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La hamaca paraguaya cargada de AFECTOS ESPECIALES.

Spoilers

La hamaca paraguaya (2006) es el resultado de una arriesgada propuesta estética con un valor incalculable; solo la sencillez, puede describir acertadamente la existencia humana y esa incertidumbre que nos depara la -vida-muerte. La película de la cineasta y guionista Paz Encina, evoca un pasado que sigue muy presente en la realidad de su país y como no, de los pueblos Latinoamericanos.

Paraguay (1935) una disputa territorial con Bolivia, desencadenó lo que se conoce como la Guerra del Chaco, con resultados catastróficos y profundas heridas en ambas naciones. A partir de este hecho histórico, la directora armó con gran eficacia artística este filme para el cine paraguayo, un cine más que escaso, desconocido y de un valor incuestionable.

La trama es “simple” y que esto no signifique carencia de originalidad y un depurado uso del lenguaje visual. En algún lugar remoto del Paraguay, una pareja de ancianos campesinos; Cándida y Ramón esperan el regreso de su hijo Máximo, quien se ha marchado a la guerra. Cándida y Ramón, no solo esperan el hijo ausente; desde la hamaca que usualmente es para el descanso y sosiego. Esperan la llegada de la lluvia, el cese inclemente del calor, que el viento traiga algún respiro, el peregrinar de las aves que traigan consigo el cambio de estación, o simplemente que la perra amarrada en algún lugar deje de ladrar.

La historia suspendida en una hamaca. Una especie de no-tiempo que se teje con el desencanto y optimismo de los campesinos, para darle vigor a la estructura argumental de la cinta. Paz, nos ha demostrado con este proyecto que el valor de los pueblos no reside en sus grandes edificaciones, sino el enorme corazón de sus mujeres y hombres.

El largometraje nos sitúa en las metáforas del boom latinoamericano. García Márquez, Roa Bastos y Rulfo con su no tan idílicos Macondo/Comala. La historia cercándonos en círculos cada vez más diminutos para aprisionar la memoria y dejar constancia de nuestro cruel y fascinante pasado.

Los recursos narrativos de Encina son poéticos. Una puesta en escena que nos confronta, largos planos estáticos en su mayoría generales, apenas hay dos o tres detalles, intercalados con una poderosa voz en off; (íntegramente en guaraní). El guion es increíble, y cobra fuerza desde la desalentadora e interminable discusión de Cándida y Ramón: la inutilidad de la guerra.

La realizadora nos da una tremenda lección de cine introspectivo, que se sale de lo formal y preciosista. Acá no hay nada gratuito, apenas con un cielo gris ya nos está diciendo muchísimo. Entre la frontera de la ficción y el documental sin llegar a serlo, su discurso audiovisual es coherente y ético.

Sobran las comparaciones odiosas. Todas lo son, pero La hamaca evoca a Tarkovski, Ágnes Hranitzky y su inseparable Béla Tarr al mexicano Carlos Reygadas con su disparatada y sublime filmografía y por supuesto al maestro Patricio Guzmán.

Si tenemos que definir La hamaca paraguaya, será con palabras de Lautréamont: «No se puede juzgar la belleza de la vida si no es por la de la muerte», en ese sentido, donde dice «belleza», también podría traducirse como un «enigma».

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