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Una bolsa de pulgas

Existe en Inglaterra una actriz que mientras trabajaba haciendo personajes para la televisión y para algunas películas, mostraba en teatro sus propios monólogos, y gracias al éxito de los mismos, llamó la atención de una productora que le financió en el 2016 su primera serie: Crashing. Es una serie de seis capítulos sobre un grupo de jóvenes que, para pagar poco alquiler o por motivos ideológicos, ocupan y viven en un hospital abandonado. No es aquella actriz la protagonista de la serie, pero sí explora un tipo de personaje que también veremos en la siguiente serie de la actriz-guionista. Una serie que también nació del teatro, de su propio unipersonal, y que también se estrenó en el año 2016. Esa serie el 2019 tuvo su segunda y última temporada, con la que cosechó variados laureles y un rotundo reconocimiento del mundo y la industria audiovisual. A la actriz, su sociedad con el director Harry Bradbeer le dio, entre varios premios, los Emmy a mejor serie de comedia, a mejor actriz protagónica (ella misma), a mejor dirección y a mejor guion, además de tener nominaciones dos de sus actrices “de reparto” Sian Clifford y Olivia Colman. Si bien será una apreciación subjetiva, el mayor logro de Phoebe Waller-Bridge es haber hecho una serie sin precedentes ni comparación posible con otras, sumamente honesta, que regala la sensación de que podrá ser vista una y otra vez para toda la vida. Con ustedes, Fleabag.

El tema del Argumento

Tiendo a ser extremadamente clásico como espectador de estructuras narrativas. Si bien puedo disfrutar como espectador e incluso como gestor obras más performáticas que destruyen o esconden su tradicional aristotelismo, los tres actos me pueden. Es el tipo de relato que escuché toda mi vida, está en las anécdotas que me gusta escuchar, en las series y las películas que más me han encantado. Y en líneas generales, esa estructura facilita la identificación de un argumento, una sinopsis comunicable, gruesa, tentadora. En el intento de identificar el de Fleabag, tropiezo y caigo de cara al suelo.

Una joven lidia con los fantasmas y angustias de su pasado, a través del sexo y el humor. Rodeada de una familia muy particular, con una madrastra como antagonista, tendrá que finalmente atravesar el fondo que no se estaba atreviendo a enfrentar.

La única manera de engrosar esas líneas, sería adelantando información de los capítulos o incluso de ese pasado que ella niega. Hacer eso sería una traición a la idea de dar un argumento, de hacer una nota sobre un contenido, y además recomendarlo.

Al ya haberla visto dos veces, comprendo que no está su potencia en el disparador ni en la trama central (su tema y su línea argumental), sino en su premisa y en cómo es realizada esa narración.

Siendo la premisa del autor la opinión sobre el tema y el planteo de su cosmovisión, la sinceridad sobre como observa Phoebe Waller-Bridge temas como la soledad, la amistad, la edad, el feminismo, aquello que la sociedad espera de una mujer, y la claridad para comunicar ese punto de vista, es la esencia del éxito de su obra.

La actriz junto a Andrew Scott, siendo ambos personajes una dupla para el recuerdo.

La realización

Para ese acto de comunicación, funciona la realización del relato. Su ejecución desde todos los rubros que sostienen la narración audiovisual, favorecen tanto el potencial popular de Fleabag, como su singularidad.

Cada rincón de su guion está trabajado a favor del riesgo, de darle vida a la peculiaridad, y por ende, alzar la voz de su autora. La sensación es la de estar viendo un relato de realismo mágico, pese que todo lo que sucede y el código actoral es sumamente realista. Las irrupciones “teatrales” del personaje mirando a cámara para establecer un explícito vínculo con el espectador, comentarle cosas que nadie más sabe, en las que ella sostiene su único rincón de sinceridad, y en donde ella encuentra a lo largo de la serie un alivio. El espectador es un personaje más, es su amigo, su amiga, y no solo es un gesto estético. Es incluso una consecuencia de ese pasado que ella tapa y no quiere enfrentar.

