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Un museo cobra vida

Lo unheimlich es aquello que

no viene de casa.

Hace quién sabe cuánto, llego a un trailer que me obsesiona. Tenso, de planos perfectos, acerca de una comunidad con vestiduras blancas. No llego a terminarlo, como todos los trailers que me fascinan y que me han hecho sentir la obligación de ver la película cuando se estrene. Desconozco de que trata y poco investigo al respecto, ya que en general intento saber lo menos posible antes de ver una película. Al tiempo, cuando las noticias, sus repercusiones, la temporada de premios, la vuelven inevitable, comienzo a enterarme de más cosas. Por ejemplo, el nombre de su director. Había escuchado hablar de Jonathan Glazer, pero no había visto nada de él. Lo vi por primera vez en su discurso al recibir el Oscar a Mejor Película Extranjera, y me gustó ver a alguien que no tuvo vergüenza de decir lo que piensa en el bastión más grande de la hipercorrección política. Por otro lado, desde que se estrenó la película en cines y antes de la entrega de los Globos de Oro y los Oscars, muchos de mis conocidos la mencionaban como su preferida a mejor película. Era además la competidora directa de “La sociedad de la nieve”, la indirecta representante del cine argentino en todos los grandes premios del 2024. Quienes me conocen, me aseguraban que me iba a fascinar. Alguno que otro, por lo contrario, aseveraba que no podía gustarme un relato tan poco clásico y tan contemplativo. Pasó el tiempo, y la vida misma me llevó a tardar en verla. Desde hace unos días, Amazon Prime la tiene en su programación junto a Anatomía de una Caída, ambas películas con la maravillosa actriz Sandra Huller. Ya no hay excusa para retrasar lo inevitable. Finalmente, veo Zone of interest.

Lo que se ve, cómo se ve.

Debo admitir que me hubiera encantado no saber de qué se trataba. Dejarme llevar por las tan cuidadas notas de la orquesta. Si estás leyendo esta nota, seguramente estés dispuesto a enterarte o como casi todo el mundo, ya conoces el argumento. De la misma manera que intenté jugar a la más inocente de las ignorancias, en vez de hablar de su argumento, voy a relatar el comienzo de la película.

Luego de un título en blanco y negro que aparece y desaparece muy lentamente con unas musicales notas graves casi guturales de fondo, una familia disfruta de un día de campo junto al lago. Vuelven a su casa por la noche. El matrimonio duerme en camas separadas. Por la mañana, a él lo bajan por la escalinata de salida de la casa al parque delantero. Está vestido con un uniforme militar. Tiene los ojos vendados. Sus hijos lo llevan de la mano. Es un plano general. En su uniforme hay algún que otro elemento que resulta familiar. Al quitarle la venda, lo saludan por su cumpleaños y lo llevan frente al resto de la familia y una canoa que le hicieron de regalo. Es un momento muy dulce. En el contraplano, por primera vez, vemos de fondo del otro lado de la casa una torre de guardia.

Un hombre lleva en una carretilla cosas a través de un jardín floreado pegado a un muro, detrás del que se asoman edificaciones muy particulares. El hombre llega al jardín que ya vimos de la casa, que es atravesado a su vez por un hombre que tiene una cinta amarilla en el brazo y que a su vez obliga a avanzar a otro hombre con una ropa avejentada.

Dentro de la casa, la madre de la familia (Sandra Huller), tiene mujeres q trabajan para ella, y les da a elegir unas prendas que no se sabe bien de dónde vienen. Los símbolos dispuestos hasta ahora a lo largo del comienzo, empiezan a dialogar entre sí. Mientras ellas eligen, la dueña de casa se prueba un saco de piel en la intimidad de su cuarto. Baja las escaleras, le da el tapado a una de sus empleadas domésticas pidiéndole que lo cosa, y a lo lejos, se escuchan dos disparos sobre los que nadie hace alusión.

En la escena siguiente, vuelve el marido a la casa junto a dos hombres de traje y otro militar. El hombre se saca las botas al entrar. Viene corriendo al rato en el mismo plano general, un señor bajito de actitud obediente, vestido con un saco viejo y con una tela en la espalda que pareciera decir algo que no se ve. Toma las botas, las lleva a limpiar a una pileta de manos. Mientas se escuchan mujeres hablar de viajes por el mundo, el hombre lava las botas y de la suela circula sangre.

