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¿CINE INDEPENDIENTE O CINE INDUSTRIAL? (Experiencias a proposito del BAFICI)

Quienes amamos el cine y las series nos encontramos a menudo en la intersección de ideas y conceptos acerca de lo que es independiente y aquello que es de la industria.

Las diferencias son ciertas aunque también, en algunos casos, representan únicamente un aspecto de una realidad más compleja. Si por cine independiente nos referimos a que está realizada por fuera de los estudios de Hollywood, pues bien, todo el resto de la cinematografía mundial tendría que llevar el mote de independiente.

Si esa denominación se refiere a que las temáticas, los enfoques, la mirada y resolución de las narrativas son, en efecto, diferentes, entonces el tema ya es otro.

Hay que comprender para ello cómo funciona el modelo de financiación hollywoodense tradicional. En primer lugar, se trata literalmente de una industria, no muy diferente de la que fabrica automóviles o gaseosas. Esto no es una forma peyorativa de entender esto sino que responde a un modelo industrial, y comercial basado en la producción constante.

Esto significa que la función de los grandes estudios (Warner, Paramount, Disney, etc.) es producir material audiovisual a tiempo completo, para luego ofrecerlo en las diferentes ventanas (cine, plataformas de streaming, alquileres, etc.) y de esta manera, a partir de la venta o el alquiler de ese material, recuperar la inversión y obtener ganancias. Parece simple y sin embargo es de alta complejidad.

Estas verdaderas plantas de fabricación funcionan a fin de que la industria no se detenga y pueda producir más en menos tiempo e idealmente a menor costo.

Quien escribe ha tenido la oportunidad de visitar algunos de estos estudios en los Estados Unidos y es bien impresionante observar como todo funciona como un reloj, en forma organizada y bajo los parámetros y reglas de una forma tradicional de entender la industria. Y esta consiste en una producción masiva para una venta popular. Esto no significa bajo ningún aspecto que esto sea algo en demerito de la calidad o incluso de un mensaje que tenga contenido. Significa, eso sí, que se anteponen los intereses económicos por encima de otros posibles como la cultura o la profundidad del relato.

Esto ha llevado a muchos pensadores y observadores a cuestionar la legitimidad ética o filosófica de las producciones hollywoodenses teniendo en cuenta que muchos de sus productos parecieran carecer de contenido. Sin embargo esto no deja de ser una mirada parcial y -hay que decirlo- cargada de prejuicios. Hollywood (en el sentido global) no está particularmente interesado en producir cine mediocre, efectista o sin ideas. Todo lo contrario, está ávido de encontrar aquellos proyectos que les haga resaltar por encima de la competencia, ganar una Palma de Oro en Cannes o lograr el tan deseado prestigio y reconocimiento. Lo que sucede es lisa y llanamente que las buenas ideas no abundan. Que los buenos guiones son escasos. Y, por supuesto, que todo aquello con valor intrínseco, lleva más tiempo del que dispone esta gigantesca fábrica de ilusiones.

Es por ello que en la forma de trabajo que han encontrado como la más efectiva, prima la necesidad de que se produzcan una cantidad de filmes y series para que de ese total, algunas de ellas funcionen como agentes recaudadores a través de la taquilla o el abono.

La lógica de producción no es otra que la del capitalismo más clásico y consiste en la multiplicación de las ganancias por ventas a gran escala.

Por ello, la fábrica no deja de producir ni de día ni de noche y en ese proceso hace de todo, maravillas como Matrix u Oppenheimer, Barbie o Lo que el Viento se Llevó, así como verdaderos desastres aburridos, sagas de historias mediocres y películas zonzas para oficiar de relleno. En la lógica de mercado que gobierna las grandes decisiones estratégicas de los estudios, lo importante es primeramente no perder, en segundo ganar, y por último en tener un éxito apabullante. Pero esto, lamentablemente no se puede planificar al ciento por ciento. Hay veces que una gran idea termina siendo un fracaso comercial y otros productos terminan arrasando en las boleterías. Por ello, por lo imprevisible del mercado -y en especial del público y las audiencias- es que el modelo económico se basa en los pilares de la cantidad, el star-system, el marketing y el dominio del mercado. Cuando se dieron cuenta, muchos años atrás, que el negocio quedaba determinado por factores ajenos a la películas en sí misma, el conglomerado de ejecutivos decidió tomar cartas en el asunto y hacer lo que todo sistema empresario suele hacer para garantizar el monopolio y la exclusividad: hacerse de los procesos de distribución y exhibición.

Esto significa en lo concreto que la mayoría de las majors (los grandes estudios) son dueños a su vez de las compañías que distribuyen los contenidos y de los cines que las muestran. Las grandes cadenas (Hoyts, Cinemark, Showcase y otras) son empresas subsidiarias de los mismos, con lo que el modelo de negocios tiene acciones en las tres patas fundamentales de la cadena: producción, distribución y exhibición. De esta manera se aseguran de eliminar la competencia o al menos restringir su poder.

