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Los asesinos de la luna: Scorcese da una clase magistral al abordar los crímenes del mestizaje

En 2022, cuando se reestreno remasterizada Taxi Driver pude saborear la experiencia “cien por ciento cinematográfica” que implica ver una película de Martin Scorsese en pantalla grande. Con su última creación, Los asesinos de la luna tuve, una vez más, la poderosa sensación de que el lenguaje cinematográfico, con todas y cada una de sus herramientas disponibles, se convertía en un animal peligrosamente mortal como una serpiente. Porque la película de Scorsese, al contrario de otros tanques como Oppenheimer, transmite tanta “verdad” en sus recreaciones de época y en la quirúrgica anatomía psicológica de sus personajes principales, que el espectador debe lidiar con un tremendo desconcierto, pero un desconcierto fascinante, hipnótico, extravagante.

La coherencia entre las formas elegidas por el gran Marty y el argumento es total. Scorsese nos está contando cómo los blancos iniciaron una serie de asesinatos de los indios Osage en Oklahoma, hace 100 años, porque la tribu de un día para el otro se volvió tremendamente millonaria ya que en sus tierras hallaron petróleo. Si bien las víctimas son los indios y el punto de vista de la narración es el de un blanco, el personaje de Leonardo Di Caprio, el ritmo narrativo escogido por Scorsese obedece a la cosmovisión de los aborígenes. Se trata de una película de tres horas y 20 minutos, que es imprescindible verla en cine para poder entender cómo la concepción de la vida y de la muerte de los Osage, marcada por el espiritualismo de cadencia lenta y melancólica, dialoga con la voracidad y el cinismo de la cultura blanca que ejecuta un exterminio de formas sutiles y brutales para quedarse con su oro negro. Sinceramente, no se me ocurre que esta película cuando llegue al streaming pueda conservar el poder arrasador que tiene en la pantalla grande.

La historia es compleja, está llena de personajes secundarios y hasta terciarios. Pero sólo un puñado son los realmente importantes. Tenemos a Ernest (Di Caprio), un excombatiente que regresa de la primera guerra mundial a servir a la casa de su tío William Hale (Robert De Niro), el único blanco poderoso, millonario y contactado de una pequeña ciudad de Oklahoma en la que los indios tienen mansiones, sirvientes blancos y millones de sobra. El personaje de Di Caprio es un tipo corto de luces, un rufián al que le gusta el dinero y comete robos de distinta índole para apostar en el casino. Por otro lado, tenemos a Mollie, una mujer de sangre india y heredera millonaria, a la que da vida la auténtica revelación actoral de la película: Lily Gladstone. Esta actriz, desconocida para mí hasta ahora, se convierte minuto a minuto en el corazón palpitante de una película complejísima, porque gracias a sus gestos, a sus silencios y a una mirada que habla mucho más de lo que sale de su boca, podemos identificamos con lo más parecido al “bien” que hay en una obra llena de personas malévolas. El líder de la banda criminal, disfrazado de persona ejemplar y amigo de los Osage, es el personaje de De Niro, y el codicioso, pero frágil mental personaje de Di Caprio no es más que su títere.

Lo único que agregaré es que la fatalidad para los Osage viene de mano del mestizaje, porque mujeres indias se casan con hombres blancos, que por supuesto buscan su dinero. Mollie tiene tres hermanas más y una madre, son una familia de mujeres. Es la matriarca, que ya al principio de la película está mal de salud, la que nos avisa que la maldición proviene del “blanqueamiento” de la sangre. Por supuesto que tiene razón, lo que no sabe la anciana es que el personaje de De Niro ha llevado adelante por años un plan sistemático de exterminio de familias Osage enteras para quedarse con su oro negro y que su sobrino Ernest se casará con Mollie con ese objetivo.

Ahora bien: el problema de índole melodramático es que Ernest y Mollie se aman en serio y tiene tres niños. Llegado un momento, Di Caprio deberá responder al plan criminal o defender a su propia familia. Veremos al Mal contra el Bien debatiéndose en el cuerpo de un personaje que, como ya explicamos, no es especialmente inteligente.

Scorsese logra sostener una película larguísima, de la que seguramente todo el mundo dirá que podría durar menos, en base a este trípode de personajes. Un cínico amoral como el de De Niro, quien vuelve a interpretar para Scorsese un gánster mafioso de sangre fría. Un hombre victimario y a la vez víctima de la manipulación, que Di Caprio compone con una transformación física que lo acerca a la deformación y una mujer que cabalga entre las dos culturas, Mollie/Gladstone, que tiene la sagacidad de los blancos para saber mucho más de lo que creemos que conoce y un vínculo espiritual heredado que le permite entrar y salir de una dialéctica entre el plano terrenal y el más allá donde habitan sus muertos.

Si Di Caprio tiene la enorme tarea de componer un hombre desagradable y repugnante, Lily Gladstone tiene la encomiable grandeza de darle a Los asesinos de la Luna un costado luminoso y trágico. Molly es una enferma diabética que vive postrada y está atrapada entre el amor por un blanco y su instinto que le dice que los blancos que matan a su comunidad y a su familia están demasiado cerca de ella.

Por puro capricho, diré ahora que cuando los minutos se iban acumulando y Scorsese demoraba su narración en detalles imprescindibles para entender la maquinaria perfecta de usurpación de la riqueza de los Osage que funciona por dentro y por fuera de la ley, vino a mi mente algunas obras del principal autor del gótico sureño, William Faulkner. Aunque Faulkner abordó más el combate entre blancos y negros en las tierras del Sur antes, durante y sobre todo luego de la Guerra de Secesión, tiene cuentos en los que el personaje blanco choca con la cultura india. Fue el complejo, profundo, árido y tortuoso abordaje de la “psicología de una época” marcada por la codicia que hace Scorsese, situándose en un condado de Oklahoma como Faulkner lo hizo con un condado imaginario de Mississippi, lo que me remitió al gótico sureño. El mestizaje maldito de novelas como Luz en agosto se reversiona en este guion del propio Scorsese y de Eric Roth (basado en una novela de no ficción de 2017 del autor David Grann) con una potencia brutal y mística de la que hay que defenderse como espectador a machetazos. Cuando salí del cine pensé que esta película podría haber sido escrita por Faulkner en aquellos años que fue guionista para Hollywood para ganarse la vida.

El exterminio del indio remite por supuesto al western y Scorsese, que ama a John Ford más que a su madre, conoce a la perfección las reglas del género. Pero lo que nos está contando es mucho más complejo, por eso inevitablemente Scorsese realiza un “mestizaje de géneros”. El true crime, el melodrama familiar, las películas de mafiosos se entrelazan todo el tiempo. Los asesinos de la Luna es una obra que funciona como un castillo plagado de habitaciones de las que Scorsese sale y entra todo el tiempo, movilizando un batallón de personajes secundarios y terciarios detrás de los principales. Todo está al servicio de ese gran drama humano que es la ambición y la codicia que impulsa a las malas almas al crimen.

La exquisita fotografía del mexicano Rodrigo Prieto aporta lirismo. Creánme: Scorsese entrega en esta película imágenes de una belleza sobrecogedora y como en toda gran novela de Faulkner, el Bien y el Mal dirimirán una batalla final. Vayan al cine a verla, es una joya más de Scorsese.

Autor Mario A. Fiore

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