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¡Arriba las mujeres! Una lectura de Siempre habrá un mañana (2023), de Paola Cortellessi

Varias son las preguntas que el cine contemporáneo vuelve a poner en escena y que en otros momentos de la historia fueron decisivas para dar cuenta de las relaciones entre imagen y representación. Por ejemplo, ¿es posible crear belleza en medio del horror?, o ¿es ético poner humor en situaciones donde hay víctimas que padecen tormentos? Estos interrogantes parecen resolverse de otro modo en la actualidad. Son otros tiempos, son otras imágenes y hay otras búsquedas posibles. El comienzo de Siempre habrá un mañana (C’è ancora domani) de la directora, actriz y guionista Paola Cortellesi revive esas cuestiones. Estamos en la Italia de la posguerra, una zona temporal que ha enaltecido al cine italiano, sobre todo en corrientes como el neorrealismo. Con un exquisito uso de la fotografía en blanco y en negro (tal vez más asociada a los recuerdos que a la era del color digital) vemos a un matrimonio que despierta una mañana. Cuando la mujer protagonista, Delia, intenta saludar a su marido Ivano, recibe un horrible cachetazo. Contrariamente a lo que esperamos, que la secuencia continúe por el camino del drama, aparece una especie de número musical con una canción de fondo, irónica por supuesto, y una coreografía de la pareja. Es decir, el horror doméstico, la violencia, están presentes, pero el musical apacigua e introduce la veta del humor donde hubiéramos esperado otra cosa. Este desvío mucho tiene que ver con algo que Henri Bergson escribió en su conocido libro sobre la risa hacia 1899: “La risa requiere una ausencia de sentimientos. Para reír, es necesario olvidar momentáneamente el afecto, la compasión, la tristeza, etc. y distanciarnos emocionalmente de la situación cómica.” La apuesta de Cortellesi redobla la de Bergson: en un contexto de violencia de género se permite introducir el humor y el musical, y de este modo rompe con la expectativa de los espectadores, quienes aguardan una resolución diferente. Ahora, la pregunta es: ¿difumina este procedimiento el padecimiento del personaje o es un modo inteligente y original de escenificar un comportamiento patriarcal repudiable, ubicado en un contexto, pero extrapolado también a ciertas formas del presente, sobre todo en Italia? Por el resultado de la película en su conjunto, me inclino por la segunda opción.

Delia (interpretada por la misma Cortellesi con una ductilidad extraordinaria) sostiene un hogar y una familia dentro del imaginario del neorrealismo. Mucha gente concentrada en un espacio reducido, demasiadas palabras y actitudes grotescas, de esas que la comedia a la italiana nos ha regalado durante muchos años gloriosos. Un marido bruto, estereotipado, que utiliza la excusa de la guerra para justificar su violencia, un abuelo postrado que da órdenes, dos hermanos que molestan e insultan todo el tiempo (siguiendo la tradición masculina) y una hija llamada Marcella, de novia con un joven de procedencia burguesa. Con todos estos elementos, la trama avanza a partir de los padecimientos de Delia, sus sueños frustrados (hay por allí un amigo que podría haber sido su pareja) y las interpelaciones de su hija (las de una nueva generación) para que salga del cuadro infernal que le toca vivir. Como ocurre en la primera escena, se reiteran momentos donde el musical funciona como marco para amortizar los golpes de Ivano. Es decir, la película narra el sacrificio de una madre, pero lo despoja de toda la espectacularidad y el machismo con que se concibieron estos roles en el pasado. Delia, retratado como un personaje de entonces, es más bien una mujer del presente, que toma decisiones y que está dispuesta a hacer algo hacia el final con toda su fuerza pese a los obstáculos que enfrenta. En este sentido, Cortellesi no le teme a los anacronismos y sabe que el cine es una herramienta para torcer la historia y para despertar conciencia. No al estilo de Barbie, sino de una manera más sutil e inteligente: no reniega de la tradición de un cine riquísimo, por el contrario, se apropia de ciertos códigos para reescribirlos de modo diferente. Y con ello, establece un diálogo con el presente. No obstante, si el cine fuera solo una cuestión moral, el mundo se volvería más pobre. Cortellesi, además, cuenta una historia con excelente timing y con manejo de las emociones para calentarlas y enfriarlas en los momentos justos. No hay una voluntad por reconstruir a la perfección los aspectos históricos de la posguerra. De hecho, los soldados americanos que ocupan el territorio son más marionetas que otra cosa, por citar un ejemplo. Y está bien que así sea porque aquello que puede consultarse en enciclopedias es materia prescindible para una película que se posiciona con una mirada fundada en el goce de la comedia y que tiende un puente desde allí a la reflexión, y no a la inversa.

Los temas de la actualidad (la violencia doméstica hacia las mujeres, la repetición mecánica de los esquemas patriarcales, las diferencias de salarios y consideraciones en las esferas laborales) están incorporados a una trama del pasado cuyo espejo es el presente. No obstante, la virtud no es la de la consigna, sino la de confiar en el poder del cine como motor de historias y emociones, de búsquedas estéticas, en este caso, de mujeres unidas en comunidad para resistir y cambiar el mundo. Antes, con un hecho fundacional; ahora, con un cambio de mentalidad.

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