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Con el enemigo en casa

Sigue el 25 BAFICI y hay varias cosas por comentar, iremos hablando de ellas en estos días. Hoy es el turno de un largometraje fuera de competencia: El agrónomo, de Martín Turnes, que se proyecta en la sección “Noches especiales”.

Con varios trabajos previos como director, director de fotografía o camarógrafo, Turnes emplea con precisión cada plano para trabajar en la psicología del personaje de Gastón Borelli, un ingeniero agrónomo que se muda a un área rural para prestar sus servicios profesionales en un campo agrícola. Hombre de pocas palabras, tal vez un burócrata, un tipo que hace el trabajo para el que fue contratado: mide, calcula, actúa en consecuencia. Claro que no vive encerrado ni está ajeno a todo, por eso piensa, sospecha y, a veces, pregunta, pero siempre con cautela porque aunque es el que sabe, también es el nuevo.

El personaje Interpretado por Diego Velázquez atraviesa una situación compleja como todo cambio de vida radical: por este nuevo trabajo, se muda de la ciudad al campo con su compañera y una hija en edad escolar, terminando sus estudios secundarios. Y aunque sus intereses por mudarse existieron y al principio todo marcha bien para los tres miembros, los problemas no tardarán en aparecer, dentro y fuera de la familia, porque los posicionamientos que adopte su hija Vera (Ángeles Zapata), van a oponerse de manera directa a los suyos y en consecuencia también su esposa Ana (Valeria Lois) encontrará conflictos con el nuevo sitio. Problemáticas de clases sociales y de principios. Alzar la voz o bajar la cabeza.

Lo curioso resulta que nuestro protagonista actúa sin prisa ni pausa, y sin preocupaciones sobre el bien o el mal. Y cuando parecía que empezaba a dudar sobre su accionar, tal vez movilizado por algunos silencios de los lugareños, miradas de parte de vecinos o por lo temas que su propia hija tiene en agenda, toma posición de manera definitiva y refuerza aún más su proceder. Como si ceder terreno ante la duda no fuese cosa de los hombres de campo y tradición, modelo que encontramos configurado en el personaje de Raúl Gurechea (Claudio Martínez Bel).

También podríamos leer esta contienda a nivel generacional, porque a los jóvenes les gusta el freestyle o los batallas de rap y están al tanto de los problemas que ocasiona usar agrotóxicos (enemigo público de la población consciente de las zonas agrícolas de la provincia de Buenos Aires, La Pampa y el sur de Sante Fé) y los más adultos, los hombres de campo, solo piensan en maximizar sus beneficios. Lo cierto es que la muerte sigue a todos de cerca y no discrimina por clases sociales, aunque con una salvedad: como sostienen Gurechea y su esposa “la casita cercana al campo es linda, pero la chacra… es la chacra”. Porque estar cerca de las zonas de fumigación tiene su alto costo: poner en riesgo la vida.

Todos los condimentos sostienen este drama al que no le falta suspenso. Una clase media pudiente tratando de treparse al caballo y la clase alta que viene al galope desde hace unos cuantos años. Claro que parados desde los ojos del hombre de campo aggiornado: La tradición es la civilización y la barbarie son muchas cosas, o todas las que atenten contra eso: la novedad del trap, los centros culturales, las batallas en las plazas, la guerra contra el glifosato y los “amigues”, como resuena con frecuencia entre los más jóvenes.

A pesar de varios avisos, Gastón ya decidió, no hay vuelta atrás, eligió bando y acá no hay términos medios. Es su propia hija la que está denunciando –a su modo– el daño que los pesticidas que él emplea le hacen a la gente. Y como decíamos más arriba, también su esposa ha ido tomando posición con el correr de los días y el sueño que trajo el nuevo trabajo (la casa, la huerta y los partidos de pato) empieza a derrumbarse. ¿Acaso solo es Gastón quien no ve? Tal vez el final del film ilumine un poco todo, y lo haga entrar en razón. Aunque también podría enfervorizar su cólera aún más, porque como mencionamos anteriormente, él ya tomó partido.

El agrónomo es una producción interesante, con una temática actual y muy urgente que encarna una problemática grave y elige la ficción para denunciarla. El glifosato es nocivo, su uso es un problema en muchísimas ciudades del mundo y aquí no solo no está prohibido en todo el territorio, sino que se usa mal: no se manipula como corresponde, no se aplica ni siquiera como se debería aplicar, hablando tanto de proporciones como de métodos.

Escrita por el propio Turnes y por Marcelo Pitrola, el film también cumple con las actuaciones, donde completan el reparto actrices de la talla de Susana Pampín y sorpresas como las de los jóvenes Lautaro Zera y Alfonsina Videla Benzo, que ya había trabajado con el director en Pasamontañas, cortometraje del 2006, que pueden ver online en el sitio web del director.

La dicotomía además, implica dos modelos opuestos: el industrial o el agroecológico. Y es el primero de estos el que, a los efectos de garantizar un espacio de siembra libre de malezas, emplea estos pesticidas que causan problemas en la salud de la gente, desde infecciones respiratorias hasta cáncer. Ni hablar de la utilización de semillas genéticamente modificadas capaces de resistir la potencia de estos químicos tan fuertes.

A propósito de la temática, pasadas estas proyecciones en BAFICI, habrá que estar atentos a la programación de la séptima edición del Festival Internacional de Cine Ambiental [FINCA] que se llevará a cabo del 13 al 19 de junio en CABA, en la que siempre se incluyen cortos y largos que dialogan con estas problemáticas.

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