadas de Orihuela como punto central del relato, Ana, la protagonista, trata de descubrir qué es todo aquello que se cuenta. La mitología y los miedos atávicos sobre las fuertes riadas que acontecen en el pueblo parecen haber marcado a cientos de mujeres a lo largo de los años y parece que la única manera de evitarlo es escapar. La creencia se abre camino nada más comenzar la película y varias mujeres cuentan a cámara la tragedia: existe una antigua creencia, arraigada en la tradición popular, que habla de ciertas mujeres que parecen estar destinadas a desaparecer con cada nueva inundación debido a que poseen "el agua adentro".

Entender este viaje como un proceso de autodescubrimiento podría haber sucedido a cualquier edad. Pero situar el conflicto principal en el personaje protagónico de tan solo 17 años elevaba el sentimiento de pérdida y desconocimiento indudablemente. Y es que el objetivo de Ana, la joven, no es otro sino escapar más allá de las fronteras del río de Orihuela, un río que conduce un agua llena de males y peligros de los que Ana solo desearía huir. Las primeras líneas de este relato retratan el día a día de una joven en un pueblo perdido de la mano de Dios, donde unos ojos perdidos tratan de buscar otros ojos a los que poder mirar a lo largo del verano, encontrar en la mirada ajena la fuerza del primer amor. Pero también se abre camino al abandono de la rutina, a la noche interminable, las risas en un botellón y las tardes eternas con amigos.

A sus 17 años y viviendo en casa de su madre y su abuela, la figura paterna ni está, ni se le espera. Y es que El agua (2022) tiene mucho esto también, de generaciones y generaciones en las que lo maculino y lo femenino parecen estar en una eterna lucha por encontrar un balance que no termina de llegar. El feminismo se convierte en un pilar fundamental a la hora de entender cómo se cuentan las historias, los relatos que nos acompañan, dónde se sitúa a la mujer en todo esto y qué repercusión tiene en nosotras lo que se dice y se cuenta.

Las viejas leyendas y miedos en relación a lo mágico caminan por el pueblo buscando su lugar, un hueco donde posarse, una casa donde hacer hogar. Una nueva tormenta y su consiguiente riada amenaza con llegar y todas las puertas permanecen cerradas a cal y canto, incluso la única que se abre a los ojos del espectador, la de Ana. Pero parece que gota a gota, lo que ha de ser acaba siempre encontrando su lugar, y el agua llega a la puerta de casa de Ana, un lugar que el resto del pueblo mira con miedo y rechazo a partes iguales.

«Esta película es, en realidad, una continuación de mis cortometrajes. Llevo más de 10 años trabajando sobre las tradiciones de mi pueblo. Al igual que le sucede a Ana, la protagonista de la película, yo también quería irme de allí desde que tengo uso de razón. Sin embargo, con el paso de los años la cosa cambió: ahora siempre estoy deseando volver. Esta relación de amor-odio con el lugar del que uno proviene, con los lazos familiares y con la educación recibida fue uno de mis principales motores para comenzar a escribir El agua(2022). (…) Recuerdo, de aquella época, toda la mitología y el miedo generados alrededor: en Orihuela, una región que vive principalmente de la agricultura intensiva, la gente tiene una relación muy tóxica con el agua».

Géneros múltiples y líneas que se cruzan

El agua (2022) podría mantenerse en el filo de una historia rural. Sería ya por sus características, la forma de rodar y por el estilo tan único y concreto que trabaja la directora una película de autor. Algo similar a lo que Carla Simón nos relata en Alcarrás (2022), teniendo en cuenta que está se centra en la configuración familiar algo más en profundidad y no tanto en un plano amistoso en el proceso de la adolescencia, como lo hace El agua (2022). Hay en ambas películas, sin embargo, una cotidianeidad latente que se relata a través de una mirada social, una denuncia ante una situación de impunidad: la lucha contra la industrialización de las zonas rurales en Alcarrás (2022), frente a la necesidad de romper contra el eco de una herencia que tiene que ver con lo mágico y sobrenatural en el caso de El agua (2022). Podríamos encontrar cierto paralelismo si nos centramos en esta última parte de lo fantástico con Secaderos (2022), una película de Rocío Mesa estrenada el mismo año que las dos anteriores, que se centra a su vez en la herida de las las raíces y de la familia, situando el conflicto principal en la tierra y a través de la adolescencia.