Al ser las cadenas parte de la misma empresa o el mismo grupo económico, su interés es doble, puesto que por un lado llena las salas (su negocio inmediato), lleva gente al bar a comprar pochoclos, tacos y gaseosas (su negocio complementario a veces con mayor rentabilidad que el primario) y por último hace su papel en garantizar la salida de las películas que produce su compañía matriz. Un negocio perfecto.

¿Y qué pasa con las salas independientes y los dueños de pequeños complejos? Supongamos que un cine determinado quiere una copia del último blockbuster (mega producción con probabilidades de éxito de taquilla) como cualquiera de una saga de superhéroes (da igual que sea DC o Marvel) o de la exitosa Rápidos y Furiosos, entonces la empresa de distribución le dirá por ejemplo: “-Si quieres Avengers 18, me tienes que comprar Tonto y Retonto 22, la última de terror El Monaguillo 7” y tal o cual otra con actores medianamente desconocidos y de argumento dudosos. Si el cine no acepta comprar el paquete entero, pues no recibirá aquella película (supongamos Avengers 18) que le llenará las salas y perderá clientela y dinero.

Esto no es un relato hipotético, esto es cómo funciona el mainstream en una industria consolidada.

Por este motivo (su condición monopólica) es que los países han buscado desde tiempo atrás una forma de defenderse y creado leyes de protección. Alemania, Inglaterra, Italia, Francia o España por decir estados líderes en la industria tienen fuertes leyes acerca de cómo han de ayudar a sus producciones mientras limitan el ingreso indiscriminado de productos foráneos. En Argentina y algunos otros países se ha intentado esto, pero resulta difícil y el cine independiente se debate entre los apoyos estatales y los premios internacionales mientras compite en condiciones desiguales con las grandes empresas.

Esto no significa que necesariamente toda película o serie independiente por el simple hecho de serlo, sea más profunda o artística. Como se propuso antes, la calidad y el contenido no depende necesariamente de su condición de independientes o no. Lo que ocurre es que el estándar de la industria es desequilibrado por excelencia.

El ejemplo que me gusta dar al respecto es el siguiente: Una persona desea ver un recital de música o una obra de teatro y lo primero que nota es que el precio de las entradas varía. No es lo mismo ir a ver el Cirque Du Soleil con su impresionante puesta en escena, cientos de artistas y costosos vestuarios y luces que ir a un pequeño teatro con dos actores y una silla. Si bien cada cual en lo suyo puede ser maravilloso, es obvio que el valor de la entrada será menor en el último ejemplo. Esto mismo ocurre si vamos a ver una banda de prestigio internacional como Metallica, Pink Floyd o Taylor Swift o a un amigo que toca con su banda en el club de barrio. De nuevo, el valor de la entrada puede variar en hasta cientos de dólares por unidad. Esto se explica simplemente porque un show es más caro de hacer que el otro. No tienen que ver con el talento o la propuesta en sí misma, pero está claro que movilizar cientos de parlantes, alquilar una cancha de fútbol y traer equipos de hasta cien personas, alojarlas, etc., tiene, necesariamente otro costo. Y en definitiva eso hace que las entradas sean más caras. Y todo el mundo lo acepta. A nadie le indigna que le digan que los Rolling Stones son más caros que una banda “indie”.

Sin embargo en el cine la cosa no funciona de esa manera.

¿Alguna vez lo pensaron? Una persona paga el mismo precio por ir a ver una mega producción de cien millones de dólares que una película nacional hecha con cien mil dólares.

Esto ya es un hecho muy extraño que solo se da en el cine y en ninguna otra industria. Un libro ilustrado de mil páginas es más caro que uno de ciento veinte de tapa blanda. Y es natural que así sea. Un espectáculo de ópera en el Colón o en la Scala de Milán sale mucho más que un cuarteto de cuerdas en una capilla.

Entonces ¿Cómo es que una entrada al cine para Frozen (que costo doscientos millones de dólares) sale lo mismo que una obra más pequeña hecha con el uno por ciento de esa inversión? He ahí una de las razones por las que la gente que no es especialista en cine y solo quiere divertirse y pasar un buen rato, prefiere muchas veces las películas de los grandes estudios: porque al menos en términos de producción, estas ofrecen un espectáculo más grande, más potente. Puede ser (ocurre demasiado a menudo) que la película o serie, es mala, aburrida, inconsistente y vacía, pero en la mente del espectador común, al menos ha visto explotar autos, la sangre de las heridas se ve muy real y los efectos visuales lo impactan y adormecen por un rato.

Por ello propongo que se revea esta cuestión y pensar en entradas escalonadas o, en todo caso, que las películas locales o regionales, con presupuestos más modestos, cuenten con alguna clase de ayuda, subsidio o programa de reinversión para así mantener el equilibrio, la variedad y la diversidad en un mundo que se vuelve, día a día, demasiado homogéneo.

Por ello es que los festivales independientes como el BAFICI son brisas de aire fresco para el mundo del cine.

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