La conversación entre las mujeres continúa pero ahora se las ve hablar en la cocina. Cuentan chismeríos sobre cómo han conseguido determinada prenda, como una que no está presente “adoptó un polaquito”, mencionan a los judíos por primera vez, y dice una riéndose que encontró una joya en el dentífrico, que ellos son de no creer. Mientras hablan, una joven sirvienta sirve una copa de licor con resquemor y la lleva en una bandeja de plata temblando . En ese mismo momento, están en un cuarto de la casa los dos hombres de traje, el militar dueño de casa y su compañero. Como si fueran dos arquitectos que le presentan los planos a una familia que pensaba agrandar su casa, los dos ingenieros le explican a los militares como sería la instalación de las cámaras de gas.

Dos escenas después, vemos al adolescente hijo de la familia terminando de vestirse con su uniforme nazi. Horas más tarde, mientras vemos por la noche al padre de la familia disfrutar de un habano en su jardín, vemos de fondo la chimenea funcionar y echar humo.

Es de noche y los hijos están en su cuarto. El más pequeño le pregunta al más grande q hace. “Nada, veo algo ”. “Pero que miras?” “Dientes”. Al mismo tiempo el matrimonio se ríe en su cuarto recordando un viaje por Italia.

En la próxima escena, por la mañana, con un plano cerrado de la cara de él que se va llenando de humo, escuchamos llegar un tren, que se abren las puertas de los vagones, suenan los silbatos, y los profundos gritos de dolor y angustia de una muchedumbre.

De ahí en adelante, con todas las cartas sobre la mesa, los elementos y sus personajes se irán profundizando hasta un poético y desolador desenlace.

Aquello que comenzó siendo familiar, se ha vuelto una pesadilla.

Sin palabras

No hay argumento que valga más que la experiencia del relato. No hay manera de aportarle a través de una nota algo a esta performance audiovisual. La decisión de cómo contar lo que se cuenta, es musicalmente perfecta. Por su ritmo, por sus climas, por la belleza de los planos y por la coreografía ridículamente impecable de cada uno de ellos. Da la sensación de que estamos frente a una obra de teatro espectacular de casi dos horas. Planos en donde un personaje está fumando, mientras el perro de la casa que pareciera unir todas las secuencias, salta por la ventana, un jardín en el que todos trabajan en su lugar y hay algo de movimiento, y por encima del muro que está de fondo, se alcanza a ver de derecha a izquierda el humo de otro tren que llega. Pinturas que toman vida. Eso es lo que se siente estar viendo cuando se ve Zone of interest. Pareciera que estamos en un ameno museo en el que de golpe y por un temible hechizo, todo toma vida de a poco, sutilmente, vamos disfrutando de la elegancia de lo que se ve y de los momentos de una familia feliz, hasta que sin darnos cuenta somos parte de los alrededores de Auschwitz. De alguna manera, la película se siente como un documental apenas intervenido, realizado por un artista (y su grupo) que decidió documentar uno de los lugares más terribles que puede haber existido en la historia de la humanidad, a través de la belleza visual. La gran mayoría de los planos, la decisión de la dirección de fotografía y de arte de la película, emulan cuadros perfectamente balanceados en su tamaño, su profundidad, y la distribución de la paleta de colores.

Las actuaciones están a disposición de esa misma sensación objetiva y documental. Sin embargo, en el momento justo y casi como un gesto tan cómico como siniestro (entendiendo lo siniestro como el extrañamiento de algo que suena familiar), hay una despedida en la familia que si la recontextualizáramos en otro tipo de relato, podría ser emotivo y sumamente tierno. Inclusive vemos al militar que será trasladado a otro lugar, director de todo aquello que sucede en el campo de exterminio, despedirse de su caballo y diciéndole que lo ama.

Y en resumidas cuentas, hay que afirmar la genialidad y el trabajo de un guion que se ocupa de contar uno de los hechos más relatados por la historia del cine, desde el punto de vista que nunca antes se había contado: el sus responsables.

Es una película para ver más de una vez, pero con un propósito que normalmente no se le atribuiría a un largometraje sino a un libro de fotos, o de pinturas barrocas llenas de detalles. Invita a detenerse en los fotogramas, a observar que están haciendo sus personajes plano por plano.

No tengo mucho más para decir. Vivan la experiencia y agradezcamos que Jonathan Glayzer aún no se ha doblegado a la maldición de las plataformas.

Chesi

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