Pero en este caso, además del relato de ficción, Elena López Riera decide introducir recursos del cine documental y de un tipo de cine fantástico que roza en varias ocasiones un plano psicológicamente terrorífico. Y a pesar de todo, de este mejunje que no fue del todo bien visto en el proceso de montaje, la llegada de este oleaje se siente en sintonía, equilibrado, en una especie de juego en el que todas las piezas encajan a la perfección las unas con las otras precisamente porque el relato permite su lugar. Uno de los puntos más interesantes de la película resulta precisamente esta mezcla que se genera entre los miedos atávicos de los habitantes (plano más mágico) con la realidad más juvenil: los botellones y las noches eternas. Algo que consigue atrapar al espectador más cotidiano, sin esperar la profundidad del relato que la directora nos ofrece.

Todos estos campos sitúan a la película dentro del subgénero del realismo mágico, haciendo que el relato ficticio esté contaminado de la leyenda y viceversa. La estructura del filme, por tanto, trata de «explorar la complejidad de las relaciones humanas y de los seres humanos con elementos no humanos.», según dice la directora. Y prosigue: «A mí me parece, y habrá gente que no esté de acuerdo, que todas las relaciones emocionales son complejas, que implican cosas buenas y malas, que conllevan cariño y violencia. Cuidado, no de la física, sino que considero que, por ejemplo, el amor es violento porque provoca heridas y dolores. Y si hacía una película, no quería esconder esa faceta». Es así como el agua, el propio elemento, se convierte en un personaje más; un personaje que al enamorarse de una mujer, se mete dentro de ella y se la lleva para siempre. El agua se presenta como un ser que, en su faceta más viviente, se erige como el enemigo de algunas mujeres del pueblo, que mirando a la cámara y sin tapujos, confiesan el temor de su fuerza y su capacidad ante ellas. La leyenda de aquella novia que fue elegida por el agua es relatada a través de estas mujeres que fragmentan el relato, haciendo que sea inevitable que el espectador conecte la historia pasada con la actual.

Autoficción en la construcción del relato

Todo aquello que es relativo a una plano mágico parece, en muchas ocasiones, proceder de una leyenda, de un cuento que pertenece a una tierra concreta y todo aquel que ha habitado en él conoce a la perfección. El caso de El agua (2022) no iba a ser menos, y es que la propia directora nace y se cría en el mismo lugar en el que se localiza el relato, Orihuela, allí donde se originan las riadas.

Es así como la historia parte de unas vivencias propias que ella misma atravesó a lo largo de su infancia: «El origen de la película era ese terror al agua en el que me crié, esas supercherías para convocar o detener tormentas. Con el tiempo descubrí que hay una explicación científica para la DANA, que me parece un nombre poético, una depresión aislada en niveles altos...».

A lo largo del largo, la voz de Ana a través de un recurso en off habla directamente con el espectador. Al inicio, a modo de prólogo, Ana cuenta quién es, de dónde viene, qué busca: «Yo soy mi madre, yo soy mi abuela. Yo soy esa mujer de 1670, de 1850, de 1987. Yo también tengo el agua dentro, aunque ahora solo veo el agua fuera. Todo lleno de agua, todo lleno de mierda. El agua llena de mierda…». Antes de que el espectador conozca nada, la vinculación de la mujer con el elemento se sitúa como motor principal del relato. Y todos los años que canta en alto, corresponden con aquellos momentos en los que el cauce del río se desborda, dando paso a una nueva tragedia que afecta a toda la comarca. Es así como la riada de 1987, recordada como un hecho histórico que arrasó con todo, marca a la directora en sus primeros años de vida.

Y tiene que ver con esto la elección del agua como punto central del relato. «De los cuatro elementos clásicos, el agua es el único que es dual. No quiero sonar cursi, pero es así. Sin agua no hay vida, en la Tierra al menos, y eso ha marcado la historia de la humanidad. A la vez, el agua mata, provoca miedos. Nadar era de ricos hace años, porque pocos sabían. Esa dualidad la acarreo en mi interior: he sufrido las riadas, con cinco años me tocó la de 1987. A la vez, Orihuela es una zona agrícola, necesitamos el agua para unos cultivos... inventados: los naranjos no nacieron allí por generación espontánea. Y esa industria intensiva, de terrible impacto ecológico; por contra, es fundamental en la región. ¿Y qué hacemos con el calentamiento global? En los próximos años, el agua va a faltar en unas partes del planeta y en otras va a sobrar. Lo dicho, me gusta la complejidad», explica la directora en una entrevista para Vanity Fair.

