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Una calle muy oscura

Si quieres pescar pececitos, puedes permanecer en

aguas poco profundas. Pero si quieres pescar un

gran pez dorado, tienes que adentrarte en aguas

más profundas.

D.L.

Hace dos días mi novia llega a casa con un libro que se compró por pura casualidad al entrar a una librería a la que a su vez entró también, por pura casualidad. Esa misma noche me lo contó entusiasmada. “Atrapa el pez dorado” de un director de cine sumamente reconocido, del cual ni yo ni ella habíamos visto ni una sola película ni serie. ¿Por qué no vi nada de él? Me pregunté. Estamos hablando de años de resistencia, un típico gesto que en la vida tan solo resta. Tengo 38 años, por lo que si me regalo los primeros 15 años de mi vida atribuyéndoselos a la inconsciencia y todo aquello que está fuera del pensamiento crítico, son 23 años de resistencia. Me resistía por puro prejuicio, porque no me caen bien los artistas snobs estereotipados que, entre otros ídolos, lo tienen a él. Pobre hombre. Que culpa tiene. Además siempre me aferro a la frágil idea de que las únicas películas que me gustan son aquellas que tienen una clara estructura narrativa de tres actos, y no dejo de comprobar que esa idea no es cierta. Me prejuzgo y me resisto a mí mismo. Pero como en los sueños, estoy muy cerca de perder por completo el control y no habrá más en mí energía para contenerme. Estoy por entrar en un mundo nuevo.

Como si protagonizáramos una película indie que no sé si vería pero que sí disfruto vivir (y cuánto), mientras estábamos los dos recostados en el sillón, mi novia me leyó algunos capítulos. El libro no solo habla del artista y realizador, sino que de su propia experiencia sustrae el poderoso germen de la meditación trascendental, su estímulo, el potencial creador del entrenamiento de ese imaginario (él afirma hacerlo religiosamente desde hace muchos años dos veces por día), y la tranquilidad que le regala a su día.

La noche siguiente dimos el salto al vacío. Nos sumergimos en la profundidad del mar, del lago, y nos propusimos bucear en busca de los peces del inconsciente. Elegí el título que más recordaba de todas las películas de David Lynch, husmeé previamente el tráiler por cobardía, y nos dispusimos a verla. Mulholland Drive: ahí vamos.

Lo onírico

De la misma manera que Mulholland Drive quebró por completo todos los mecanismos de defensa que tenía y afortunadamente destrozó todos mis preconceptos de cómo ver una película, haré una excepción conmigo mismo y no voy a ordenare de más tampoco la nota.

El diálogo de David Lynch con los preconceptos, con lo clásico, con la narrativa y la industria del cine, con el sueño americano (y bastante universal) sobre el éxito en dicha industria, es el fundamento de la historia y su relato.

En Los Ángeles, una mujer (interpretada por Laura Harring) sufre un curioso accidente de tránsito y pierde la memoria. La inercia y la intuición la llevan a refugiarse asustada en una casa a la que llegará Betty Elms (interpretada por Naomi Watts), una actriz recién mudada a la casa de su tía que ha viajado con el objetivo de trabajar y brillar en la industria de Hollywood. Juntas, en búsqueda de respuestas sobre qué es lo que le pasó a la primer mujer, abrirán puertas y preguntas que no imaginaban que existían. Ni ellas, ni nosotros.

Todo lo demás del argumento, está perfectamente acaudalado por el guion para que segundo a segundo sintamos el sostén de un hilo narrativo. Para que, pese estar constantemente activos y probablemente cansados, podamos descansar en explicaciones típicas, racionales, similares a las de otras películas, y en esquemas lógicos propios del género policial. Sin embargo, desde la secuencia inicial, el montaje, la fotografía y el código de actuación, advierten que estamos por ingresar en un universo sin precedentes.

El relato irá ingresando en hechos comprensibles, pero siempre dejando en el aire la sensación del mismo curioso extrañamiento que despiertan las pesadillas. Los cuadros de las escenas y los personajes que las completan, parecieran siempre estar del otro lado de lo racional. El guion y su realización nos permite decodificar lo sucedido, atar los cabos necesarios para avanzar con hipótesis posibles sobre el relato, pero solo lo suficiente como para hundirnos cada vez más en las profundidades de la inconsciencia.

