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La fragmentación del montaje y el ritmo - El frenesí de Moulin Rouge (2001)

Hace unos días, otra película estrenada en el 2001, de origen francés e igualmente situada en el pintoresco barrio de Montmartre, dirigía las líneas de pensamiento y análisis del artículo. Hablamos de Amélie (2001), un trabajo que si bien no tiene nada que ver con el que hoy se viene a analizar, comparten, en cierta manera, un gusto por la estética y un trabajo refinado y destacable en su puesta en escena. Sin embargo, la película que define el artículo de hoy podría definirse como un exquisito ejercicio visual, un lenguaje cinematográfico adecuado a una estructura rítmica sin igual y una elaboración tanto argumental como formal, elaborada a partir de un código definitivamente teatral.

¿Sabemos situarnos ya a través de todas estas características? Efectivamente, estamos hablando de Moulin Rouge (2001).

Protagonizada por la ya icónica pareja formada por Nicole Kidman y Ewan McGregor, esta película musical dirigida por Baz Luhrmann fue nominada a un total de ocho premios Oscar, y finalmente se alzó con las estatuillas a Mejor Diseño de Vestuario y Mejor Dirección de Arte. Sin saber nada más del largometraje, es evidente que simplemente por la dirección a la que apuntan los galardones concedidos, uno de los principales focos de la película ha de situarse precisamente en el departamento de arte.

Como trabajadora de esta industria -y como supongo que nos pasa a todos los que pertenecemos a ella- desde hace años soy incapaz de ver una película sin pensar en cómo estará rodado, si habrá habido muchos ensayos (o no) para la realización, cuánto dinero habrá dentro de la producción, o cómo habrán realizado según qué recurso o secuencia. Para todos aquellos que hayáis tenido la suerte de ver Moulin Rouge (2001), entenderéis que, siendo esto así, mi cerebro no paraba de articular y formar un pensamiento tras otro acerca de todo aquello que iba saliendo en la pantalla: desde las locas escenas que a nivel rítmico no permiten un solo respiro, los extravagantes y ricos decorados, los cientos y cientos de bailarines que forman la puesta en escena, etc. Una barbaridad, en pocas palabras. Tanto que casi podría definirse como un trabajo artesano de arte más que una simple película.

Un largometraje que presenta en grandes momentos como todo un homenaje a la gran Cantando bajo la lluvia (1952), y lo hace no solo directamente a través de la secuencia en la que, en vez de con una farola, se baila con la propia Torre Eiffel, mediante el inmenso cuerpo de baile, las cambiantes escenografías y la puesta en escena a todo color. También de esta gran escena de inicio en Babylon (2022), en la que en el inmenso palacio la cámara recorre desde la interacción de las bailarinas y hombres borrachos, hasta un inesperado elefante.

Pero, ¿qué trata de contarnos esta historia?

A grandes rasgos, Moulin Rouge (2001) es una historia de amor, un triángulo amoroso al más puro del melodrama, que se ambienta en el barrio más bohemio de París a principios del siglo XX. Como un personaje más, el escenario del molino más famoso de la ciudad es, no solo testigo sino también partícipe, de la historia de amor entre un joven poeta y dramaturgo, y la más famosa de las cortesanas del burdel: Christian y Satine. Como en toda historia de cuento, y esta lo es, tanto a nivel narrativo como estructural, pronto aparece el personaje antagónico, el maligno duque de Monroth, quien desea poseer a toda costa a la joven artista. Propio también en las historias de amor, el enredo forma parte de su desarrollo, introduciéndose en el momento en el que Satine confunde a Christian, el escritor, con el propio duque, a quien trata de seducir para asegurarse el apoyo financiero del espectáculo.

A nivel estructural, esta historia se configura a través de un gran flashback: Christian, situado en su escritorio en un París de 1900, cuenta mediante una voz narradora en primera persona un suceso ocurrido exactamente un año atrás, en 1899. El uso de este recurso, que ya desciframos en el pasado artículo, hace que la historia se construya a partir de la visión parte de él; es su voz aquella que configura el relato, siendo él quien nos conduce y presenta los acontecimientos desde la extrañeza con la que él los descubre. Así, toda la primera parte de la película, la introducción al mundo y a sus personajes, se realiza a través de planos oblicuos, contrapicados y picados que generan esta sensación de extrañeza y desconcierto.

«One year ago, in 1899. The year of love» (Configuración del flashback)

El inicio de la película se erige como un auténtico espectáculo, adelantando la propia naturaleza de la película, situando los créditos del 20th Century Fox dentro del gran escenario del Moulin Rouge y proyectando en su ciclorama todo lo que está a punto de suceder. Este inicio es una forma de abrirle el telón al espectador para contarle, ya dentro del propio código de lo espectatorial, que lo que están a punto de ver es un show en toda regla. Así, este inicio en blanco y negro que juega con la estética de lo analógico, sirve para introducir la historia como si de un cuento se tratase, como una historieta, un espectáculo más como se acaba de decir. Forma parte del código tan utilizado en la narrativa que parte como “allá por x año…”, o “hace x años…”, y prosigue con un breve resumen de los antecedentes de la historia que está a punto de contarse.

