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Coppola, el representante: el hombre detrás de Maradona

Spoilers

Diego Maradona se casa en el mítico Estadio Luna Park de la Ciudad de Buenos Aires. Diego Maradona consigue una Ferrari, la primera pintada de negro en la historia de la automotriz italiana. Diego Maradona llega a un entrenamiento manejando un camión. Diego Maradona desparrama jugadores ingleses en los cuartos de final del Mundial de México de 1986. Diego Maradona dispara con un rifle de aire comprimido a los periodistas que hacen guardia en la puerta de casa. Diego Maradona revienta casas y hoteles con fiestas multitudinarias. Diego Maradona se despide del fútbol con un partido homenaje y una frase con destino de remera: “La pelota no se mancha”. Diego Maradona recae una y otra vez en su adicción a las drogas. Y todo el mundo se entera. De todo. En todas partes. Todo el tiempo.

¿Cuántas series y películas podrían hacerse sobre Maradona? ¿Cinco? ¿Cien? ¿Mil? Las posibilidades son tan grandes como las dimensiones del futbolista más importante –y, para muchos, también el mejor– de todos los tiempos. Pero todas enfrentan la dificultad de aportar algo novedoso sobre quien ya se ha escrito, mostrado y dicho mucho, demasiado: cada una de sus apariciones públicas fue noticia incluso cuando lo que hiciera no fuera nada nuevo, ni raro, ni distinto, las tres características que diferencian un hecho común y corriente de uno noticiable.

Como las reglas para él siempre fueron distintas, su vida se convirtió en una sucesión de hechos virales mucho antes de que empezara a usarse esa palabrita tan propia de la era digital. Por eso no alcanza una serie o película pensada como la enumeración de hitos (buenos y malos) de alguien que fue ángel y demonio a la vez y pocas veces mantuvo la división entre lo público y lo privado. Había que hacer algo distinto.

Constructor de mitos

La serie Coppola, el representante sortea muy bien ese problema. Sus seis episodios, de entre 35 y 45 minutos cada uno, siguen al que probablemente sea el hombre que más y mejor lo conoció. Esa cercanía permite observar muy de cerca las particularidades del universo maradoniano. Para quienes no saben de quién se trata, Guillermo Coppola era un bancario que dejó las cajas de seguridad y el otorgamiento de préstamos para, a principios de la década de 1980, dedicarse a ser mánager de futbolistas. El más famoso fue, claro, Maradona, a quien acompañó, negoció sus contratos, resolvió sus problemas, lo rescató de mil lugares y le cumplió todos –pero todos– sus deseos y caprichos.

No fue lo único. Coppola es famoso gracias al vuelo propio dado por sus recurrentes apariciones televisivas, sus relaciones con mujeres relacionadas con el mundo del espectáculo, sus amistades con personas de altísima exposición, incluyendo políticos de todas las ideologías, y hasta un paso por la cárcel de más de tres meses por un escandaloso y muy mediático caso judicial a partir del hallazgo de una bolsa con 40 gramos de cocaína en un jarrón de su departamento.

Guillermo Coppola y Guillermo Coppola

Youtube alberga un tendal de videos con anécdotas narradas en primera persona por Coppola, pues show e intimidad siempre fueron parte de un todo. Imposible saber qué es verdad y qué no, pero tampoco importa: montado sobre ellas, Coppola fue quizás el principal artífice del carácter mítico de Maradona, el motor que lo catapultó al panteón de las grandes figuras populares de la Argentina (y, por qué no, de todo el mundo).

Narrar las bambalinas del mito es el principal desafío del director y showrunner Ariel Winograd al momento de ficcionalizar la vida de “Guillote”. O, mejor dicho, una parte de su vida, ya que la serie encapsula el periodo que va desde 1985 –con él y Maradona viviendo en Nápoli– hasta poco después de la despedida del futbolista, en 2001. Esos quince años coinciden con la etapa más arremolinada y frenética de Maradona: la gloria en el Mundial de México y en el club del sur de Italia, pero también el viaje en Primera clase por los círculos del infierno y el coqueteo con la muerte. Coppola es un solucionador, alguien que todo el tiempo le pone el cuerpo a problemas propios (infidelidades, planteos familiares, aprietes) y ajenos, la mayoría de estos cortesía de Maradona. El método para solucionarlos es siempre el mismo: una capacidad de oratoria que hipnotiza a su interlocutor y un fajo de billetes verdes listos para apagar cualquier incendio.

Los años locos

El responsable de muy buenas comedias como Cara de queso (2006), Mi primera boda (2011) y Vino para robar (2013) utiliza el anecdotario como disparador para una comedia tan graciosa como inteligente y fiel a un espíritu de época. Lo es por sus recreaciones, el uso de fragmentos en VHS y una cantidad importante de guiños a la cultura popular, pero sobre todo porque refleja el aire que se respiraba en aquel tiempo. En ese sentido, la serie se apropia de la estética de su protagonista para trasladarla a todo el universo que habita.

Coppola recrea muy bien la estética de la TV argentina de los '90

Decíamos que Coppola es una comedia. Para que sea, tiene que haber chistes. Acá hay, y muy buenos. En una escena, por ejemplo, Coppola llega a Nápoli, donde Maradona entregó su mejor versión en las canchas, con la famosa Ferrari negra conseguida del mismísimo Enzo Ferrari, creador de la automotriz. Dado que el presidente del club no le compró ningún regalo, Coppola (interpretado por Juan Minujín) le “vende” el auto para que se lo dé de parte suya. Mientras negocian, Winograd intercala imágenes de un puma cazando a su presa.

Eso es lo que hace Coppola: lo rodea, disimula y finge indiferencia para luego deglutírselo de un bocado duplicándole el precio de compra original. Apenas le dice el número, al presidente le cambia la cara y un músico de la banda que espera a Maradona refuerza el chiste tocando los platillos. Es un momento deliberadamente artificioso, pero que describe a la perfección el tono de esta comedia que hace todo lo esté a su alcance para evitar la solemnidad más habitual del género biográfico.

Más adelante, hay una fiesta en una mansión a la que Coppola llega sin que lo inviten. Lo que hay allí es digno de los mejores exponentes del ala “reviente” de la Nueva Comedia Americana, una mezcla del zarpe excesivo de la trilogía ¿Qué pasó ayer? con el ideario surrealista de las películas de Will Ferrell. El organizador es, claro, Maradona, quien todos afirman que está en una habitación con una chica. Pero no lo vemos.

Durante el Mundial de Qatar de 2022 (el primero con Maradona fallecido) el ex futbolista y actual analista Jorge Valdano, campeón mundial en 1986, escribió en su columna en el diario El país de España que Maradona era “el ausente más presente” del torneo. Aquí pasa lo mismo: hablan de Maradona, van de aquí para allá para cumplir con sus estrafalarios pedidos, entran y salen personajes cuando entran y salen de su vida, aparece en la televisión a través de fragmentos de noticieros de la época, en diarios, revistas, autos siempre rodeados de fanáticos y llamadas telefónicas. Pero nunca aparece “en persona”, como si fuera una figura espectral, el animador que mueve desde la oscuridad los hilos de un circo que hizo y deshizo a su antojo, el Dios sucio que ofrendó hasta su vida para ser leyenda.

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