No puedo hablar demasiado de las actuaciones porque parecerá vaga mi apreciación. Solo puedo decir que el elenco entero es sencillamente perfecto, y eso habla por supuesto de la sociedad autoral y realizativa entre Harry Bradbeer y Phoebe Waller-Bridge que tantas nominaciones y premios cosechó. Son tan extraordinarias las actuaciones, que siendo el área que comúnmente más disfruto de analizar y en la qué más líneas me detengo, hoy menos podré decir. Todos son una prueba rotunda de que pensar la actuación polarmente como cómica, o como dramática, es el mayor error compositivo posible. El nivel de vitalidad, sensibilidad y de entrega a la compleja sencillez de dejar ver a los personajes, aún aquellos como la hermana de la protagonista (Sian Clifford que hace de “Claire”) que transita un momento de colapso en su vida y que por ende demanda cambios de energía que rozan lo satírico, incluso ese extremo de los tonos actorales de la serie, es de un retrato alucinante de ser humano.

La poesía está en hacer convivir esos personajes que tranquilamente pueden existir en la realidad, en qué elegir contar de ellos y cómo. Los centrales son personajes con el peso del pasado a cuestas, que cada cuál hace lo que puede para sobrellevarlo. Algunos de una manera más directa, otros no. Algunos descargan sus miserias sobre otros, y otros no. Pero en dos temporadas, incluso a los más odiosos, sabremos entenderlos y hasta probablemente quererlos. La fórmula narrativa parecería estar en ocuparse más de hacerlos vivir y actuar, que de forzar explicaciones melodramáticas de por qué son como son. Quizás en ello radica el mejor retrato sobre la vida misma, y quizás es ese uno de los motivos por el cual Fleabag es de esas serie que uno podrá ver cada vez que guste, durante toda su vida.

La atemporalidad

Volver a ver un contenido es una decisión tan personal que incluso suena ridículo para varios. ¿Por qué ver otra vez algo con todo lo nuevo que hay por descubrir? Quizás se fue para no volver la costumbre del zapping y esa sensación preciosa del azar de moverse entre los canales hasta que algo nos llame la atención. Por que fuera desconocido, o por que lo vimos mil veces y nos hace felices. Domingos de Volver al Futuro, Titanic, Forrest Gump, Mi pobre Angelito, por decir algunos títulos que al menos recuerdo yo de mi propia infancia y adolescencia.

Desconozco qué es lo que hace que algo sea revisto y hasta se convierta en un clásico. O por lo menos qué motivos hay detrás de algo para que uno quiera verlo una y otra vez. Pienso en series como Friends, Seinfeld, The Big Bang Theory, The Office. Sería poco sincero no hablar de esta sensación sin mirar puertas para adentro y recapitular aquello que yo mismo necesito ver reiteradas veces. Series que son compañía, que no requieren del todo de mi atención y sin embargo no tardan nada en capturarla. Series que me hacen bien. Que consiguen sorprenderme aún sabiendo lo que va a pasar, o invitándome a jugar a olvidarlas para volverme a entregar como la primera vez que la vi.

Fleabag es (y será) una serie atemporal. Moderna para siempre, por lo reflexiva, sincera, sensible. Porque su trama no agota a lo largo del recorrido, ya que aún series revolucionarias como Breaking Bad, Lost, Game of Thrones, demandan de uno energía y atención constante. Fleabag es accesible para quien lo desee gracias a su completa honestidad. No da vueltas, es tal cual se la ve aún en sus miserias, y de la misma manera que la serie se siente como si hubiéramos conocido a una persona increíble con anécdotas hipnóticas por contar, de no soportarla a ella como personaje, te darás cuenta en seguida y te retirarás sin tener que pedir permiso. Cuando uno tiene la oportunidad de conocer a alguien franco y establecer un vínculo a lo largo del tiempo, aún dejándose de ver por etapas, podrá escuchar sus consejos y sus preciadas historias una y otra vez, y siempre sentir que las está escuchando como si fuera la primera vez.

El último “por qué” detrás del reconocimiento y el éxito de Fleabag es casi tan importante como todos los motivos antes subjetivamente esgrimidos. Aquel mismo motivo que está detrás de tantos contenidos populares aplaudidos, ya sea en el cine, como en las series o la música: porque sí.

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