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El cine de Costa Rica

Náufragos y navegantes – Nota 7

Después de visitar Nicaragua y antes de llegar a Panamá nos encontramos con un país excepcional, y no se trata de elogiar sino de determinar objetivamente como ciertos patrones comunes en todos los países visitados y muchos de los que faltan no se manifiestan, o por lo menos no lo hacen de la misma forma, en Costa Rica.

Un poco de historia

Llamada Veragua por Colón, que en 1502, en su cuarto viaje, seguía buscando un paso marítimo a las verdaderas indias de Asia, algunas muestras de oro recogidas por el Almirante popularizaron el nombre con que se conocen estas tierras hasta hoy. Hasta 1575 buena parte de su territorio permaneció ajeno a la conquista española.

Desde 1542 hasta su independencia en 1821, Costa Rica formaría parte de la Capitanía General de Guatemala, junto a los otros países de Centroamérica (menos Panamá) y el estado mexicano de Chiapas. Luego sería parte de la República de Centroamérica, hasta 1838, momento en que se separa y se proclama como un estado independiente. El hondureño Francisco de Morazán, convocado por partidarios de la unificación intentaría reconstruir la unidad centroamericana, sin éxito (de esto nos hemos ocupado en nuestro viaje por Honduras). Esto viene a cuento porque hay un película sobre el tema. Lo mismo puede decirse de la invasión del mercenario norteamericano William Walker en 1856, a la que me he referido cuando visitamos Nicaragua por el mismo motivo, hay película sobre el tema. Esa invasión fue rechazada, felizmente.

Tras una sucesión de dictaduras llegaría un período de prosperidad iniciado, valga la redundancia, por Próspero Fernández Oeramuno en 1882. No me voy extender con el contexto histórico, solo quería mencionar películas que traten el tema y sin dudas necesito ver más cine histórico costarricense. Pero tras un período liberal y un estado reformista llegaría la guerra civil de 1948. Tras ese conflicto, una de las medidas que explican esa condición de excepcional referida al principio, la abolición del ejército. Lo que siguió fue la segunda república, de la mano de un estado benefactor eficaz, momento en el que se establecieron muchas otras medidas excepcionales. Aunque ese período no estuvo exento de conflictos terminó de consolidar una democracia estable y duradera.

Diversidad y escenarios de película

La riqueza de Costa Rica también está en su cine. Al punto de poder “prestarle” a la nota anterior sobre Nicaragua dos títulos de directoras costarricenses que tocaban temas propios de ese país.

Como fue mencionado en su momento al hablar del cine nicaragüense, también es notable en Costa Rica la proporción de directoras con respecto a directores. Hay cantidad y calidad, sobre todo si ponemos el foco en el cine de los últimos diez años.

En este artículo vamos a ocuparnos, sobre todo, de trabajos recientes. Esto no significa que no haya un cine histórico costarricense, aunque no cuente con tantos títulos significativos. De todas formas mencionaré algunos, como la película muda El retorno (1930) de Albert-Francis Bertoni, Elvira (1955), de Alfonso Patiño Gómez o La apuesta (1968), de Miguel Salguero. Y vamos a ocuparnos también, solo de una producción local, sin el foco habitual del cine internacional (y sobre todo norteamericano) interviniendo de alguna forma, como sí ha sucedido en el resto de los países de la región. Pero aún así corresponde mencionar un solo ejemplo de Costa Rica en el cine del mundo y es el de la Isla de Coco, paisaje protagónico de Jurassic Park, la Isla Nublar de la ficción. Esto está también relacionado con otra excepcionalidad de este país, su biodiversidad. Su relativamente pequeño territorio alberga el 6% de la biodiversidad del mundo.

Y ahora sí comienza el repaso por el cine costarricense de los últimos años.

Ceniza negra (2019) de Sofía Quirós, una joven directora que estudió en Argentina, trata de una adolescente, Selva, que vive en un pueblo costero del Caribe, un espacio indefinido y cercano al realismo mágico bien entendido (porque hay otro for export). Selva vive entre umbrales, a punto de cambiar de edad y conciencia. Se hace evidente la destreza de Quirós para lograr un clima inmersivo. Mucho de todo esto podía llegar a entreverse en el corto anterior de la directora, con la misma protagonista, Selva, del 2016.

Ceniza negra

Otra directora costarricense, Nathalie Álvarez Mesén, juega también con misterios y ambigüedades, y un entorno exuberante que es un personaje más, en Clara sola (2021) con la diferencia de que en este caso la protagonista no es tan joven, pero está abierta a un cambio en su vida, un despertar que la saque se sus rutinas.

La película más “vieja” de las que voy a mencionar corresponde a otra directora, Paz Fábrega, y es Agua fría de mar, del 2009, en donde se podrían encontrar algunos elementos que luego fueron reelaborados y pulidos en los otros títulos mencionados. El film narra la historia paralela de una mujer y una niña de clases distintas. En este trabajo se percibe una búsqueda que sintonizaría con el cine futuro, aunque algunas situaciones y personajes no terminan de cohesionar. Esta directora sería responsable además de otras dos películas, Viaje (2015) y Aurora (2021).

Violeta al fin (2017), de Hilda Hidalgo, está en sintonía con todo lo previo, con la particularidad de que la protagonista, que da nombre a la película tiene 72 años.

El despertar de las hormigas (2019) nos permite conocer a otra directora más, Antonella Saudassi Furniss, y un caso similar al de Sofía Quirós, con una película basada en un corto propio del 2016, con idéntico título. El personaje principal es Isa, modista y ama de casa desesperada, con esposo bien intencionado pero inevitablemente patriarcal que ignora cualquier señal de inquietud de su mujer y solo piensa en tener otro hijo, lo que llevará a Isa a cuestionarse, básicamente, todo.

¿Hay directores en Costa Rica? Claro que sí. Menciono uno, casi como una excepción que confirma la regla, y es Ariel Escalante, responsable de El sonido de las cosas (2016), sobre una enfermera que debe lidiar con sus propias pérdidas, y Domingo y la niebla (2022), que aún no pude ver. Escalante es además el montajista de la ya mencionada Ceniza negra.

Terminamos este repaso por el nuevo cine costarricense hablando de otra directora. Aclaro una vez más que no fue algo buscado. Se trata Valentina Maurel, que hace menos de dos años presentó en el Festival de Mar del Plata Tengo sueños eléctricos (2022), un film que comparte algunos tópicos y recursos de todos los mencionados, en particular el íntimo acercamiento a un personaje femenino, otra vez una joven en un umbral, pero eso es solo el punto de partida, ya que un caos saludable se apodera del relato y permite un acercamiento distinto a los personajes, que no paran de cometer errores (en particular el padre) pero aún así encuentran sinuosas formas de redención.

Tengo sueños eléctricos

Nuestro viaje nos llevará casi inmediatamente a Panamá, último país de Centroamérica a visitar. Otro lugar excepcional, pero por distintos motivos. Queda mucho camino por recorrer. El viaje continúa.

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