A medida que avanza el relato, las formas se irán deformando, los conflictos se irán desanudando sin traicionar las lógicas de la narrativa clásica, pero siempre a favor del extrañamiento. Llegando al final de su aparente segundo acto, al atravesar su segundo punto de giro y una vez ingresado a la preciosa y elegante monstruosidad del tercer acto, decidí soltar el timón. Tal cual como cuando estoy soñando y descubro estar en un sueño, decido dejarme llevar sin preguntarme más nada ni gastar energía en comprender. El relato me abrazó de una manera perturbadora, me pidió que baje la guardia por completo, y me llevó de la mano hacia las profundidades de la pesadilla. La sensación sí que es clara: me recuerda a aquellos sueños donde todo es bello o tolerable, estoy siendo acompañado por algún personaje peculiar pero amigable, quizás en una fiesta rodeado de personas, y al darme vuelta ya no hay nadie y estoy solo. Atravieso las puertas del lugar, una tras otra, y estoy solo pero con la terrible sensación de que algo me persigue.

David Lynch pareciera haber usado la meditación para detener el tiempo de los sueños y el caos del inconsciente. Para retratar la deformidad de lo visual, para contar con exactitud como se suceden las imágenes, para tomar nota de las líneas de diálogo y fotografiar la expresividad de los rostros. Como una parodia respetuosa del comienzo de un sueño, al llegar Betty a Los Ángeles y salir del aeropuerto, es acompañada unos metros por una pareja de ancianos que sonríen de una manera tan extrema que tensan la cuerda de lo cordial hacia lo siniestro. ¿Estamos ingresando a un sueño o a una pesadilla? O bueno, ¿no es la pesadilla también un sueño? Sin dudas, no estamos ingresando al universo de lo real, y junto con la fotografía, el código actoral nos dan advertencias. Betty, por su parte, hasta llegar al punto medio y la precipitación de la caída del segundo acto hacia el tercero, siempre sonríe encantadora y esperanzada. Y Lynch quiere que sintamos y veamos la rareza y la deformidad estética (casi teatral) de ver al personaje al borde de una farsa. Betty embandera lo que es posiblemente la auténtica trama central del relato, y simboliza aquello que elijo como tema central de la película: lo terrorífico del sueño americano (y las aspiraciones en la industria del cine). Digo elijo, porque la genialidad de Lynch está en conseguir a través de una perfecta y minuciosa organización, la sensación de ser testigos de algo simplemente caótico. Nos obliga a buscar rincones donde pisar firme y descansar, nos obliga a escondernos de aquello que tememos como en toda pesadilla, a buscar lógicas propias para aclarar la travesía. Porque probablemente aunque acordemos y acuerden en algunos puntos, cada cuál elegirá o encontrará su propia explicación a lo vivido en Mulholland Drive.

El artista surreal y popular

El sin sentido sobre el que se precipita el desenlace de la película, conduce a esa indefinible pero inevitable sensación abstracta y angustiosa que dejan las pesadillas. Si bien el género del terror (con el que se codea tanto esta película) trabaja sobre la terrible sensación de lo siniestro y por ende camina siempre por el terreno de lo pesadillesco, David Lynch (además de una película) parece haber filmado un ensayo perfecto sobre los sueños. Y probablemente el mayor logro de ese ensayo y esa dedicada observación, es podido haberlo vuelto comprensible, comunicable y popular. Es prueba de ello no solo el insondable reconocimiento del mundo a través de los años, sino las nominaciones a los premios más populares de la industria de cine como son los Globos de Oro y los Oscars (sumados al premio a mejor director en el Festival de Cannes).

Este vínculo se ha vuelto algo personal, y sumamente atrasado en la carrera, saldré a trotar por los siniestros pueblos oníricos de Lynch. Quienes quieran seguirme en el tenebroso paseo, los invito a la adicción y a leer las próximas notas.

Chesi

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