undefined_peliplat

Aquí Cosquín - Apuntes del FICIC 2024

Cobertura de festivales

Primera visita al Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín, que ya va por su edición número 13. Ya era hora de venir. Lo primero que hay que decir es que es un festival que fomenta el encuentro, que acrecienta la cercanía entre realizadores, periodistas y espectadores, y lo hace en el marco de una programación más que interesante. Eso siempre es importante, pero mucho más en este momento y tras un BAFICI que mantuvo la buena programación habitual pero que también generó más desencuentros que encuentros.

El Jueves 2 de Mayo fue la apertura, ese día pudieron verse Las ausencias, de Juan José Gorasurreta y la que terminaría imponiéndose en la Competencia Internacional, La palisiada, película ucraniana dirigida por Philip Sotnychenko, sobre la investigación de un crimen en 1996, en donde la historia con minúsculas se cruza con la historia con mayúsculas. Este film venía de ser parte de la selección oficial del festival de Rotterdam.

Pero mi participación en el festival se inició recién el viernes 3, ya desde temprano, asistiendo a la proyección de otra película en competencia, Las tierras del cielo, de Pablo García Canga, basada en cinco conversaciones entre nueve personajes, en una sola noche y en una misma ciudad. El hilo conductor es el relato de una película japonesa que han visto algunos de ellos y que se puede ir completando como una sexta historia que condensa a las otras. La sobria fotografía en blanco y negro permite que la calidez de los personajes nunca sea empalagosa.

La mayoría de las proyecciones se hicieron en el Microcine Adalberto Nogués, perteneciente al Centro de Congresos y Convenciones, con un omnipresente Roger Koza, Director Artístico del festival, ocupándose de las presentaciones y de las posteriores conversaciones con los realizadores.

La sala del Microcine del Centro de Congresos y Convenciones

No todo es cine y por la tarde pude dar una vuelta por Cosquín, y de paso grabar el video de agradecimiento por el premio del Desafío Peliplat. Estar siempre es importante, una parte de la experiencia que suele quedar relegada en estos tiempos tan virtuales, tan de ser sin estar. La experiencia del festival (de este y de todos) tiene que ver también con recorrer y de alguna forma absorber el lugar en el que se desarrolla.

Las calles de Cosquín

Los festivales también traen dilemas, porque uno quiere abarcarlo todo y eso nunca es posible, incluso en este en el que parece un poco más probable. Me sucedió en un caso particular, en el que se superponía otra película en competencia, que tenía programada para ver, Las cosas indefinidas, de Maria Aparicio, con una de la que no sabía nada antes de llegar a Cosquín, El escuerzo, de Augusto Sinay, fuera de competencia pero con una temática que me interesó. Quise seguir el impulso de ir. En otra de las sedes, el Teatro El Alma Encantada, pude asistir a la proyección y a una charla posterior que incluyó a casi todo el equipo de realizadores. Estaban allí el director, el productor, y los responsables de fotografía y sonido (todos con trabajados destacados) junto al protagonista y buena parte del elenco principal. Todos ellos recibieron una ovación del público que había colmado la sala. Fue sin dudas la gran sorpresa, y uno de los grandes momentos de esta edición.

El escuerzo está situada en las sierras cordobesas, en el año 1866, en pleno proceso de “pacificación” de Mitre frente a quienes se rehusaban a participar de la Guerra del Paraguay, un tema clave de nuestra historia, muy poco visitado por el cine (el único ejemplo en el que puedo pensar ahora es El último montonero (1963) de Catrano Catrani (sumamente recomendable). Pero ese contexto histórico, llevado adelante por una rigurosa puesta en escena (todo un desafío para una producción independiente) se cruza con un aura de misterio y superstición que enrarece el relato y lo lleva a climas más cercanos al cine de terror (Roger Koza en su presentación mencionó a Lynch y a Cronenberg, yo pensé más en Ari Aster). La película (debut de Sinay) está basada libremente en el cuento del mismo nombre de Leopoldo Lugones, y llevó más de siete años de trabajo para completarse.

El equipo de realización de El escuerzo

Desde allí corrí al Centro de Convenciones, en donde aún continuaba la charla posterior a la película de Aparicio, que me quedó pendiente. Faltaba la frutilla del postre de ese día, asistir a la proyección (en fílmico) de una película de Wim Wenders, El estado de las cosas (1982), en este caso en la sala central y en el marco de la sección Filmoteca en Vivo, que este año no contaba con la presencia de Fernando Martín Peña pero, sí, desde luego, con la de Roger.. Y una vez más, hay que decirlo, ante una sala llena.

Roger Koza presentado cada función

Esta sección continuó en noches siguientes con las proyecciones de Alicia en las ciudades (1974), mi película favorita de Wenders, que tuvo una extraordinaria convocatoria y Hammet, también de 1982.

Proyecciones en fílmico

El sábado se inició con otra película en competencia, La isla, del francés Damien Manivel, un interesante juego de espejos entre realidad y ficción en el que asistimos a los ensayos de una película sobre una joven que debe abandonar a su grupo de amigos tras una larga noche de despedida y al film dentro del film, sin que eso genere un distanciamiento sino todo lo contrario. La competencia se completó con la proyección de Reas, documental sobre personas trans detenidas en cárceles de Argentina, dirigido por Lola Arias, también responsable de la muy interesante Teatro de guerra (2018).

Entre los cortos se destacó Un movimiento extraño, de Francisco Lezama, que venía de ser gran noticia por ganar nada menos que en Berlín, y también por su lúcido discurso al aceptar ese premio. Lezama estuvo presente en todo el festival, y muy predispuesto al intercambio de opiniones. Su trabajo es por demás consistente y condensa muchos temas y situaciones, con un ritmo notable, por lo que uno tiene la sensación de haber visto un largometraje a pesar de sus 22 minutos de duración. No fue tan extraño entonces que terminara llevándose el premio al mejor corto en Cosquín, aunque el nivel del resto de los cortos en competencia haya sido alto.

Una de las cosas que más se pueden celebrar de ese “estar en el festival” al que me refería antes es el hecho de compartir hotel con quienes están presentando sus películas, y por lo tanto desayunos, caminatas a las salas, comidas a deshora y hasta alguna salida nocturna, intercambiando opiniones o, simplemente, conociéndolos. Algo sumamente enriquecedor. Ese espíritu de comunión es palpable en la foto en la que participamos en defensa del cine argentino.

El día siguió con la película más convocante del festival, El verano más largo del mundo, de María Alejandra Lipoma y Romina Vlachoff, que afortunadamente tuvo una segunda pasada el día domingo, ya que muchísima gente se quedó afuera. Luego llegó el turno del anuncio de los premios, pero para mí ya era hora de volver, tan satisfecho como plenamente consciente de todo lo que hay que defender.

Más recientes
Más populares

No hay comentarios,

¡sé la primera persona en comentar!

13
0
2