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¿PELÍCULAS O SERIES?: La gran cuestíon del siglo XXI

Cada vez que termina una película, una serie o incluso una temporada, sentimos un vacío.

El sentimiento de estar acompañado por relatos, historias, personajes y universos enteros nos hace sentir llenos y nuestra mente se expande.

Pero todo tiene un final. Y así como en la vida, los procesos ficcionales también concluyen. Así es como nos enfrentamos a una pantalla que ya lo ha dado todo y que urgentemente nos pide una nueva emoción, un maravilloso y extraño mundo por conocer, otras experiencias para compartir.

No sé si a ustedes les ocurre lo mismo. A mí se me genera un espacio difícil de llenar. Incluso, a veces, hasta me niego a comenzar a ver otra saga porque al fin y al cabo, uno se involucra con el corazón a través de lo que le ocurre a sus personajes. Y las despedidas apestan, siempre.

Lo bueno -a veces- es que se nos promete una segunda, tercera o hasta octava parte y así mantenemos un hilo de esperanza, una luz encendida en las penumbras de la espera.

A veces la tensión de la espera se hace insoportable y vamos leyendo y viendo avances, tomando nota mental de cada reel, entrevista y tráiler que sale.

Al fin y al cabo, para quienes amamos las series y las películas, nos involucramos mucho más allá del tiempo real que ocupa, sea de media hora o más tiempo, sino que abrimos una puerta hacia un vínculo profundo con las historias que nos interpelan.

Series que han marcado nuestras vidas y cuyo final nos deja consternados, a veces por su resolución perfecta y otras por su final inesperado. Algunas series que hemos seguido por años de repente nos abandonan y nos dejan en ascuas, a la espera de una vuelta que no llega nunca. Otras veces por razones que nos son por completo misteriosas, se cancela una temporada y nunca nos enteramos del final real.

Hay quienes por necesidades de producción necesitan hacer un pastiche raro para concluir un arco dramático que nos resulta directamente intolerable.

Porque nosotros somos apasionados. Amamos y sufrimos con cada una de las películas y aún más con las series.

CINE vs. SERIES

Y hablando de dos formatos diferentes, es justo decir que, si bien el cine nos propone un espectáculo fuerte y potente, son las series las que nos convidan a un vínculo quizás menos concentrado, pero si más duradero.

Uno ingresa a la sala del cine, oscura, en relativo silencio y comienza un ritual.

La inmensa pantalla nos hace sentir pequeños y nos aprestamos a vivir por unas dos horas, un universo nuevo y en el fondo esperamos que nos conmueva, incluso que nos transforme. Claro que a veces eso se logra y otras nos vamos con la sensación de que hemos perdido ciento veinte minutos en la nada misma.

Pero cuando ocurre el milagro y se da el encuentro es como el amor: sucede. Y entonces nos sentimos volando en los asientos, llenos de energía, el alma se expande y nuestro imaginario continua revoloteando como águilas de colores. La música resuena en nuestra mente y si cerramos los ojos, alcanzamos a ver nuestros momentos favoritos pasando por delante de nuestros ojos. Esa es la magia del cine. Pero no termina ahí. Nos juntamos, comemos y conversamos, nos apasionamos, debatimos y hasta tomamos partido por uno u otro personaje. Y así, paso a paso queda atrapada aquella experiencia en nuestro ser interior como un tesoro.

Con los años recordamos esos grandes momentos como hitos, mojones que habitamos en forma plena y eso nos convierte en verdaderos apóstoles de determinadas sagas. Es lo que ha logrado Star Wars, El Señor de los Anillos, Matrix y tantas otras en el mundo de la ficción. El diario de Bridget Jones en la comedia romántica, las sagas de Freddy o Jason en el universo del terror o Rápidos y Furiosos en el cine de acción. Compramos posters, tazas, libros y hasta algunos tenemos trajes para hacer un cosplay y lucir nuestro fanatismo en una fiesta o en una Comic Con.

Y por otro lado tenemos las series. En general, estas se consumen de una manera mucho más intervenida. Estamos en un living, solos o acompañados, disfrutando en nuestro sillón o en el piso con nuestra persona favorita, nuestra mascota adorada o la familia entera. Pero en este caso el territorio en donde se dirime el vínculo afectivo con la pantalla es nuestro propio espacio. Y ahí las cosas cambian un poco. El sentido de poder esta invertido con respecto al cine. En ese templo de la narrativa audio visual somos casi intrusos. Nuestra entrada nos habilita para una sola función, y luego debemos retirarnos, para que ingresen otros. Mientras que el cine es un evento público, las series son en general, eventos del mundo privado.

Y en el propio mundo, nuestras posibilidades de inmersión son distintas.

Por empezar podemos cortar, pausar o apagar la pantalla a nuestro antojo.

Sea por un momento (por ejemplo, para ir al baño) o porque nos ha dado sueño y hemos decidido continuar al día siguiente. Incluso podemos decidir continuar nuestra aventura en el otro mes o el próximo año. Podemos también levantarnos y mirar de reojo mientras nos servimos una bebida y traemos un sándwich. Hay quienes gustan de conversar durante el proceso y otros chequean su celular.

Las series nos permiten una libertad que en el cine es sacrilegio.

Por ello, cada formato responde a una necesidad diferente, a un momento particular, a una forma de encarar el proceso y a una manera de compartir el evento.

¿Cuál prefiero? Ambas por supuesto. Es como elegir entre el postre o la picada.

Cada cual tiene su momento. Lo importante para el disfrute es entender las reglas de juego.

Cuando vamos al cine, nos sometemos a la experiencia, esperando que sea satisfactoria. Cuando encendemos una serie, nos apoderamos de un relato y lo ponemos a nuestra disposición, en nuestros términos, con nuestras condiciones.

Y como todo en la vida, a veces es preferible una opción y a veces la otra. Incluso la variedad y alternancia tienen su valor aquí.

Sin embargo, a veces hay algunos productos que trascienden todas las barreras. Series que nos tornan mudos como si interrumpirlas fuese un pecado o películas que se transforman en compañeras de vida (como las sagas de Harry Potter, Jurassic Park o Toy Story).

Las series que logran esto nos hacen adictos, fanáticos, adoradores del momento de verlas. Breaking Bad, Game of Thrones, Succesion, La casa de Papel, Vientos de Agua, Mandalorian y Ahsoka Tano y todas las que se les ocurran y amen.

Es por ello que al igual que el cuento, la novela o las historias episódicas, el universo audiovisual nos permite diferentes abordajes, otras miradas, diferentes distancias emocionales y vínculos permanentes o pasajeros. Porque en el mundo del cine y las series todos somos a la vez sus personajes y todas sus historias. Cada formato ocupa su lugar en nuestro corazón y en nuestra memoria.

Y cuando desde la profundidad del relato y la coherencia de su estilo nos encontramos con historias dignas de ser contadas, sucede ese milagro de la atención total. Algo nos detiene y nos sumerge en la narrativa hasta que nos quedamos sin oxígeno aguardando el final, esperando lo mejor o lo peor mientras sufrimos y gozamos la experiencia de vivir, por un tiempo, todas las posibilidades del mundo.

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