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Bafici x 3: Territorio, Blanche Houellebecq, Favoriten

Territorio (José Celestino Campusano, Argentina)

José Celestino Campusano es una de las presencias ya inevitables del Bafici, que año a año suele estrenar una nueva de las películas que el director produce a un ritmo prolífico sostenido desde hace ya unos 15 años (desde Vikingo en 2009 que no afloja). Este ritmo prolífico de Campusano y su productora Cinebruto tiene que ver también con haber imaginado nuevas formas de producción apoyándose en el arte de construir solidaridades con otras comunidades, realizadores, actores y técnicos muchas veces fuera de Buenos Aires, lo que lo llevó a realizar películas en lugares tan diversos como Bariloche, La Paz o Nueva York, siempre partiendo de un primer proceso de recolección de testimonios y experiencias en las comunidades a las que se acerca, luego reorganizando y relacionando esas cosas oídas en forma de relatos. Cuando presentó Territorio Campusano contó que esta era una película muy especial porque estaba basada en las vivencias de su hermano (también presente en la sala), lo cual significa un cierto regreso a los espacios del Conurbano y la provincia de Buenos Aires de sus inicios y que una de las primeras cosas que escuchemos sea “¡Vení, Campusano!”.

El protagonista de Territorio es un héroe al estilo Campusano, alguien batallando por reconstruir un orden en una comunidad rota mientras a su vez lucha por ajustar cuentas pendientes con su pasado. Esto se manifiesta a través de una acción bifurcada en varias direcciones: sus intentos por encauzar a un hijo golpeador que cae cada dos por tres en cana; su trabajo como entrenador de jóvenes boxeadores que abre la película al fascinante universo de gimnasios y peleas en tugurios recónditos de la provincia de Buenos Aires; por último sus trabajos en la política, como parte de la división local del justicialismo, en el momento de campaña a las elecciones a la intendencia y el armado de listas que tendrán como objetivo quitarle el territorio a largos años de dominio radical. Un capítulo extra, el personal, lo da el final de una relación amorosa y sus consecuencias en el ánimo del protagonista, una virilidad que en el melodrama según Campusano nunca deja de exponer sus heridas.

Hay unas cuantas escenas extraordinarias, con sus correspondientes diálogos a la altura, como la del viaje y el tira y afloja con los dos pibes boxeadores que se van de caravana y aparecen con dos chicas en el hotel y luego caminan a buscar a su entrenador, pidiéndole disculpas (“pensábamos que cuando nos viera con las chicas se iba a prender”). O el encuentro de western entre el bando radical y el peronista en la puerta de la casa del candidato de los segundos, en la que de Campusano reúne a varios de esos grupos que sus películas describen como logias y disipa fordianamente el enfrentamiento con una potente intervención femenina. En una escena que comparte con la amante que decide dejarlo, el protagonista se retira despechado diciendo: “Para esto no me hubieras hecho venir, me lo hubieras dicho por texto”, y uno de pronto piensa que si fuese así no estaríamos viendo esta película, representante de un cine sostenido en una ética irrenunciable de la presencia, que florece en la verdad que los actores le transmiten a los textos y los espacios al relato. Campusano también logra en las peleas de boxeo grandes momentos de intensidad y estilización (estilización que los críticos nunca parecen terminar de permitirle tras haberle asignado un lugar con sus primeras películas). Por primera vez, que yo recuerde, en una película de Campusano el héroe no triunfa en su proyecto de reconstruir el lazo comunitario transmitiéndole sus valores; el plano final, genial, lo muestra sentado entre dos generaciones, junto a su padre y su hijo, una derrota que la película convierte en apretón de manos a través de lo cómico, un respiro antes de que el héroe empiece a inventarse los medios para intentarlo de nuevo.

Dans la peau de Blanche Houellebecq (Guillaume Nicloux, Francia)

Hay películas malas que sin embargo resultan curiosas por la forma que tienen de ser malas. Esta es una. La trama cuenta una trama “bizarra” que parte de la visita de Michel Houellebecq al archipiélago de Guadalupe, por una razón que en principio no se entiende el todo cuál es pero que termina siendo servir de jurado en una competencia de dobles del escritor. En la isla se cruzan a la actriz Blanche Gardin, otros personajes forzadamente delirantes, y una intriga de crímenes, drogas, chistes sobre el colonialismo y el evento propiamente dicho de los sosías de Houellebecq. Etcétera. El punto es que la película nunca se desprende de una idea de humor basada en un guiño al espectador avivado de ofrecerle a Houellebecq participando de estas situaciones bizarras, y con eso basta. Como si del contrato por hacer presencia en un boliche se tratara, la película no necesita ni de Houellebecq como actor (le basta con tenerlo dando vueltas por ahí, el cameo como horizonte final del cine) ni tampoco de construir o desarrollar sus situaciones: alcanza con sumergir a Houellebecq en el torbellino de ir de un absurdo a otro, para lo cuál lo rodean de todos estos actores cuya intervención remite a la imagen de un montón de personas revolviendo el oleaje en una pileta, e intercalar cada tanto en medio de ese ruido un plano con Houellebecq, a veces incluso con una línea hablada. Lo que queda es una remake de Weekend at Bernie’s pero con el fiambre (Houellebecq) vivo.

Favoriten (Ruth Beckermann, Austria)

Ruth Beckermann sigue durante tres años a los alumnos de entre siete y diez años que comparten clase en una de las escuelas primarias más grandes de Viena, y a su profesora. Beckermann es una documentalista muy querida por el BAFICI (le hicieron una retrospectiva hace algunos años) y los festivales del mundo. La clase que filma en Favoriten está compuesta en su mayoría por descendientes de inmigrantes que se mueven entre varias lenguas, la mayoría, por lo que suponemos cuando hablan de sus padres, pertenecientes a la clase trabajadora y diversas religiones producto de sus orígenes dispares. Beckermann no hace mucho más que acompañar esa complejidad en un retrato que se percibe acaso demasiado confiado al mero efecto de paso del tiempo producida por las visitas altercadas elegidas como método. No encuentra rasgos, situaciones singulares o relaciones de montaje que le den otro vuelo a los materiales registrados y se apoya también un poco demasiado en el encanto de los niños a los que en otros momentos les presta celulares para que elaboren sus propias imágenes (tampoco estaría mal que los niños le hayan robado los teléfonos). Tiene todo muy servido esta película que tampoco se esfuerza por distinguir lo específico de lo general y tomado al vuelo. Tal vez por eso en el plano final la directora hace desfilar a los niños diciendo su nombre para que recién empecemos a reconocer quién es quién.

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