Es de esta manera como el color es introducido únicamente cuando se presenta el Moulin Rouge, adelantando la importancia del espacio como un personaje más. Y a partir de que este es introducido, la pantalla se llena de principio a fin de todo los colores posibles, a través de una puesta en escena llena de elementos extravagantes, únicos, brillantes, característicos, parte de un trabajo de atrezzo exquisito. El uso simbolista a la par que expresivo del color trata de llamar la atención del espectador en todo momento, priorizando aquellos tonos brillantes, cálidos y embriagadores, donde destaca un rojo sensual y pasional por encima de todos.

Desde que Christian llega al Moulin Rouge, una decena de rocambolescos personajes, todos ellos artistas bohemios trabajadores del burdel, lo acompañan en la aventura de crear un nuevo espectáculo, lamentablemente financiado por el duque y del que Satine será protagonista. Desde el maestro de ceremonias, los asistentes y actores de la función hasta el mismísimo Toulouse-Lautrec, quien lidera al grupo de los artistas, el argumento de la película se centra en la creación del nuevo espectáculo teatral.

A través de estos personajes, Moulin Rouge (2001) se convierte en una trágica metáfora sobre el propio mundo del espectáculo, la precariedad, los procesos del oficio y la fuerza de la vocación por encima de todo.

«Above all thing, I believe in love»

¿Cómo se construye la historia a partir de los decorados y la puesta en escena?

Tratándose de una historia de amor relativamente arquetípica, con un final de lo más melodramático y en parte predecible, es la puesta en escena la que indudablemente consigue elevar la calidad de la película, hasta haberse convertido en uno de los musicales más icónicos de la historia.

El reflejo de toda emoción y vivencia de los protagonistas se refleja en los cientos y cientos de decorados del espacio escénico, generando casi una atmósfera por cada plano y simulando tanto la decadencia de la precariedad del oficio como la ostentosidad y el lujo, simulado de camerinos para afuera. Así, la puesta en escena tiene un carácter simbolista que trata de recrear la estética de lo bohemio de ese París de 1899 en el que se ambienta.

La estructura mise en abyme, una forma de representación dentro de otra, permite que los elementos decorativos del propio espectáculo formen parte de la historia “real” y sean aceptados de una forma natural como parte de ella. Así, las referencias a la estética de Bollywood, de la cultura India, así como de la japonesa, inundan gran parte de los escenarios. Lo exótico entra en el código del mundo real, haciendo que en apenas unos minutos, el espectador asuma con naturalidad lo que está viendo y todo sea posible dentro de la ambientación. Sin embargo, todos estos elementos pasan por un filtro decadente propio de la época y del espacio en el que habitan: a pesar de la ostentosidad del espacio, el Moulin Rouge no deja de ser centro de la decadencia más bohemia a la par que lúgubre del momento.

A nivel estético, los salones del Moulin Rouge, que se van transformado como si el espacio cobrase vida propia, se presentan a través de enormes e infinitos planos generales, donde todo cabe y todo es posible. Desde un cuerpo de baile inmenso, una puesta en escena que se hace y se deshace a su antojo y un público asistente de lo más colaborativo, la locura del espectáculo se representa a través de estos cambios fugaces. La mayoría de los planos de la película, quizás únicamente a excepción de los momentos en los que se presenta a Christian escribiendo en su humilde morada, están llenos de objetos, hasta más no poder, jugando con la saturación que se acentúa con el uso de planos asimétricos y oblicuos.

¿Qué hay más allá del flashback en esta estructura de mise en abyme?

Más que un gran flashback, esta historia se construye a través de muchos pequeños momentos de saltos temporales hacia un pasado que siempre fue mejor. Christian, en su presente relatando los acontecimientos de aquel 1899, vuelve a presentarse sentado en su escritorio en varias ocasiones a lo largo de la película, recordando al espectador que todo se trata de una reconstrucción del escritor. Este relativo desorden temporal, a través del cual se adelanta el trágico final de Satine nada más comenzar la película, es un recurso que vuelve a revelar la naturaleza de cuento de la historia, como todos los mencionados previamente. Sin embargo, de la misma manera que todas las licencias están permitidas en el plano de la puesta en escena, el la estructura temporal también habilita un espacio para introducir el flashforward: en el momento en el que el dueño del espacio y maestro de ceremonias, Zidler, negocia junto al Duque el futuro del Moulin Rouge y a través de un corte de escena, se intercala el momento en el que Zidler habla junto a sus artistas sobre el futuro ya decidido del espacio.

