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They Live. Goma de mascar, sabios alemanes y un hombre simple.

En el año 1923, en la Universidad de Frankfurt, un grupo de señores fundaron una particular escuela de pensamiento, que sería conocida como la “Escuela de Frankfurt”. Comenzaron a estudiar los alcances culturales de la política y viceversa, especialmente de las dictaduras y los totalitarismos, siguiendo los trabajos previos de Hegel, Marx y Freud. En 1933 el mejor caso de estudio lo tuvieron justo al frente, cuando Hitler quemaba el Reichstag y se convertía en líder de facto de la nueva Alemania Nazi. El hecho que las principales cabezas de la escuela de Frankfurt, Max Horkheimer, Theodor Adorno y Jürgen Habermas, fueran judíos y comunistas no le hacía ninguna gracia a Hitler, y justo al inicio de la guerra, los sabios de Frankfurt tomaron sus maletas y cruzaron el océano hasta los EE.UU, específicamente hasta la ciudad de Chicago. Ahí volvieron a fundar su escuela y continuaron su trabajo. Pasaron de ser La Escuela de Frankfurt a la Escuela de Chicago.

Terminada la guerra, los casos de estudio habían cambiado. No se trataba que no existieran dictaduras para investigar (de esas siempre habrá en cantidades), pero los EE.UU había dado a luz a un sistema que llamó aún más la atención de Adorno y compañía, el capitalismo.

Los estudios entonces se centraron en el efecto del capitalismo en los medios de comunicación, tanto la comunicación directa como subliminal. La nueva Escuela de Chicago comenzó a entender que el sistema capitalista se colaba por todos lados, y que era imposible escapar a su influencia. Incluso cuando se creía que se estaba disfrutando del tiempo libre y de la privacidad, el capitalismo usaba los medios de comunicación para continuar adoctrinando a la población. Era el primer dictador no de carne y hueso sino etéreo, invisible. Su rostro era una televisión y sus manos billetes verdes y monedas de oro y plata. A este descubrimiento los sabios de Chicago le llamaron “La teoría crítica de los medios de comunicación”.

Mucho se ha escrito e investigado desde los trabajos desde entonces, y el cine no ha quedado alejado de estas teorías. The Network de Sidney Lumet, Dark City de Alex Proyas o Brasil de Terry Gilliam han tocado, algunos de manera más profunda y otros de manera más superficial, la relación entre los medios de comunicación y el capitalismo.

Pero la mejor metáfora es una obra que pasó algo desapercibida, pero es una gema de la ciencia ficción. They Live de 1988 es dirigida por uno de los grandes nombres del horror de los 80 y 90, John Carpenter.

Un hombre común y corriente, John Nada, llega a Los Ángeles como un vagabundo. Encuentra en una iglesia abandonada unos lentes que, al usarlos, le permiten ver el mundo como es. Los carteles publicitarios, revistas, periódicos, comerciales, son una máscara. Bajo ellos John puede ver los verdaderos mensajes que la gente consume; “Obedece”, “Consume”, “Continua dormido”, “Reprodúcete”, “Sométete”.

Desde ese momento John Nada despierta a la realidad. Todo el sistema que lo rodea está construido para obligarlo a tomar ciertas decisiones que benefician a ese mismo sistema. Los lentes incluso lo ayudan a diferenciar a los humanos normales de aquellos que son criaturas que también pertenecen al sistema. Todo lo que John pensaba que construía su sistema de libre elección, la capacidad de tomar decisiones y elegir su propia vida, era una gran mentira. El sistema capitalista tiene cada uno de los medios de comunicación totalmente cooptados para mantener a la gente en un sopor de consumo y aceptación constante. Lo primordial es obedecer al sistema, lo segundo es consumir lo que el sistema entregue. John comienza a ser consiente que las diferentes opciones de consumo son ilusorias, si bien los productos cambian, una vez que se pone los anteojos, entiende que en el fondo el mensaje es el mismo.

No hay escapatoria, incluso los espacios sagrados como el hogar o los lugares de ocio están invadidos de mensajes, y las extrañas criaturas que manejan este sistema son indistinguibles de los humanos comunes. Se mueven con comodidad por la ciudad sabiendo que el 99% de la población es completamente ingenua a la dominación que se ejerce sobre ellos.

Pero, y he aquí la tenebrosa verdad, lo más probable es que el común de las personas no quiera saber la verdad, no quiera saber que está siendo programada, no quiera revelarse contra el sistema. John Nada tiene ahora este conocimiento de la verdad sobre el funcionamiento de la sociedad, pero es incapaz de compartirlo con nadie. Es tildado de loco o la desconfianza es tal que el resto de las personas se niega a utilizar los lentes. Su único amigo, Frank Armitage, también rechaza los lentes, y prefiere vivir en la ignorancia. En una escena surrealista, John debe golpearlo y obligarlo físicamente a que los utilice.

El filósofo Slavo Sizek resume esta escena, y el alma de esta película de manera magistral “la verdad duele, y el despertar del sueño capitalista es un proceso duro”. Ese es el corazón de The Live, el durísimo despertar de la conciencia atada y esclavizada por el sistema capitalista. Romper las cadenas del consumo y de automatización de la vida.

Esta moraleja suena conocida, pero They Live se estrenó 11 años antes que Matrix, y aunque esta última tenga muchos más efectos, presupuesto y pantalones de cuero; el mensaje es el mismo. John Carpenter entendió esto el auge del capitalismo, antes de sus profundas crisis y de los comienzos del resquebrajamiento del sistema. Lo que los alemanes de Chicago descubrieron por los años 50, el poder del capitalismo que puede colarse por cualquier rendija comunicacional, Carpenter lo transformó en una película, que además es entretenida y simple. No tiene profundas moralejas morales, vueltas de tuerca efectistas ni secuelas innecesarias. Es la simpleza del hombre común (incluso su apellido lo dice) en un mundo común con gente común que no saben muy bien qué hacer con el conocimiento que han adquirido.

“Sabemos que el mundo está coaptado por el capitalismo, que estamos bombardeados de mensajes subliminales, que el consumo es el credo principal, que el dinero es el nuevo dios. Ya sabemos esto, ¿y ahora que…?”. Para los protagonista de They Live, la respuesta es reventarlo todo, o tanto como sea posible, un excelente final para la historia, pero poco práctico para los sabios alemanes. Ellos identificaron la enfermedad pero nunca pudieron dar con el antídoto. Puede que este ni siquiera exista.

La mayoría de los teóricos de la escuela de Chicago murieron sin ver al capitalismo en todo su esplendor, hasta donde la maquinaria del consumo puede llegar. Nunca vieron las islas de plástico, las infinitas fábricas de ropa en Bangladesh, las minas de litio y cobalto en África, o la privatización de la maquinaria de guerra. Tal vez fueran incapaces de imaginar la expansión del sistema que detectaron. Por su parte John Carpenter nos regala una excelente manera de resumir y simplificar una situación tan compleja como esta.

Es un tema demasiado espinoso, demasiado profundo, imposible de resolver en algunas páginas, o en el metraje de una película. Pero es tal vez esa simpleza que Carpenter entrega en la historia la respuesta. Volver a lo simple, alejarnos de la extrema complejidad, de los entramados éticos para volver a la raíz, a la humanidad y la individualidad.

Cuando John Nada se prepara para enfrentarse a los seres, nos deja una frase icónica del cine “I have come here to chew bubble gum and kick ass and I'm all out of bubble gum”. Tal vez esa sea la respuesta, patear traseros y mascar chicle; por lo menos hasta que vengan otros sabios a desenmascarar otro sistema que podamos amar y odiar.

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