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Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020) - Una película dialogo sobre el amor

A veces, cuando ya no sé qué ver y navego por la página de inicio de cualquier plataforma de streaming en busca de alguna película que me llame la atención, me analizo haciendo un scrolling parecido al que la mayoría de nosotros realizamos en Instagram antes de irnos a dormir. Cuando las últimas novedades del cine no me llaman la atención, y estoy cansada de ver una y otra vez mi confort film o serie favorita (este mes me ha dado por Un cuento perfecto, qué le vamos a hacer), la solución más rápida para encontrar algo de mediana calidad es introducirme en las listas que Filmin propone para la estación correspondiente en la que habitamos. En este sentido, la de primavera me llamó la atención nada más fue publicada.

Scarlet (2022), ya reseñada en el pasado artículo, era la primera que se situaba dentro de estas listas, y la película que se analiza hoy, la segunda: Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020), una película francesa del director Emmanuel Mouret, con una puntuación de un 7.7. Y antes de adentrarnos en el análisis cinematográfico y argumental, avanzaremos que, a grandes rasgos, su calidad no corresponde a su valoración numérica.

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020)

Sin embargo, esto no fue en absoluto lo que yo esperaba a la hora de hacer darle al play a la película, ya que fue seleccionada con el Label de Cannes de 2020 y ganó el Premio Lumière a la Mejor Película en el año de su estreno. Con estos antecedentes, y por qué no decirlo, también con el título tan enigmático y poético que enmarca la historia, el largometraje promete algo que no cumple del todo. (O quizás han sido mis expectativas las que no se correspondían con la propia pieza).

¿Qué historia se esconde detrás de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020)?

O mejor dicho, qué tres historias, ya que sobre el relato principal, subyacen dos historias individuales que desglosan otros microrrelatos y personajes que forman parte de ellas. Así, los protagonistas de la película (y de la historia principal) son Daphne y Maxime, una mujer embarazada de tres meses y el primo de su marido. La puesta en escena del relato es casi teatral, muy del estilo de las películas actuales francesas, llenas de comicidad y cotidianidad, en las que varias familias o amigos se agrupan en el entorno de una casa rural, una visita, un pueblo, etc.

Relato principal (Daphne y Maxime)

Debido a un problema en el trabajo, el marido de Daphne, François, no puede acudir a recibir a su primo en la preciosa casa rural en la que habita junto a su mujer, en la campiña francesa. Así que es Daphne la encargada de recibirlo y acompañarlo durante sus primeros días de estancia. Es en una pequeña conversación -lo que en lenguaje postmoderno entenderíamos como small talk-, como se inaugura la semilla que inicia la causalidad del relato.

¿Cuál es el conflicto principal?

Bien, precisamente lo que una conversación entre ambos desconocidos genera tratando de conocerse un poco más en profundidad. Y sin embargo, ¿qué es lo que no funciona? La rapidez y la poca discreción con la que esta necesidad de conversación es introducida. El argumento de la película resulta un tanto explicativo, forzado y de rápido desarrollo. Es cierto que cuando dos personas se juntan en una casa a convivir varios días, y no se conocen previamente, las conversaciones para entender la vida del contrario surgen de forma rápida. Pero en Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020), el hilo argumental de “chico cuenta a chica la historia de su vida”, y “chica cuenta a chico la historia de su vida”, se da demasiado rápido como para que pueda resultar natural.

Es así como la historia principal, el encuentro entre la mujer y el primo, se superpone a los dos relatos que cada uno de ellos narran con todo tipo de detalles al otro. Esto genera que la historia principal acabe siendo la menos interesante de todas, haciendo que el espectador priorice conocer los detalles de sus antecedentes, más que los sucesos que puedan ocurrir dentro de la casa del campo. En contraposición con lo que sucedía en Scarlet (2022), en esta película sí que se genera un giro de guión, algo que el espectador no espera y hace que a mitad de la película la historia haya abarcado una cantidad de relatos ingente. Si bien al inicio partíamos de dos historias que se subyacían a la principal, a medida que vamos conociendo a los personajes que componen la vida de los protagonistas, sus relatos también pasan a ocupar el lugar principal de la pantalla: la historia del noviazgo engañoso de Louise, la relación entre Gaspard y Sandra, etc. Y al final de la película, en la secuencia del tren en la que Maxime y Daphne están a punto de separarse para siempre, la marcha del tren y el suspense que ello provoca, consiguen elevar toda la tensión de los acontecimientos previos hasta su máxima.