Ritmo y frenesí. ¿La mejor película para antes de ir a dormir?

A nivel personal, quizás por el momento en el que decidí ver la película, tengo que confesar que al inicio me resultó verdaderamente abrumadora. El exceso que caracteriza a la película, y sobre todo, el ritmo a través del cual van aconteciendo todos los sucesos, puede llegar a resultar algo agotador a la par que estimulante. Y más que por la propia historia de amor, es evidente que el frenesí que caracteriza a la película proviene del uso y tratamiento de los diferentes recursos cinematográficos. Uno de los que más produce esta sensación de río desbordado que no tiene fin es la fragmentación de las secuencias en montaje. Acompañada de encuadres oblicuos, asimétricos, picados y contrapicados de un segundo a otro y el uso efectista de la iluminación, el montaje genera el dinamismo que busca la película. Apenas hay momentos de respiro, e incluso las transiciones de una escena a otra se realizan, en la mayoría de las ocasiones, mediante rápidos barridos que acompañan a la estética loca de la pieza.

Así, todos y cada uno de los mecanismos del lenguaje cinematográfico, desde la puesta en escena y el atrezzo, los movimientos de cámara, los infinitos escenarios, el juego de luces, la parte musical y el coro de baile, y la ordenación del relato, están al servicio del relato. Y por consiguiente, al servicio también del espectador, revelándose ya desde su construcción como una película que trata de seducir al público y dejarlo sin aliento.

Podría decirse que en todas y cada una de las decisiones a nivel artístico y técnico, es clara la búsqueda del aturdimiento a través los constantes estímulos, llegando a inducir al espectador en un estado hipnótico. El largometraje es una forma de exhibición sobre quien la está mirando de todo lo que el espacio escénico es capaz de ofrecer. Se revela casi como un canto del propio Moulin Rouge que nos dijese: «Mira todo lo que tengo para ti». Así es como consigue que el espectador se sienta atraído casi desde el inicio, sintiéndose parte del grupo de artistas bohemios, de su locura y de su objetivo por crear el espectáculo más moderno y rompedor jamás creado.

Tal y como define Tatiana Aragón Paniagua en su estudio sobre la película, este ritmo incansable conecta a la película con una energía propia del videoclip: «Recursos cuya efectividad a la hora de seducir al espectador ha quedado ya más que demostrada en el terreno del videoclip, un discurso absolutamente familiar para nosotros, y que tiene como objetivo fundamental, precisamente, conquistar al público al que va dirigido». Así, este «monumental vídeo musical» es un ejercicio de conexión entre lo clásico y lo vanguardista, la icónica música de un tiempo anterior con la estética pop de los tiempos modernos.

¿Cómo se erige el género musical en la obra?

Moulin Rouge (2001) se categoriza indiscutiblemente dentro del género del musical, que a diferencia de otras películas que se articulan dentro de los mismo códigos, se construye casi en su totalidad con melodías que suenan constantemente, con mayor o menor presencia.

Tal y como se analizó en el artículo de Cantando bajo la lluvia (1952), el musical surge como producto evasivo de unos años caracterizados por la crisis y la depresión de los Estados Unidos, así como fuente de alegría, evasión hacia un arquetipo del amor romántico absolutamente heteropatriarcal. En este sentido, Moulin Rouge (2001), a pesar de que la historia de amor resulta en esencia otro ejemplo más de todo lo que una mujer se ve obligada a aceptar sin apenas revelarse ante ello, el foco de la película no se pone en ello. El espectáculo queda por encima de todo esto, «Show must go on», como diría una de las versiones más icónicas de la película.

«Lo realmente destacable (de la banda sonora) es, obviamente, el brutal anacronismo que suponen con respecto a la época recreada: All you need is Love, del álbum de The Beatles “Magical Mistery Tour”; Your Song, uno de los primeros éxitos de Elton John; Lady Marmelade. Voulez-vous couchez avec moi? de Labelle» dice Tatiana Aragón Paniagua respecto al plano musical de la película.

Como en todos los largometrajes de este género -y en general de casi todos-, la banda sonora se analiza con una función narrativa así como empática. Esto quiere decir que se hace uso de las canciones tanto para avanzar la propia trama, pero también para conducir al espectador a las diversas emociones que los personajes van transitando.

Así es como, recurso tras recurso, plano tras plano, Moulin Rouge (2001) se acaba convirtiendo en un chorro de vitalidad imparable que lleva acompañándonos un total de veintitrés años. Lo único que queda por decir es que la mejor elección para comenzar el viaje que la película propone es elegir un día con la cabeza lúcida. Y cuando el momento esté elegido, comprar una entrada, elegir la butaca más atractiva del espacio escénico y abrir los ojos para el espectáculo que estás a punto de vivenciar.

Nahia Sillero.

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