Docu-ficción y otros recursos

Una vez profundizado en el origen del relato y en su relación con la vivencia real de la directora, cabe destacar la arriesgada decisión de unificar ambos planos (ficticio y documental) a través de la ruptura de la cuarta pared. El proceso final de escritura del guión, en 2019, coincidió con la última de las grandes riadas de la comarca de Orihuela, dando pie a una serie de acontecimientos que llevaron a la directora a unificar ambos planos: «Pasó una cosa muy interesante, que nunca antes había sucedido: la gente comenzó a contar por sí misma el desastre, grabando vídeos con sus teléfonos móviles, compartiéndolos por Whatsapp, por Instagram… A mí me interesan muchos los distintos lenguajes, y me sentí fascinada por estas narrativas, por lo que decidí incluirlas en la película» Es así como las mujeres que aparecen hablando a cámara directamente son mujeres reales que han sufrido lo que Ana al final del relato, dando verosimilitud y legitimidad a una leyenda. El posible miedo a que haciendo uso de la ficción, la leyenda pudiese haber quedado en cuento, Elena López Riera decide registrar las experiencias de todas estas mujeres.

Historias que, nos demos cuenta o no, cargamos con nosotros y en algún momento condicionan la presencia y el quehacer de cada uno de nosotros. El peso del agua y la leyenda sobre su fuerza no se olvida en ninguna de ellas, haciendo que su vínculo sea más o menos poderoso en según quién. El sentimiento se apodera en algunas vidas, define su vivencia y su carácter, llegando a conectar con todas ellas no solo en el amor, sino también en la maternidad. Y sin embargo, la directora termina diciendo que «con ellas no se explica todo, y entra ahí la leyenda, la herencia oral con las que mujeres relataban y transmitían el mundo, que igualaba lo cotidiano con lo fantástico. Lo confiesan ante la cámara sin pudor y con toda su verdad».

Estos dos lenguajes se complementan con un tercero que pasa casi desapercibido, y que, sin embargo, conducen el ritmo y la estructura general de la pieza. A lo largo de la película, el espectador es conducido a observar una consecución de fotos y vídeos que, a pesar de fragmentar el relato, no se reciben como una ruptura brusca y desagradable. Los archivos documentales de las riadas reales sufridas en Orihuela se acompañan con imágenes fijas del terreno de la zona, así como de los paisajes que muestran no solo el después, sino también el antes de que el agua se hiciera con la tierra. Asimismo, parte de los relatos iniciales son interrumpidos por archivos de video donde el río, el cauce y su agua son los protagonistas. La voz del diálogo se corta en estos momentos, haciendo que la ficción se detenga (sin parecer que ha habido una pascua, sino que simplemente avanza al finalizar los videos).

La estructura del inicio del film se repite también en el desenlace de la misma. La figura del río como protagonista, acompañada de una mirada perdida en los ojos de Ana como acompañante. Y si bien su voz en off se introducía al inicio de la película a modo de prólogo, tras la riada final y el incierto y abierto desenlace, vuelve a aparecer para generar una especie de estructura circular.

«Yo soy mi madre, yo soy mi abuela. Yo soy esa mujer. Siempre la misma mujer que vuelve. Yo soy esa mujer, pero no había que contar conmigo para tener un miedo. Porque ahora soy yo la que va a contar mi historia». Y por primera vez, es el personaje de dentro de la ficción quien decide mirar a cámara directamente y romper con lo establecido hasta el momento.

La mezcla entre lo fantástico y lo documental que Elena López Riera nos presenta en su ópera prima tiene mucho de cine social, de carga, de denuncia pero también de creencia y de fe. La fuerza de la herencia y lo que nosotros hacemos con ella define la historia que se esconde detrás de El agua (2022). Un cine que tiene mucho de observar, de mirar más allá de lo que aparentemente sucede en el paisaje.

Nahia Sillero.

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