Relato previo de Daphne
Relato que se genera del previo de Daphne y pertenece a la vida anterior de su marido

Esta multiplicación del relato activa un recurso narrativo muy interesante: las múltiples perspectivas que los personajes ejercen sobre su historia. El encuentro principal entre Daphne y Maxime queda invisibilizado a través de la fuerza que coge la voz en off de los protagonistas a la hora de narrar sus vivencias pasadas. En una voz en primera persona, ambos retransmiten como narradores sus experiencias relativas al amor (siendo esta la temática principal de la película); el modo en el que llegaron a tener la pareja con la que conviven actualmente. Y de la misma manera que el relato se superpone, las imágenes de sus vidas pasadas también lo hacen. El espectador asiste, como si se tratase de una mirilla y un espía, a lo que todos los personajes (y no solo los protagonistas) han vivido anteriormente, y sólo de vez en cuando, la cámara nos devuelve a la casa en el campo en la que los protagonistas comentan sobre el relato del contrario. Esta sensación de ser narrador de su propia historia sucede sobre todo en el caso de Maxime, ya que debido al trío amoroso del que forma parte, él mismo es en la mayoría de las ocasiones quien observa una historia a la que él no pertenece.

¿Cómo se genera el ritmo de la película?

La estructura rítmica del largometraje se compone partiendo de los ritmos de la comedia y el drama. A pesar de que la película podría categorizarse como un «drama romántico coral», los tiempos que se destinan a cada uno de los relatos y la forma en la que se plantean los saldos a nivel argumental, recuerdan en gran medida al ritmo de las comedias comerciales francesas.

A pesar de que la fuerza argumental no es suficiente como para sostener la veracidad del inicio, lo cierto es que todos estos relatos internos resultan lo suficientemente interesantes y atractivos como para hacer de esta una película entretenida. De alguna manera, podría decirse que la fragmentación de los relatos, no lineal en la mayoría de ocasiones, es la clave para que el largometraje mantenga enganchado al espectador. Cuando las historias personales son fragmentadas en el tiempo (y ofrecidas a ser espectador como pequeñas píldoras que van siendo intercaladas), no podemos dejar de mirar para ver cómo acabó aquella historia que comenzaron a contarnos.

Esta fragmentación no sólo contribuye a un ritmo vivaz, sino que también permite una utilización interesante de los saltos temporales. El hilo argumental se compone a través de flashbacks la mayor parte de la película, retrocesos hacia lo que los personajes en su día vivieron, generando un salto al presente para que Daphne y Maxime comenten sobre esa vivencia. Pero al final de la película, todo cambia, y en vez de flashbacks pasamos a ver una utilización de elipsis temporales, cuando en forma de epílogo, el director nos muestra el futuro de los protagonistas, y cómo no, su vivencia en relación al amor en su actualidad. Es así como por primera vez, el espectador se siente por sí solo un espía en la historia de Daphne y Maxime.

El amor como temática principal y universal

Sin duda alguna, el amor en todas sus manifestaciones y formas (acogiendo también la infidelidad, la ruptura, el enamoramiento, los celos, etc.) es el hilo conductor de todas y cada una de las pequeñas historias que componen la película. Las introducciones de cada uno de los personajes se realizan partiendo de su experiencia en relación al amor, y no únicamente al trabajo, al dinero, o a sus amistades. Y si alguna de estas aparece, lo hace porque parte de la vivencia amorosa.

En este sentido, podría decirse que Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020) es más bien una película de diálogos que de acción. La vivencia respecto al amor se muestra a partir de diferentes ejemplos, pero lo más importante es que se teoriza a partir de ellos. Esto genera que en ocasiones el diálogo y el guión resulten un tanto explicativos, algo literarios y no del todo realistas. De todas las pequeñas historias que componen la película, esto sucede sobre todo en el diálogo principal de Daphne y Maxime, que se revuelven entre paradojas, metáforas y frases que parecen sacadas parecen de cuentos.

Podría categorizar esta película como uno de esos films que acudes a ver un domingo por la tarde al cine más cercano de tu ciudad, intentando que la fuerza del lunes no te arrastre, dejando que el pensamiento por la rutina divague entre las butacas y las historias amorosamente románticas (pero llenas de un drama que te resulta algo similar en ese estado). Supongo que a esto me refiero con que un 7.7 de valoración general en Filmin me resulta algo excesivo. Aunque no es una mala película, es simplemente un producto para pasar el rato, y sin duda alguna, las interpretaciones son las encargadas de sostener esta obra dialogada sobre el amor. Y si tras su visionado, os quedáis con ganas de más, en El arte de amar (2011) el director vuelve a investigar sobre el romance y sus consiguientes juegos amorosos.

Nahia Sillero.

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